REPERTORIO AMERICANO 111 LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
san por el cielo, en ancha bandada, charlando sonoramente de sus asuntos domésticos, el loro casero, a.
quien la vida sedentaria ha privado del vuelo, exterioriza en saltos y gritos su amor familiar. Los otros le responden y se establece entonces una larga y animada conversación por teléfono sin hilos.
Pero el loro se parece también al hombre por su encarnizado empeño en prolongar la vida. Hase visto.
aunque calvo hasta la cola, nás de un loro octogenario, Suele ser entonces el único sobreviviente de una familia extinguida.
Hasta que muere de aburrido, o de frío. o ou la boca de algún gato.
El loro barranquero Carece de saliva. Su lengua es seca como um per derual. De ahí la copla para esperanzar a las viejas: Liis Franco (Lus hijos del Llostoty. Burnos Aires. Albricias pido a las viejas, que las vengo a. lemozar. con la saliva del loro y el zumo del pedernal.
Ahora bien, que las lenguas secas no son siempre las más estériles, él lo prueba con la suya, que podría requintar a la de una suegra con yerno calavera.
Su familia aprendió a hablar antes que la del hombre, de fijo. Acaso algún miembro de ella sugirió a Edison la idea del fonógrafo. Es cabezón como un enano, y un poco patituerto, y tiene el pico gacho como la nariz de ciertos rábulas o de ciertos prestamistas. Al revés de su primo, el papagayo, a toda hora en traje de gala, él lleva siempre un modesto capisayo verde.
En barrancos, cortados a pico, altos como casa de varios pisos. fija su domicilio. veces ahí mismo, pared por medio, coino quien dice, suele instalarse tal cual lechuza o viborón, vecindad tenebrosa. no es raro que sin anunciarse, a altas horas de la noche, llegue de visita el gato montés.
Con todo, y naturalmente, es el homo sapiens quieni en verdad se encarga de amargarle las horas.
Dos o tres cazadores trepan al barranco de maIras: atando una vara en el extremo de un lazo, uno de ellos se suelta barranca abajo, nientras los otros lo sostienen arriba. El colgado, provisto de un palo erizado en la punta de espinas de algarrobo. empieza a hurgar con heroico, entusiasmo cada cueva: los pichones ensartados en las púas van cayendo al suelo entre una ensordecedora albórbola.
La soga que se escapa o se corta, un guijarro que cae, pueden interrumpir para siempre al operador.
Verdad que un pichón de loro es simplemente hervido, el mejor de los pasteles.
Pero los loros devuelven la mano con los malones que llevan a los aizales. pesar de la sequedad de sus lenguas se les hace agua la boca por los choclos. Llegan en las primeras horas de la mañana y allí pueden estarse el día entero, si nadie. va molestarlos. su deseo de que así suceda es tan sincero, que llegan hasta lo increíble: permanecen casi en silencio. Su uniforme verde los favorece en tales inomentos. Pero llenos de prudencia, dejan siempre un centinela en alguna atalaya próxima, un álamo generalmente.
Lo que no obsta para que a veces muerdan el polvo bajo la hisopada de plomo de la escopeta o la pedrada, capaz de tumbar un toro, de la honda del lorero.
Son los loros la gente de campo que mejor aguanta la compañía del hombre. Acaso algo tiene que ver en ello la comunidad de lenguaje.
Pero la nostalgia de la vida libre nunca lo abandona del todo. Cuando sus compañeros nómades paEl alicucu Es oscura como una cueva la noche. El frío parece que cristalizara el aire, inmovilizándolo. Solo las estrellas tiemblan. El fogón del puesto serrano, llamea grande y alegre. Mujeres envueltas en sus pañuelos.
y cabreros, arrieros, leñadores, chicos emponchados, lo rodean, comentando, con pausa montañesa. las incidencias diversas: los viajeros que pasaron hoy, la matanza de cabi as que ayer noche hizo el león en el puesto vecino, la vaca que encontraron despeñada; el. invierno que se inicia tan malo, y como es natural, los relatos milagreros y fantásticos.
Un mozo alto y chupado cuenta la historia cle aparecido que le atajó el camino en el último viaje.
En esto, allá fuera, en la hondura de la noche, se öye una voz canto, lamento, llamada indefinible. Alilicu cu cu. Hay una pausa. Una vieja de edad incalculable narra con parola pintoresca y prolija uno de sus tantos casos de embrujamientos auténticos.
De nuevo deja oirse el grito del huerco misterioso.
Se hace, ahora, un silencio agudo como de acecho.
El lamento parece tornarse más profundo. Alilicu cu cu. en esta como en tantas otras noches, el pájaro doloroso logra, al fin. ocupar la atención y el conentario del corrillo del fogón. Dicen que nadie lo ve. Así dicen. Quien sabe. tercia otro. Uno es que lo ha visto.
Cierto. Es que es una viuda. Ah, ah! es que tiene los ojos acabaos de tanto llorar. no. Cha, como será de fiero, hóm. el susto que me pegó a mí una vez. Yo no lo había oido nunca tuavía. porque en mi tierra no hay este bicho. Bueno, resulta que una noche.
Pero el narrador se interrumpe de pronto, porque otra vez, más prolongado, más solemne, con agustia casi humana, el ave del desamparo nocturno deja oir su plañido. Alilicu cut Cu Cu!
a.
Luis FRANCO (Los hijos del Llestay. Buenos Aires. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica