254 REPERTORIO AMERICANO LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
El rey avaricia Hace muchos, pero muchos años, vivía un rey que, como todos los reyes de cuento, tenia tres hijas.
Cuando nació la primera, una hada surgió junto a la cuna y dijo. Señor Rey. qué gracia quieres para tu hija?
Pide. el rey, que era avaricioso, contestó. Que sea la princesa más rica del mundo. La tierra que ella pise se volverá polvo de oroy el hada desapareció.
Cuando nació la segunda, surgió el hada nuevamente junto a la cuna y dijo. Señor Rey. qué gracia quieres para tu hija?
Pide. el rey, que era avaricioso, contestó. Que sea la princesa más sabia del mundo. Donde sus ojos se posen verán la verdad y el hada desapareció.
Cuando nació la tercera, surgió el hada nuevamente junto a la cuna y dijo. Señor Rey. qué gracia quieres para tu hija?
Pide. el rey, que era avaricioso, contesto. Que sea la princesa más bella del mundo. Será tan bella como una primavera y el hada desapareció.
Así eran las tres princesas: Perla, con los pies desnudos; Nieve, con los ojos escrutadores; Gracia, con la belleza deslumbradora. el rey encerró a cada cual en una torre, porque su avaricia quiso sacar de ellas el mayor provecho.
Enhiesto sobre la montaña, todo de piedra, de mbra y de hielo, el castillo del rey atalayaba el reino. Un reino miserable bajo la plaga de los tributos impuestos por el rey.
Había un foso, muros, almenas, torrecillas; otro foso, más muros, más almenas y más torrecillas protegiendo el castillo propiamente tal.
El patio de honor cuadriculaba su arena rodeado de allos muros que agujereaban las ojivas. Adentro, las salas, enormes, suntuosas, tenian frío de soledad.
En vano los brocados de Damasco cubrían las paredes y las tapicerías decían de largas horas de trabajo en el Flandes de allende los montes; en vano los pisos de mosaicos traídos de Bizancio desaparecían bajo las pieles de los osos de Siberia y de los tigres de la India; en vano los muebles perfilaban las lineas de sus tallas prolijas y los hierros se calaban como obra de arañas y los inetales destellaban fulgores de piedras preciosas; en vano en las anchas chimeneas ardian leros del Libano y perfumes de Arabia y raíces de plantas del Cáucaso; en vano las doncellas puestas al servicio de las princesas esplendían la belleza de sus formas en la lenta ceremonia de los gestos protocolares; en vano la guardia de honor caracoleaba sus corceles, tocaba sus trompetas y hacia juego de guerra; en vano los pajes entornaban los párpados y suspiraban quedo; en vano la princesa Perla paseaba con los pies desnudos dejando tras de sí paletadas de polvo de oro, que el rey guardaba avariciosamente; en vano la princesa Nieve miraba el pensamiento de los vasallos y así sabía el rey quién era fiel, quién traidor, quién inocente, quién culpable; en vano la princesa Gracia era la más bella de las princesas del mundo y el rey tenía paz con sus vecinos, ya que todos los principes se enamoraban de ella y vivian en la esperanza de desposarla; en vano, en vano todo, que el castillo, bajo la losa de la avaricia del rey, sin una flor, sin un pájaro, sin una fuente, sin una risa, sin un cahto, sin un amor, era como una tumba de piedra, de sombra y de hielo.
La princesa Perla vivía en la torre Sud.
Alta, espigada en la veste estrecha, con la toca de flotantes velos, las trenzas de azabache y los ojos hondos de melancolia, la princesa Perla no llevaba una joya, una partícula de ese polvo que tenía el don de crear. Odiaba el oro. Abominaba la riqueza. Su amor eran los pájaros, las flores, las aguas. Tenía la inquietud de no sabia que. Toda su ansia era salir del castillo, bajar la ladera abrupta e irse abajo, al llano de los vasallos, a ver las flores que sólo conocía en pinturas o en orfebrerías o en perfumes, a ver los pájaros cantores tan distintos a las repugnantes aves de presa que rodeaban las horcas del castillo, a ver las aguas nacer de las fuentes en pleno campo, ya que sólo había visto el pozo negro de la huerta, a ver si al fin, en la aventura de ese viaje, encontraba reposo su inquietud. Señor Rey decía a su padre, déjame salir, una vez aunque más no sea, una sola vez, e ir al llano por conocer las flores, los pájaros y las fuentes, para ver si encuentro no sé qué cosa que deseo.
Pero el rey, inexorablemente, contestaba. No.
Dos veces por semana, al amanecer, venía el rey, su padre, a buscarla, seguido del tesorero y de veinte hombres de la guardia, para que paseara por el patio de honor convirtiendo las arenas en polvo de oro.
Bajo el agobio de la repugnancia iba posando los pies desnudos. El tesorero contaba los pasos. Eran cien los que había que dar, que cien pasos eran cien paletadas de oro, y cien paletadas de oro eran cien mil monedas acuñadas en los sótanos por los alquimistas y guardadas luego en la bóveda secreta que sólo el rey conocía. la princesa Perla, cada vez más espigada y con los ojos más hondos de melancolia, iba por el castillo como una sombra, asomándose a todas las ojivas por divisar el llano donde florecía su ensueño.
La princesa Nieve vivía en la torre Norte.
Pequeña, frágil, de azahar el cutis y el pelo de cobre rojizo, pesado en las largas trenzas que llegaban a la orla de su brial, con los ojos sin color, como gotas de agua, la princesa parecia ciega o parecia una extraordinaria imagen con las cuencas vacías. Le gustaba vestir trajes suntuosos de telas recamadas en oro y gemas, dibujados fantásticamente con dragones y pájaros y flores maravillosos. Le placian las joyas. Amaba la pompa de los ceremoniales.
Odiaba su don la princesa Nieve y para librarse de él vivia encerrada en su alcoba, lejos de todos, sola, soñando que, como las imágenes, era capaz de ver el mal y remediarlo con el óleo milagroso del buen consejo. Ser venerada, ser amada. el rey le hacia mil pedazos el ensueño al venir a buscarla, con el escribano y veinte hombres de armas, para ir a administrar justicia.
La princesa llegaba al alto tribunal y ante sus ojos se presentaba un palurdo tembloroso acusado de no pagar tributo al rey. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica