REPERTORIO AMERICANO 63 duendes, vertía el otro en su boca el liquido canden. te; reventaba de risa la concurrencia al verle toser y ahogarse, y secaron las lágrimas que fluían de sus ojos en abundancia después de tragar la ardiente bebida. ahora dijo el rey, metiendo con fantástico adenián por los ojos del enterrador el pico de su abarquillado sombrero y produciéndole, como es de suponer, el más vivo dolor. enseñad al hombre perverso y lúgubre unos cuantos cuadros de nuestro gran, almacén No bien dijo esto el duende, desvanecióse poco a poco una espesa nube que obscurecía el fondo lemoto de la caverna, dejando ver en lontananza, a lo que parecía, un reducido aposento escasamente amueblado, pero limpio y cuidado. Un rebaño de pequeñuelos veíanse alrededor de un animado fuego, colgándose de las sayas de su madre y correteando en torno de su silla. De cuando en cuando se levantaba la madre y descorría la cortina de la ventana, cual si esperase algo; en la mesa hallábase preparada una frugal comida, y junto al fuego estaba dispuesto un sillón. Oyóse un golpe en la puerta; abrió la madre.
y los chicos se arremolinaron en derredor de ella y tocaron palmas de alegría al entrar su padre. Este venía fatigado y mojado. y sacudió la nieve de sus ropas al acercársele los chicos, que se apoderaron de su capa, sombrero, bastón y guantes, con los cuales salieron de la estancia con diligente celo. Cuando luego se sentó el padre a cenar junto al fuego, encaramáronse en sus rodillas los pequeñuelos, sentose la inadre a su lado, y todo denotaba felicidad y bienestar.
De modo imperceptible cambió el espectáculo. La escena se había trocado en una estrecha habitación, donde el más pequeño y hermoso de los niños yacia moribundo; las rosas habíanse evaporado de sus mejillas. y la luz, de sus ojos; y aunque el enterrador le miraba con un interés jamás sentido. murió. Sus tiernos hermanos rodeaban su camnita y tomaban sul mano finísima, ya fría y abandonada a su peso de muerte; alejabanse de aquel contacto y miraban con ansia su rostro infantil, y aunque el herinoso niño parecía dormir en calma, sosegado y tranquilo. veían que estaba muerto y sabían que era un ángel que les miraba y bendecía desde un cielo luminoso y feliz.
De nuevo pasó la nube por el cuadro y cambió el asunto. El padre y la madre presentábanse ahora ancianos y desvalidos, y el número de los que les rodeaban habíase reducido a más de la mitad; pero el contento y la alegría se dibujaban en todas las fisonomías y resplandecía en todas las miradas. Congregábanse alrededor del fuego y contaban y oían relatar viejas historias de los pasados días. Tranquila y sosegadamente descendió el padre a la tumba, y poco después le seguía al lugar del refrigerio la abnegada participe de todos sus cuidados y amarguras. Los escasos supervivientes se arrodillaban junto a la tumba y regaban con sus lágrimas la fresca hierba que la cubría; levantábanse luego y se alejaban de aquel lugar, dulce y tristemente, pero sin gritos de amargura ni desesperadas lamentaciones, porque sabían que habían de encontrarse en lo futuro y otra vez incorporábanse al mundo de los afanes, recobrando la alegría y el contento. Extendióse la nube sobre el cuadro y lo ocultó a la vista del sepulturero. Qué te parece eso? dijo el duende, volviendo su ancha faz hacia Gabriel Grub.
Murinuró Gabriel algo así como que era muy lindo, y se pintó en su cura la vergüenza al dirigirle el duende sus ojos llenos de ira. Eres in miserable! dijo el duende, en tono de profundo desprecio.
Parecia querer decir algo más, pero la indignación ahogó su voz, y levantando una de sus piernas, que eran extraordinariamente plegables, y volteándola un, momento sobre su cabeza para asegurarar la puntería, administró Gabriel Grub un buen puntapié, immediatamente después de lo cual todos los duendes de escalera abajo se agruparon en derredor del mísero sepulturero y le golpearon sin piedad, siguiendo la costumbre inveterada de los cortesanos de la tierra, que pegan a quien pega la realeza y ensalzan a quien la realeza ensalza. Enseñadle algo más! dijo el rey de los duondes. estas palabras aclaróse la nube, descubriendo un rico y exhuberante paisaje, parecido al que hoy se ve a cosa de media milla de la vieja ciudad abacial. El sol brillaba en el azul y claro cielo; fulgía el agua bajo sus rayos. y los árboles parecían más verdes y más alegres las flores bajo su bienhechora influencia.
Corría el agua en ondas rizadas con plácido murmullo; los árboles susurraban a favor de la brisa ligera que rozaba sus hojas; cantaban los pájaros sobre los pimpollos, y la alondra trinaba en lo alto, saludando a la mañana. Si, era la mañana, la espléndida y embalsamada mañana estival; las hojas más diminutas, la más tenue brizna de hierba, palpitaban con el instinto de la vida; la hormiga se arrastraba en su afanosa labor cotidiana; revolotea ba la mariposa y se oreaba a los rayos del sol; miriadas de insectos extendían sus diáfanos élitros y gozaban la borrachera de su dichosa y fugaz existencia. Caminaba el liombre exaltado por el espectáculo, y todo era brillo y esplendor. Eres un miserable. dijo el rey de los duendes.
en tono más despectivo aún que anteriormente. el rey de los duendes volteó su pierna nuevamente. y nuevamente la dejó caer sobre los hombros del enterrador, y los duendes pajes imitaron nuevamente el ejemplo de su soberano.
Muchas otras veces fué y vino la nube, enseñando muchas lecciones a Gabriel Grub. el cual, aunque se resentía de los hombros por las frecuentes caricias de los pies del duende, observaba todo con un interés nunca decreciente. Vió que los hombres que trabajaban rudamente y ganaban su escaso sustento con sus vidas laboriosas se sentían alegres y felices, y que aun para los más ignorantes era la dulce faz de la naturaleza un manantial perenne de contento y de leite. Veía que aquellos que habían sido amamantaclos y educados delicadamente sonreían ante las privaciones y se liacían superiores a los padecimientos que hubieran aniquilado a otros que se habían dess.
arrollado en ambientes más rudos, porque llevaban dentro de sí los elementos de la felicidad y de la paz.
Vió que las mujeres. las más tiernas y frágiles criaturas de Dios, se sobreponían generalmente a la amargura, al dolor y a la adversidad, y vió que ello consistía en que abrigaban en sus corazones un manantial inextinguible de afecto y ternura. Vió, sobre todo, que los hombres como él gruñían ante el optimismo y la alegria de los otros: eran hierbas inalignas que crecían sobre la tierra; y. poniendo en parangón todo el bien del mundo contra el mal, llegó a la conclusión de que cra, después de todo, un mundo muy decente y respetable. No bien acabó de forinarse este concepto, la nube que había hecho desvanecerse el último cuadro pareció envolver sus sentidos y arrullarle hasta dejarle dormido. Uno tras otro lesapa. recieron de su vista los duendes, y al perler de vista al último se quedó dormido. 4 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica