REPERTORIO AMERICANO Un livmbre que callaba sui secretu, y un niño que 110 supo preguntar.
Con ellos podriit. honderu fantásticoderribar uno a uno los astros.
Contando el tesoro, pasara mil anos. Valdria la pena contarlo? luego. qué haría con tantos guijarros?
Las ondas transcurren con un solo cántico, las hojas se caen del árbol, los vientos murmuran de paso. mientras ¿qué hago con estos guijarros?
Sentado a la orilla del lago, pasaré mi vida lanzando a las ondas (guijarros, guijarros.
Miraré los circulos que se van formando, creciendo primero y después borrando.
Oiré cómo se hunden cantando.
II. Tierra embriagada Verde barranco la montaña cierra.
En esa hondonada, un grupo de hombres se hace la guerra.
Sangre en el camino.
La tierra embriagada bebe de ese vino.
Una misma canción ha salidu de miles y miles de labios, y la plaza mayor de este pueblo resuena en un solo rumor, como el campo.
Para formar la más dura cadena se unieron las inanos; para decir la canción más hermosa se juntan las voces en un solo. canto.
11. El jarro El indio amaso su barro, y el horno candente le devuelve la arcilla hecha jarro. todo será tan limpio, tan claro: las aguas profundas, los dias de mayo, la luz en los ojos, la fuerza en el brazo, y siempre cayendo guijarros, guijarros.
El indio presiente de una raza ancestral el influjo, y en la línea de cada dibujo la mano colora, cabe las grecas de lujo, las rosas de luz de la aurora.
Montaña rusa Casas de treinta pisos, avisperos de la arquitectura, sobre un cielo de indigo sus perfiles dibujan.
Pastor del alma, niño vacilante en las sombras, se apresura.
En mitad del camino, su rebaño de miedo y de preguntas.
Como cerré los ojos por instinto, se hizo la noche y se apagó la luna; pude lanzar un grito, pero la boca quedó muda.
Empujado al abismo como en un carro de montaña rusa, todo lo fuí dejando en el camino, hasta que el alma apareció desnuda.
Entre sombras y vientos enemigos, soñaba recoger, una por una, extraviadas ovejas del destino en los campos sin brújula.
Pero cerré los ojos por instinto; se hizo la noche y se apagó la luna. Pastor del alma, niño desorientado en la montaña rusa!
Vill. Canción en la noche serena Eramos tantos, que se ola como rumor en el colmenar. Amigo, acércate y escucha la fuente que cercana está. Eramos tantos los que oíamos otra canción, por nuestro mal.
Después quedamos en silencio, en una espera sin rumor, y sentimos la angustia que caía gota a gota en el corazón. Hoy, en la noche tibia y clara, limpia y serena es nuestra voz. La muerte pasó por nosotros segando vidas como mies, y un hombre posó sobre mi pecho la roja herida de la sien. Hoy sentimos las frescas hojas acariciantes del laurel. Sólo un grito lanzó sobre el mundo y se acosto para morir. Amigo, la noche es tan bella, que ya se asoma en el confin la luna; tendámonos juntos a dormir, sólo a dormir. IV. La maestra rural Un campo de luz apacible y serena.
Distantes, los hombres que labran la tierra.
En estrecho círculo se mira más cerca el grupo que forman los alumnos y la maestra.
Un soldado de lides heroicas vigila la escena. todo en un muro de Diego Rivera. Tierra!
Notas diplomáticas, rudas o enigmáticas, mientras la inquieta muchedumbre espera el advenimiento de una nueva era.
Sobre el cadáver de mi hermano lloré mis lágrimas sin luz. un vago gemido nos basta para llorar la juventnd. Amigo, es de noche; mañana verás el cielo pintado de azul. Caída rápida de estrellas Cinco estrellas cayeron detrás de la montaña. Indio mexicano, mano en la mano. dijo Valle Inclán. después de la angustia y la guerra, el indio ya labra su tierra al pie del volcán.
VI. Por mi raza hablará el espíritu Un lema de esperanza se labra en los minutos de la adversidad, y se escribe la NUEVA PALABRA en la VIEJA UNIVERSIDAD, En la verde laguna, las cinco verdes ranas enmudecieron de repente y se quedaron extáticas.
El viejo sauce copudo derramaba sus hojas como lágrimas.
Cinco lineas de asombro rayaron veloces las aguas.
Cinco estrellas cayeron detrás de la montaña.
Tierra de México José VASCONCELOS Mil novecientos once Yo senti la tragedia, y era un niño.
Un hombre me llevaba de la mano y mostraba la senda con cariño.
Yo senti la tragedia, y era un niño, cuando partí para un lugar lejano. Por qué (se dijo el corazón inquieto. por qué dejamos el tranquilo hogar?
El hombre conservaba su secreto.
El niño nunca supo preguntar.
Al Sur, un pueblo vio nacer la aurora; al Norte, un niño comenzó a vivir; y en su alma, sutil cuerda sonora, pulsó su desventura el porvenir.
Un presagio no más, vago y discreto, como la brisa que movió el palmar.
VII. Orfeones Para formar la más dura cadena es preciso que se unan las manos; para decir la canción más hermosa hay que unir mil voces en un solo canto.
Trasponen las cumbres, saltan los barrancos, y en la plaza mayor de este pueblo ya se unieron niños, jóvenes y ancianos, los que regresan de la fiesta, los que terminan su trabajo.
De noche Por esta callejuela silenciosa nos hemos perdido juntos, y nos buscamos entre las sombras, Las manos inútiles agarran el viento, desesperadas por la derrota; gritamos al unisono, y nuestra voz se impregna de olvido y de zozobra. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica