REPERTORIO AMERICANO 79 LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
Juan Manso (Curato ile marton) va de cuento.
Era Juan Manso en esta picara tierra un bendito de Dios, un mosquita muerta que en su vida rompió un plato. De niño. cuando jugaban al burro sus compañeros, de burro hacía él; más tarde fué el confidente de los amorios de sus camaradas, y cuando llegó a hombre hecho y derecho le saludaban sus conocidos con un cariñoso. Adiós, Juanito!
Su máxima suprema fué siempre la del chino: 110 comprometerse y arrimarse al sol que más calienta.
Aborrecía la política, Odiaba los negocios, repugnaba todo lo que pudiera turbar la calma chicha de su espíritu.
Vivía de unas rentillas, consumiéndolas integras y conservando entero el capital. Era bastante devoto.
no llevaba la contraria a nadie y como pensaba mal de toilo el mundo, de todos hablaba bien.
Si le hablabas de política, decía. Yo no soy nada, ni fu ni fa, lo mismo me da Rey que Roque: soy un pobre pecador que quiere vivir en paz con todo el mundo.
No le valió, sin embargo, su mansedumbre y al cabo se murió, que fue el único acto comprometedor que efectuó en su vida.
corría por entrar cuanto antes que mestio Juan Manso le cedió su puesto diciéndose. Bueno es hacerse amigos hasta en la Gloria eterna.
El que vino después, que ya no era franciscano.
no quiso ser menos y sucedió lo mismo.
En resolución. no hubo alina piadosa que no birlara el puesto a Juan Manso, la fama de cuya malsedumbre corrió por toda la cola y se trasmitió como tradición flotante sobre el continuo fuir de gente por ella. Juan Manso, esclavo ile su buena fama.
Así pasaron siglos al parecer de Juan Manso, que 110 menos tiempo cra preciso para que el corderito cmpezara a perder la paciencia. Topó por fin cierto clia con un santo y sabio obispo, que resultó sor tataranieto de un hermano de Manso. Expuso éste sus quejas a su tatarasobrino y el santo y sabio obispo. le ofreció interceder por él junto al Eterno Padre.
promesà en cuyo cambio cedió Juan su puesto al obispo santo y sabio.
Entró éste en la Gloria y como era de rigor, fue derechito a ofrecer sus respetos al Padre Eterno.
Cuando hubo rematado el discursillo, que oyó el Omnipotente distraído, dijoie éste. No traes, postdata. mientras le sondcaba el corazón con su mirada. Señor. permitidme que interceda por uno de sus siervos que allá, a la cola de la cola. Basta de retóricas dijo; el Señor con voz de trueno Juan Manso. El mismo. Señor, Juan Mauso que. Bueno, bueno! Con su pani se lo coma, y tú no vuelvas a meterte en camisa de once varas. volviéndose al ángel introductor de almas, añadio. Que pase otro!
Si hubiera algo capaz de turlar la alegria, inseparable de un bienaventurado, diríamos que se turLó la del santo y sabio obispo. Pero, por lo menos, movido de piedad, acercóse a las tapias de la Gloria, junto a las cuales se extendía la cola, trepó a aquéllas. y llamando a Juan Manso, le dijo. Tata ratio, cómo lo siento. Cómo lo siento.
hijito mío! El Señor me ha dicho que te lo comas con tu pan y que no vueiva a, meterme en camisa de once varas. Pero. siguies todavía en la cola le la cola?. Ea ſhijito mío. armate de valor y no vuelvas a ceder tu puesto. buena hora mangas verdes. exclamó Juan Manso, derramando lagrimones como garbanzos.
Era tarde, porque pesaba sobre él la tradición fatal y ni le pedían ya el puesto, sino que se lo tomaban.
Con las orejas gachas abandonó la cola y empezó a recorrer las soledades y baldíos de ultratumba, hasta que topó con un camino donde iba mucha gente, cabizbajos todos. Siguió sus pasos y se halló a las puertas del Purgatorio. Aquí será más fácil entrar se (lijo. y una vez dentro y purificado me expedirán directamento al cielo. El amigo, adónde va?
Volvióse Juan Manso y hallóse cara a cara con un ángel, cubierto con una gorrita de borla, cull una pluina de escribir en la oreja, y que le miraba por encima de las gafas. Después que le hubo examinado de alto a bajo, le hizo dar vuelta. frunció el entrecejo y le dijo. Hum, malorum causa! Eres gris basta los tuéUn ángel armado de Hamígero espadón hacía el apartado de las alunas, fijándose en el señuelo con que las marcaban en un registro o aduana por donde tenían que pasar al salir del mundo y donde, a inodo de mesa electoral, ángeles y demonios, en amor y compaña, escudriñaban los papeles por si venían en regla.
La entrada al registro parecía taquilla de expendeduría en día de corrida mayor. Era tal el remolino de gente, tantos los empellones, tanta la prisa que tenían todos por conocer su destino eterno y tal el barullo que increpaciones, ruegos, denuestos y disculpas en las mil y un lenguas, dialectos y jergas del mundo armaban, que Juan Manso se dijo. Quién me manda meterme en lios? Aquí debe de haber hombres muy brutos. Esto lo dijo para el cuello de su camisu, no fuera que se lo oyesen.
El caso es que el ángel del. Hamígero, espadón maldito el caso que hizo de él, y así pudo colarse camino de la Gloria.
Iba solo y pian pianito. De vez en vez pasaban alegres grupos, cantando letanías y bailando a más y mejor algunos, cosa que le pareció poco decente en futuros bienaventurados.
Cuando llegó al alto se encontró con una larga cola de gente a lo largo de las tapias del Paraíso, y unos cuantos ángeles que cual quindillas en la tierra velaban por el orden.
Colócase Juan Manso a la cola de la cola. poco llegó un humilde franciscano y tal mana se dió, tan commovedoras razones adujo sobre la prisa que le Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica