Bourgeoisie

174 REPERTORIO AMERICANO Página lírica de Guillermo Padilla Castro Del tomo Porsias. San José, Costa Rica. Imp. Trejos Hnos. 1927 Hermana, dadme un poco de agua en tu copa argentada.
Cerró sus labios rojos y no me dijo nada.
Herinana, dadme un poco de agua del cristal de tu alma. me beso teinblando con infinita calma.
Nada hay Ciprés que alzas tu copa en uu fúnebre lugar, como brindando a la vida el licor del más allá.
Tuba que cierras la boca con irónica expresión y que guardarás un día mi despojo terrenal.
Decid, sinbolos siniestros, vuestro secreto tenaz. sólo un lóbrego silencio me responde: nada hay.
Las hojas inarchitas del Otoño cubrían respetuosas sus despojos, en tanto que burgueses caminantes pulverizaban al marchar sobre ellas, sus lindos pétalos, ya rotos.
Para qué ¡oh Señor! pintáis claveles, si un asesino otoño los fulminai y un zapato burgués los hace lodo.
Pero entonces pensé que. yo era polvo Minuto eterno Par Doreen, mi componera, Jardin de Lucemburgo.
Paris, 1922.
Inconformidad José Ja. Chacón y Culvo en recuerdo de nuestro dia dle Narrid.
Desilusión Al verte yo te dije, me encantan los rosales: entonces florecieron dos rosas en tu boca: tus finos labios rojos. yo. tentado al verlos, me arrebate sobre ellos hasta quise besarlos; pero entonces las rosas.
fueron punzantes cardos.
Reposa tu cabeza tan grande como un cielo, sobre mi pecho que encierra un corazón eterno.
Apoya tu cabeza sobre mi pecho.
Tu mano es infinita cuando acaricia mi melena de poeta, más armoniosa que el nar; acaricia mi cabellera inquieta y sobre todo piensa que en ese minuto viviremos más hondamente que en su monótona eternidad lo han hecho cielo y mar.
Señor, yo no quisiera ser hoy el que fuí ayer y el que seré mañana.
Quisiera cambiar a este minuto su faz monótona horrible y al paisaje insensible que me observa, su aspecto cruel, imperturbable; expresarme mejor que con palabras y cambiarle su esencia al pensamiento.
Yo quisiera, Señor, ser superior a este minuto frágil, en que se quiebra mi vida eterna.
Madrid, 1924.
Ojo impotente Paisaje Surge un celaje grisiento, que me mueve a desaliento.
En el fondo del paisaje, torre eclesiástica teje con eucarístico celo, la rota fé de mi cielo.
a Marius André.
Al escritor. Al amigo, Brujas En el illum de Lily Rohrmoser Casas de ochenta pisos. que ignoráis las pasiones humanas; casas crueles y bárbaras, insensibles a la música de inis palabras.
Casas de mil ochocientos párpados sin alma.
Ante tu inasa, mis ideas estallan. en una risa de impotencia y rabia, que hace teinblar tus muros, anclados en un futuro que la mente no alcanza.
Cristal esquivo non Luis Dobles Segreda, con toda mi simpatia.
Fina copa de cristal, abandonada en el salón de un castillo señorial.
En su borde está grabada rara leyenda medioeval, por el tiempo ya olvidada; de una mora enamorada.
raptada por un cristiano una noche de Granada.
Con infantil curiosidad el viento anhela saber lo que ha olvidado la edad, pero la copa empolvada nada quiere que se digil de aquella historia olvidada. al penetrar por el balcón el viento con gesto triunfal, se rompe como una ilusión la fina copa de cristal.
Musical carillón de la vieja ciudad.
Melancólico son de la Media Edad.
Orquestal, sonoro, espíritu del coro monacal, puro, celestial.
Carillón, carillón, yo era un penitente; buscaba en ti la fuente del perdón; y al escuchar tu canto senti que tu alma en llanto me dió su bendición.
Brujas, 1927.
es Ese mar Max. Jiménez.
Pratewalmente Eso mar que te aparece gigantesco, simple capricho de una perla, y la estrella lejana que tú observas es la luz de tus ojos que la crea.
El Universo mismo es una idea; todo es producto de tu inente absurda.
Aun cuando mueras piensa en que no has muerto sino que las hecho desaparecer la vida.
Quinta sinfonia. Stravinsks Oh lira que caes vencida, acógete a la vida que surge en la lima de la nueva arboleda.
Que a tu contacto nazcan bellas hojas y raíces verdaderas. me dió el agua de su alma Pen Mercedes Hermana, daume un poco de agua en tu cántaro de oro.
Cerró sus negros ojos. y ine brindó su lloro.
Otomnal He visto agonizar unos claveles, que como melancólicas mujeres consiguieron morir con sus colores. Pasa a la pag. 175. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica