102 REPERTORIO AMERICANO escuadra de vuelo y alas recortan la luz del sol, filo de la madrugada que parte la tierra en dos.
El pájaro carpintero y el jilguero aserrador, con la madera del cielo hacen la casa de Dios.
Mientras la lluvia cae Apóyanse mi frente y mi amargura en el cristal que llora lágrimas de agua pura.
La refracción enferma la virginea sanidad del paisaje, y cada linea padece espasmos de caricatura.
El mundo se retuerce como elástico globo en manos de un niño. en el aire lluvioso hay un escamoteo misterioso y fantástico.
La película caricaturesca durará mientras llegue alguna racha fresca que arrebate la mágica llovizna, como un golpe de tos lleva una brizna. vendrá la pureza de un sol claro, generoso y cordial.
Yo dejo el raro prisma que me dió un nuevo matiz. del universo, clavado en la efemérides quebradiza de un verso. completa la plana mayor de este grupo Enrique González Rojo. Muy a nuestro pesar. sólo anotamos su nombre y el de otros diez poetas jóvenes de diversas tendencias, todos de mérito, que sufren el sacrificio de la premura: Guillermo Prieto Yeme, Martin Gómez Palacio, Pedro Requena Legarreta, Miguel Martínez Rendón, Luciano Joublanc Rivas, Jesús Zavala, Rafael Lozano, Alfonso Junco, Filiberto Burgos Jiménez y Salvador Novo. la palestra lírica acaba de surgir Xavier Villaurrutia con su libro Reflejos, fresco aún. Villaurrutia parece repetir el caso insólito de Alfonso Reyes. Hace apenas dos años se dio a conocer acertando desde luego en la crítica y en el ensayo por su fina sensibilidad y por su penetrante análisis. Hoy se nos presenta como poeta sufriendo, como algunos de sus contemporáneos, la avasalladora influencia de Juan Ramón Jiménez. Mucho hay que esperar de este refinado temperamento que, en plena ascensión, disfruta de infiltraciones tan ricas en ozono mental como la de. Alfonso Reyes.
Aire De la pléyade de poetas, todos ellos sin haber llegado a los 30 años en la actualidad, que siguieron a González Martínez y que conservan cierta fidelidad a la estética de su maestro, se destaca Jaime Torres Bodet, poeta delicado de inocente simbolismo y grata musicalidad. De su generación es, por abolengo, el que mejor conoce la literatura francesa, lo que le ha per.
mitido dar a su obra el sello de amplitud que tiene.
Poeta fecundísimo, ha publicado, con impaciencia, hasta volúmenes por año rimando no sólo sus auténticas emociones sino muchos de los instantes pasajeros. Esta prolijidad, que ha dañado. seguramente el mérito de Torres Bodet, le ha servido, en cambio, para darse a conocer gracias a la profusa distribución que ha sabido dar a sus libros. Habiendo comenzado bajo muy buenos auspicios y teniendo indiscutibles méritos de cultura y sensibilidad, día llegará en que depure su obra, reprima su impaciencia y oiga, sólo los dictados sublimes de su emoción.
El aire juega a las distancias: acerca el horizonte, echa a volar los árboles y levanta vidrieras entre los ojos y el paisaje.
El aire juega a los sonidos: rompe los tragaluces del cielo, y llena con ecos de plata de agua el caracol de los oídos. Triunfo El aire juega a los colores: biñe con verde de hojas el arroyo y lo vuelve súbito, azul, o le pasa la borla de una nube.
El aire juega a los recuerdos: se lleva todos los ruidos, y deja espejos de silencio para mirar los años vividos.
De todas las fichas que yo habré jugado en el juego amargo de cada ilusión, sólo hay una con la que siempre he ganado, y es la ficha roja de mi corazón, Yo sé que he perdido sobre la ruleta del destino, el precio de mi salvación: mi fuerza de hombre, mi prez de poeta.
ipero guardo siempre puro el corazón. Hace mucho tiempo que tengo apostado con la vida, un juego de honda sensación y confio. porque yo siempre he ganado cuando, en lo que apuesto, va mi corazón!
Cerca del grupo de discipulos de González Martínez que soslayan a Francia y a España. pero con un refinamienio muy personal, se encuentra José Gorostiza, el benjamin de la literatura mexicana y uno de los dos poetas jóvenes de más valor. Su obra no cuenta un número mayor de poemas que el de sus años y, sin embargo hay tal serenidad en la contemplación y tal delicadeza de matices en la cadencia doliente de su verso, que sus atisbos son casi siempre certeros. Bernardo Ortiz de Montellano sigue las mismas huellas de Torres Bodet, pero su producción es mucho más discreta aunque más intima. Hay en sus versos una sencillez infantil, una frágil transparencia de prisma de cristal que acierta, veces, a conmover por su ingenua ternura. En él se nota más persistente el eco de Gonzalez Martínez: Pescador de luna Cuando se mira los faroles rojos en la orilla del mar, mi pescador, el de profundos ojos, pone sus negras redes a pescar.
Canción El pájaro carpintero y el jilguero aserrador labran, de marzo a febrero, madera nueva de sol. El mar ante la noche se ilumina, y sus olas doradas, al nacer, florecen como un ansia repentina. en: ojos de mujer. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica