REPERTORIO AMERICANO 245 Página lírica De hechiceria Para el alto expiritu de GARCIA MONGs. Las lozas del convento sienten hervir su yerto pavimento con el pecado de un trenza oscura.
Sor María ¡Oh Sor Maria, oh Sor Jurid, oh Sor Juria! Dario.
IV Se dice.
Es la Diabla Abadesa, que enterró en celda un día sus estigmas de santa con su ardor de posesa; sus ojeras muy hondas, su boca vampiresa, sus pupilas de sábado. Se llamó Sor Maria.
Se persignan las monjas, si pasa la Abadesa, y el Padrenuestro rezan con el Ave María.
Con la vista la siguien. Si en la celda sombría la ven entrar, cada una su escapulario besa.
Sor María era un tiesto de marfil macerado en que sangrala a ratos el clavel del pecado.
Sor María era yesca que encendió Lucifer.
Sor Maria era el cirio divino del altar.
Sor María era aquella de tan vívido arder que en las nieves de la hostia se sentía quemar.
Se dice que está la Abadesa enferma de cuerpo y de alma.
Cercados por negras, profundas ojeras, sus ojos son dos escorpiones de llama maligna. Se dice que acerca en horas de fiebre, la efigie pintada de un hombre a su boca, temblando, y la besa, retorcido el cuerpo bajo de las sábanas.
Se dice iqué raro contraste! que está un Crucifijo colgado en el muro en la celda; que, a veces, saltando del lecho, la boca expirante, desnula la monja, le besa y le besa; que luego en las llagas le chupa la sangre con torvo delirio la Madre Abadesa.
Se dice. se. dice. se dice.
Y, al decir, aquello, las hermanas rezan.
Rezan el rosario con las manos trémulas. II Cavila el viejo Duque Sarmentoso rostro, cutis de aceituna, encrespado pelo casi blanco, el ojo muy duro y muy hondo, bajo el gris abrojo de la luenga ceja. Crispa en media luna la apretada boca. La barbilla es una saeta; el bigote se desgaja flojo; los pómulos secos; el aire de enojo; cruzadas las piernas. La hidalga fortuna se ainustia en los oros del butaco.
La milagrosa muerte de Sor María Sor María se muare. Entre la oscura celda, las monjas tiemblan junto al lecho, al ver que llora lu Abadesa impura mirando en la pared del Cristo el pecho.
De pronto, huyen las monjas con pavura, porque, colgado junto a Dios de un clavo, creyeron columbrar, con cuerno y rabo, del hombre del retrato la figura.
Al dar el reló de pesas las siete, el hogar atiza. la dueña; y óyese un rumor de puerta, que empuja la mano del Prior. Con los ojos bajos, de gato el andar, llega lento Fray Pedro el Confesor. cuando tornan con el Prior, han visto que ya no se halla en la pared el Cristo, ni la muerta en sus sábanas de armiño; y que ¡oh milagro sin igual! yacía, como en los brazos de su madre el niño, en los brazos del Cristo Sor María. SANTIAGO ARGCELLO México, 1927.
III El divino remedio. Sentaos, Padre. Habéis pensado?. Era un copo de malignas tentaciones Teresa, la hija del Marqués. Hoguera en que ardía un incienso de oraciones entre arcanas Thesalias de hechicera.
Se dice que una vez. sobre la estera del altar, encontráronse jirones de un Utrecht desangrando en los bullones y un Malinas nevando en la gorguera.
So dice. que Satán soplo en los cirios.
Que mezcláronse rezos y delirios.
El silencio de la noche. Llovio. en el nocturno y antiguo pavimento la luz de los dinteles, hecha ilusión, se amplía.
En la distancia, el viento prolonga la impaciencia de su monotonía como si repasase un aire de vals lento.
Ni una alma, ni una estrella, ni uma canción herioana; y en un desprendimiento de lágrimas sonoras, en la quietud lejana descienden sollozando, mientras se van las horas, los toques con que mide la noche una campana.
Se dice. que. Lo habéis pensado?. El cura afirma. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica