80 REPERTORIO AMERICANO LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano) el muchacho, sincero, se negaba a la simulación de despedir a su padre sin verle, sin individualizarle en la toldilla abarrotada.
Alejado, el transatlántico pronto perdió su importancia. Los curiosos se dispersaron haciendo algún que otro comentario trivial. Sólo quedó junto al muco soleado el trío de la despedida. Total, nada resumió Luján. y sin embargo, un conmovedor espectáculo siempre. Razón tiene el orgullo de nuestros versitos: Tres cosas tiene la Habana que no las tiene Madrid: son el Morro, La Cabana y ver los barcos salir. JORGE MANACH Cuba.
La salida del Transatlántico Ha pasado hace un instante por frente a la Cortina de Valdés, y el gemido de su sirena angustió la villa toda. No te preguntaste nunca por qué suenan invariablemente tan desoladas, tan lúgubres las sirenas de los grandes transatlánticos. Es, de súbito, una larga y creciente ululación que se remonta por. cima de las aguas, invade la vanidad del Malecón y del Prado, se cierne como una gaviota sonora al ras de las azoteas y va a traspasar, con su pico de tragedia, las almas nostálgicas e imaginativas allá en la entraña de la ciudad, donde ya no se ve el mar. la criada gallega de mi casa de huéspedes siempre le arranca un suspiro; se le aguan los ojos y ese día trabaja peor que nunca. Lo cual no es nada.
Al lado vive una madre neurótica a quien le toifian desmayos cuantas veces eye la sirena; le parece dice ella que le estuvieran robando a un hijo. Cierto capitán me explicó enteré yo a Luján que estas sirenas tristes son las que más lejos se oyen en alta mar. Se comprende, hijo. Lo alegre es siempre más efímero y menos penetrante.
Habiamos llegado a la glorieta del Malecón, solitaria bajo el anatema livido del sol meridiano. Sólo algunos ociosos que dormitaran en la umbria de la rotonda parecían haberse despabilado ya, al gemir de la sirena, y aguardaban muy atentos a que se insinuase la proa del buque tras el perfil bastionado del castillo. Un vendedor de periódicos vino corriendo, jadeante, y se colocó de un salto encima del muro. Detuviéronse los automóviles de alquiler que acertaban a pasar por el recodo de la avenida; otros llegaron adrede, dejando en la acera fulgurante su «carrera. un hombre. nervioso, un chiquillo con los ojos muy abiertos, una mujer que no quitaba el pañuelo de la cara enrojecida. poco, una vez más volvió la sirena a espeluznar la villa, y el transatlántico asomó al fin su fina arista tajando las aguas del canal. Avanzaba lento, enorme, suave y solemine frente a la curiosidad de la glorieta.
Tras él, la estela se espaciaba en una vasta y mansa oleada que hacia oscilar los botes cercanos. En el costado, cuyo negro buido azuleaba bajo el sol, eran un problema las letras doradas del nombre.
De las toldillas se escapaba, cono un valo, el clamoreo de la muchedumbre hacinada, mientras las cubiertas silenciosas ostentaban algunos claros en su elegante apretura. lo largo de la borda, sin embargo, y en los tragaluces del costado, tremolaban los pañuelos como banderitas de paz. Pero la mujer, que tenia siempre el suyo a la cara, de tanto llorar no podia decir adiós, y delegaba en el chiquillo. Di, adiós con tu pañuelo, hijo. Dile adiós a tu padre.
Los libros reveladores En 1882 vivía con mis padres en el Ojo de Agua, villorrio casi fronterizo, entonces, de Santiago del Estero. La escuela local conservaba restos de una de aquellas bibliotecas 1: los consabidos tomos en tela verde, con el escudo argentino, dorado, sobre la cubierta. Prestóme cierta vez el maestro uno de esos libros: Las Metamorfosis de los Insectos.
Aquello fué la primera luz de mi espíritu, la surgen. cia de la honda fuente que venía a revelarme el amor de la naturaleza por medio de la contemplación científica. yo sé que esto ha constituido la determinación profunda de mi vida intelectual. Mi predilección por las ciencias naturales que contribui a instituir como fundamento de la enseñanza, débolas a ese estudio infantil. De ahí partieron mis observaciones sobre el nido sepulcral del necróforo, el panal de la avispa airada, la coraza azul del es: carabajo que conforme al símbolo de los antiguos panteones lleva como el mundo una bóveda cerulea sobre su vientre negro. Asi llegué a comprender la. vida del agua ante cuyo cristal tienibla la libélula como una brújula loca. la industria de la hormiga acérrima y la ocupación del abejorro que lleva los inensajes de las flores atareado como un cartero real.
Durante la noche, mientras andaba sumisa y hábil la costura materna, el padre leía otro libro de la descabalada biblioteca: La Jerusalem Libertada del insigne Torcuato. recuerdo que me conmovió hondamente la leyenda de la selva encantada, con sus árboles sangrantes y sus láminas de pavoroso dibujo. Así conocí la poesía y vino a mi alma la Italia melodiosa, en aquella aldea serrana, bajo el silencio fecundo de la noche campestre, junto a los pequeños Ramón y Santiago que dormían en cunas, rubio el uno como un pollito, miorenillo el otro como un perdigón. cuántos otros espíritus no habrán revelado co sas semejantes los libros dispersos de aquella empresa prematura. no es, acaso, unia justificación, que el grande hombre despertara con ella en el nino desconocido la noción de belleza y de verdad, puesta ahora por el biógrafo a la tarea de narrar su vida. heroica. SUS LEOPOLDO LUGONES ul istorie or Surmiento. Buenos Airesis. De ins Bibliotecos Populares 1721. fundara. President Sarmiento en la República Argentina.
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