156 REPERTORIO AMERICANO comenzó a caminar nuevamente; pero tre las piernas. La bella joven cuyos bra heridas y arrastrando las piernas destroel choque de un balazo le hizo tambalearse zos retorciera horriblemente la lepra estaba zadas, que dejaban dos sendas rojas sobre. girar sobre sus pies. Pintose en su ros tendida entre los matorrales, vigilando la la tierra. Mientras tanto, bañado en santro una expresión dolorosa, de amarga sors senda tajada, De súbito, despertóse Koolau gre, gemía con dolorosos ladridos de capresa, inientras vacilaba al borde del abis sobresaltado, al sentir el estampido de una chorro. Todos los leprosos habían huido a ino. Quiso tumbarse a través, intentando explosión que retumbara a orillas del mar. sus cubiles de roca. Unicamente Ka pahei una salvación imposible. Pero la muerte Quedó inmóvil, aterrorizado. En seguida, permanecía al aire libre y contaba.
no tuvo misericordia. Uuos instantes des percibió que el cielo se rasgaba de una Diez y siete. diez y ocho. diez y pués, estaba vacio el paso cortante y afi estela de fuego. Parecía que todos los dio nueve.
lado como la loja de un enorme cuchillo. ses hubieran agarrado entre sus manos la La última granada de la cuenta termiY vino la avalancha; cinco policías se lan sábana azul del firmamento y comenzaran naba de penetrar en una de las cuevas.
zaron a todo correr por la senda tajada, rasgarla, como tela hecha tiras entre Sonó la explosión. Los leprosos salieron de uno tras otro, en lilera sencilla, soberbios, las manos de una mujer. Aquella desga sus inútiles cobijos, dejándolos vacíos; pero firmes, imperterritos, mientras que el resto rradura inmensa se agigantaba por momen nadie se asomó por la boca de la cueva de la patrulla abría un fuego terrible con tos, más próxima cada vez. Koolau levantó fatal. Koolau se deslizó entre la llumareda tra los matorrales donde Koolau debía ocul los ojos alarmados, esperando tal vez algo inaloliente y picante. En el interior yacían tarse. Necia locura; koolau tiró cinco veces terrible. Un instante después estallaba una cuatro cadáveres horrorosamente despedaseguidas del gatillo tan rápidamente, que, granada, envolviendo en un surtidor el zados, entre los cuales aparecia el de la enlazadas las explosiones de los disparos, humo negro y denso la cumbre del acanti leprosa ciega, cuyos lagrimeantes ojos baimitaban un chirrido largo e intenso. Cam lado que se alzaba por encima de su cabe bían dejado de gotear para siempre.
bió de posición, y arrastrándose como un za. La roca se deshizo en infinitas esquirlas Al salir de la cueva se encontró Koolau lagarto bajo la lluvia de balas que caian y menudos fragmentos, que se desplomaron con que su destrozado pueblo, presa de sobre los inatorrales, se puso a observar. al pie del peñascal.
pánico indecible, comenzaba a trepar por Cuatro de los policías habían seguido la Koolau se pasó la mano por la frente ia senda de las cabras montaraces que inisma suerte que el sherift, y quinto, sudorosa. Estremecióse de pies a cabeza y desde la profunda garganta daba acceso a aún con vida, yacía atravesado sobre la tembló: era la primera vez que veía la ex las erizadas cumbres y precipicios del insenda, a cuyo opuesto extremo permane plosión de una granada, y aquello le pare terior. El idiota herido gemía débilmente, cía el resto de los camaradas supervivien cía más horroroso que cuanto hubiera po y arrastrándose sobre la tierra con ayuda tes, que habían cesado en sus disparos. dido imaginar: de las manos, intentaba seguir a los deEstaban sobre la roca, lisa y pelada. No Una gritó Kapa hei, como si de pronto más; pero apenas había trepado al primer había esperanza de salvación. Antes de que sintiera la necesidad de contar las explo declive del muro de piedra, cuando se des. pudieran descender y ocultarse, Koolau po siones.
plomó impotente hasta la base del acantidría dar buena cuenta de todos ellos. Pero Pasaron sucesivamente otras dos bombas lado.
no quiso disparar. Conferenciaron breve como pájaros de fuego que rasgaran sil Más våldría matarle dijo Koolau a mente; luego, quitóse uno de ellos la blanca bando el aire, y cruzando por encima del Kapahei, que aún seguía sentado en el camisa, que agito como bandera de paz, y muro de piedra, vinieron a reventar fuera mismo sitio.
seguido de los otros, avanzó sobre la senda del alcance de la vista. Kapahei siguió Veintidós. replicó Kapahei. Si, nás cortada, en busca del camarada herido. contando metódicamente. Los leprosos se valdría matarle. Tienes razon. Veintitrés.
Koolau permaneció inmóvil, sin dar señal reunieron, hechos una piña, al pie del pe veinticuatro.
de vida ni perderles de vista lasta que les îascal. Sentíanse al principio terriblemente Lanzó el idiota in gemido doloroso y vió retirarse y descenden lentamente, tra acoquinados; pero como las bombas conti penetrante al observar que le apuntaban bajosamente, camino del valle profundo, nuaran cruzando sobre sus cabezas sin ha con el fusil. Koolau vacilo, sin atreverse a hasta perderse a lo lejos como hilera vi cerles daño alguno, recobraron poco a poco disparar.
viente de minúsculas manchas lejanas. su serenidad y la confianza, y comenzaron. Es muy cruel, muy cruel, tener que Pasadas algunas horas, oculto en otro a contemplar con admiración el soberbio hacer esto. dijo.
macizo de espesas breñas, observaba Koolau espectáculo que se les ofrecía. Los dos idio No seas tonto; veintiséis. veientisiete.
a un rupo de policias que intentaban la tas saludaban las explosiones con salvajes objetó Kapa hei. Ahora verás.
ascensión por las opuestas laderas del valle. chillidos y prorrumpían en un verdadero levantándose izó entre sus manos un Vió que las cabras montaraces huían me trenzado de grotescas cabriolas y voltere peñasco y aproximóse hacia el idiota heridrosas ante los trepadores; que continua tas cada vez que las granadas rasgaban el do. Iba a descargarle el peñasco en la caban encaramándose, pendiente arriba. Koo aire en estelas de fuego. Koolau empezó a beza, cuando reventó encima de ambos una lau nandó en busca de Kiloliana, que vino recobrar la serenidad. No era de temer granada oportuna, que le relevó de cometer arrastrándose como una culebra.
daño alguno, Sin duda que los blancos no lo que intentaba, dando al mismo tiempo No; por allí no hay camino alguno podrían conseguir con aquellos artefactos fin su cuenta con el número veintiocho, dijo Kiloliana monstruosos los certeros y precisos blan que no llegó a pronunciar. Pues y las cabras. Cómo es que las cos del fusil.
Koolau estaba solo en medio de la garcabras. preguntó koolau.
Pero ¡ay! las cosas no tardaron en tomar ganta. Los últimos súbditos de su reino Las cabras trepan por el valle más otro cariz muy distinto; porque las balas acababan de arrastrarse, con sus organiscercano, pero no pueden escalar el nuestro.
comenzaron a caer más cerca por momenmos mutilados, sobre la cumbre del acanNo hay camino posible, y no es de temer tos. Una de ellas estalló sobre los mato tilado y desaparecieron ante sus ojos. Reque esos hombres sean más hábiles que rrales próximos a la senda tajada. Koolan gresó entonces hacia los inatorrales donde las cabras salvajes. Rodarán por los pre se acordó de la joven a quien dejó vigilánmuriera la joven leprosa. El hombardeo cipicios de la muerte. Observernos.
dola, y acercóse corriendo para ver lo que continuaba sin tregua; pero Koolau no re Son valientes como ellos solos añadió hubiera ocurrido. Arrastróse a ras de tie trocedió, porque allá a lo lejos se veian Koolau. Observemos.
rra. Los matorrales humeaban todavía. las minúsculas figuras de los soldados que se sentaron uno junto a otro, al aire Koolau se quedó petrificado. Las ramas comenzaban su ascenso hacia la senda taembalsamado de la mañana gloriosa. Las estaban quebradas y hechas añicos. Se ha jada.
flores amarillas del huu pendían sobre sus bía hecho un enorine hoyo en el lugar que Estalló una granada a pocos pasos de cabezas. El aire estaba bañado en luz. Ob ocupaba la joven leprosa. Pedazos de carne distancia. Koolau se tendió a ras de tierra.
servaban. Allá abajo, en la lejanía, se veían desgarrada aparecian diseminados por el Sentia sobre su cuerpo el torrente de frage las motas minúsculas de algunos hombres suelo.
mentos que cruzaban el espacio. Una lluvia que se afanaban por escalar las pendiende flores del hau cayó sobre él poco desKoolau contempló la senda tajada, y contes. Sucedió lo inevitable, y tres de los vencido de que los soldados no intentarían pués. Koolau levantó la cabeza para conmás osa. los resbalaron. Se les vió rodar, cruzarla todavía, regresó más que de prisa templar el camino de la senda tajada, deslizarse sobre las piedras y estrellarse al lado de los suyos. Las granadas no ce suspiro. Tenía miedo. Las balas de los fucontra el borde de un peñascal cortado a saban de rasgar el aire, ululantes, gemesiles no le hubieran atemorizado; pero las a pico, desde donde se desplomaron sobre bombas eran algo infernal y aboininable.
bundas, silbadoras, y el valle se estremecia el valle que se extendiu a doscientos me y reverberaba por efecto de las explosio Se agaza paba como si quisiera pegarse al tros por debajo.
nes. Al llegar frente a las cuevas, observo suelo, temblando con escalofríos de pánico Kiloliana prorrumpió en una risotada. que los dos idiotas jugueteaban de un lado cada vez que sentía el silbido de las gra Ya no volverán a molestarnos dijo. para otro, asidos mutuamente de las mia nadas; pero no tardaba en erguir nueva No replicó Koolau. los policías no, nos por los muñones de los dedos putrefac mente la cabeza para vigilar la senda tapero ahora entrarán en juego los soldados. tos. De súbito, creyó ver que, junto a ellos, juda.
La tarde se presentó pesada y soñolienta. escupia la tierra un chorro de humo negro. Cesó por fin el bombardeo, lo cual, según La mayoría de los leprosos yacían dorini Vibró luego una explosión y los idiotas el pensamiento de koolau, era señal de que dos en el interior de sus cubiles de roca. salieron despedidos en distintas. direccio los soldados estaban cerca. Se nproximaKoola, que acababa de limpiarse y asearse, nes. Uno de ellos quedó inmóvil sobre el ban, en efecto, peñas arriba, en hilera sense entregaba al sueño, amodorrado junto a suelo, el otro quiso acogerse al abrigo de cilla, y Koolau quiso contarlos, sin consela entrada de su covacha, con el fusil en las cuevas, vertiendo sangre por diversas guirlo. De todas formas eran inuchos, unos. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica