62 REPERTORIO AMERICANO unos fanda o corbata. y sus zapatos se prolongaban formando revueltas puntas. Llevaba en la cabeza un amplio sombrero abarquillado, con una sola pluma.
El sombrero se hallaba cubierto de blanca escarcha, y el fantasma parecía llevar doscientos o trescientos años cómodamente sentado en la tumba. Hallábase completamente inmóvil; tenía la lengua fuera, como haciendo una mueca burlesca, y contemplaba a Gabriel Grub con un gesto que sólo puede adoptar un aparecido. No fué el eco dijo el aparecido.
Gabriel Grub estaba paralizado y no udo replicar. Qué hace usted aquí, en víspera de Navidad? dijo el aparecido, con severidad. Vine a abrir una fosa, sir balbució Gabriel, Grub. Qué hombre puede vagar entre las tumbas en una noche como ésta? exclamó el aparecido. Gabriel Grub!¡Gabriel Grub! gritó furiosamente un coro de voces que parecía llenar el cementerio.
Gabriel miró a su alrededor, con espanto, pero nada vió. Qué lleva en esa botella? preguntó el aparecido. Ginebra, sir respondió el enterrador, temblando más que nunca, porque la había comprado a matuteros y recelaba que el preguntón formase parte del fisco entre los duendes. Quién bebe ginebra a solas y en un cementerio en una noche como ésta? dijo el fantasma. Gabriel Grub. Gabriel Grub! contestó de nucvo el coro.
Sonrió el aparecido maliciosamente al aterrado sepulturero, y levantando la voz exclainó. quién será entonces nuestra hermosa y obligada presa? esta pregunta respondió el eco misterioso en un tono que resonó como las voces de un coro nutridisimo que cantase acompañado por el más poderoso resoplido del viejo órgano de la iglesia; un tono que pareció envolver los oídos del enterrador con un viento furioso y apagarse en la distancia, pero el estribillo de la réplica era siempre el mismo. Gabriel Grub. Gabriel Grub. El aparecido hizo más profunda que las anteriores, y dijo. Gabriel. Qué dices a eso?
El enterrador se detuvo para tomar resuello. Qué piensas de esto, Gabriel? dijo el aparecido, volteando sus pies en el aire a uno y otro lado de la tumba y contemplando las puntas curvas de sus zapatos con la misma. complacencia que si estuviera ante sus ojos el más elegante modelo Wellingtons de Bond Street. Que es. que es muy curioso, sir replicó el sepultero, muerto de miedo, muy curioso y muy bonito: pero voy a terminar nii trabajo, si le parece, sir. Trabajo. dijo el fantasma. Qué trabajo. La fosa, sir; abrir la fosa. balbució el sepultero. La fosa, eh? dijo el aparecido. Quién se ocupa en abrir fosas y halla placer en ello cuando todos los hombres están llenos de alegría?
De nuevo respondieron las voces misteriosas. Gabriel Grub. Gabriel Grub. Presumo que mis amigos te necesitan, Gabriel dijo el duende, hundiendo la lengua más que nunca en el carrillo, y era una lengua verdaderamente asombrosa. Presumo que mis amigos te necesitan. Gabriel dijo el a parecido. Por favor, sir replicó aterrado el sepulturero no puede ser; no me conocen, sir; yo creo que esos señores no me han visto nunca, sir. Oh, sí! replicó el aparecido. Conocemos al hombre de cara fosca y ceño maligno que venía esta noche por la calle dirigiendo a los chiquillos miradas funestas y acariciando su fúnebre pala. Conocemos al hombre que golpeó al chico, con envidioso!
coraje, porque estaba el chico alegre y él no podía estarlo. Le conocemos, le conocemos.
Entonces soltó el aparecido una horrible carcajada, que el eco devolvió centuplicada. Levantando sus piernas en el aire, apoyó la cabeza, o nás bien el vértice del abarquillado sombrero, sobre la estrecha cornisa de la tumba y dió un salto mortal con agilidad extraordinaria, cayendo a los pies del enterrador, plantándose ante él en la postura que adoptan para trabajar generalmente los sastres. Siento. siento tener que dejarle, sir dijo el enterrador, haciendo un esfuerzo supremo para levan. tarse. Dejarnos! dijo el aparecido. Dejarnos. Gabriel Grub? Ja, ja, ja!
Mientras reía el duende, vió el enterrador por un momento iluminarse el exterior de la iglesia cual si todo el edificio estuviera ardiendo; apagóse el fulgor; dejó oír el órgano un aire alegre, y un golpe de duendes de la misma calaña que el primero irrumpió en el cementerio y empezó a jugar a la rana entre las tumbas, sin detenerse para tomar aliento, saltando uno tras otro por los más altos sarcofagos con maravillosa destreza. El primer duende era un saltarín asombroso, y ninguno de los otros podía comparar: sele. En medio del terror que embargaba al sepulturero, no podía dejar de observar que, mientras los amigos de aquél se contentaban con saltar sobre las tumbas de mediana altura, el primero elegia los panteones familiares, con verjas y todo; saltando sobre ellos con la misma agilidad que si fueran guardacantones.
Por fin llegó el juego a su momento culminante: tocaba el órgano más de prisa cada vez y los duendes saltabani, cada vez con más celeridad; giraban sobre sí mismos, daban volteretas por el suelo y pirueteaban sobre las tumbas, saltando como pelotas. La cabeza del enterrador parecía ser arrastrada por la vorágine que contemplaba, y sus piernas vacilaban, mientras que los fantasmas volaban ante sus ojos.
En esto, el monarca de los duendes se arrojó hacia él bruscamente, le cogió por el cuello y se lundió con él en la tierra.
Cuando Gabriel Grub pudo cobrar el aliento, que la rapidez del descenso le había paralizado. encontrose en lo que parecía ser una gran caverna, poblada de duendes feos y mal encarados; en el centro del recinto, sobre elevado sitial, estaba su amigo del cementerio, y junto a él, Gabriel Grub, completamente inmóvil. Qué noche tan fría! dijo el monarca de los duendes. Muy fría. Un vaso de algo caliente, en seguida!
Al darse esta orden, media docena de oficiosos duendes, en cuyos rostros campeaba una perpetua sonrisa, desaparecieron apresuradamente, volviendo a poco con una ponchera de fuego líquido, que presentaron al rey. Ajá. exclamó el fantasma, por cuyos carrillos y garganta transparentes veíase pasar la llama¡Esto atempera de verdad! Traed in vaso de lo mismo para Mr. Grub.
Fne inntil que el infortunaclo enterrador encarcciese que él no tenía costumbre de tomar na la caliente por la noche; mientras le sujetaba uno de los una mueca Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica