122 REPERTORIO AMERICANO Página lírica de Manuel Segura Ocaso peninsular Los sabaneros La luna, poco a poco, en el confín distante, asciende como una hostia de luz. Valle y camino, recodo, árbol y piedra, emergen al divino soplo con que comulga la noche en este instante, tan claro y vaporoso como el cristal de un trino.
Silencio y paz. De pronto, irrumpen los centauros, en la llanura: avanzan; avanzan a violento galope, cual si hubieran el majestuoso intento de revestir las frentes impávidas de lauros, con la victoria extraña de sujetar el viento.
Anchuroso y solemne, mientras dora el sol los altos picos, calla el río: las frondas, abanícanle su hastío. le cuenta un cuento de quietud, la hora.
Mar adentro, la nave pescadora pone mancha anémica en el brio del mar, cuyo lejano desvario estalla en gestos de titán que implora. ras de las colinas, alba estrella con que se enjoya el piélago, destella sobre el tul vespertino como un broche. hacia el reino ancestral de las barrancas, tremulentas de luz las garzas blancas salen en grupo a recibir la noche.
Son los guanacastecos, los ágiles, los fuertes, en sus caballos siempre sedientos de infinito; son los inquebrantables ginetes. Son el mito que de improviso encarna, a través de cien muertes, en estos hombres hechos de carne y de granito.
Son los guanacastecos, alegres, impetuosos, en sus pegasos ebrios de olimpica bravura; son los heroicos hijos del sol. La selva oscura les ama y les promete sus senos misteriosos; y como novia impuber les ama la llanura.
Agua clara La aurora que sonrie desde la alta montaña, acércase al naranjo que tienes en el huerto y prende en sus ramajes la claridad de su alma.
Mugen en los corrales las tempraneras vacas; y entre los primogénitos ruidos que se despiertan vuelan como palomas las notas con que cantas.
Y, luego, cuando asomas al pozo en donde lavas, caer oyes en el fondo los toques matinales de la parroquia. sólo por refrescarse en tu agua!
Tal un ciclón se aleja la turba insomne. Empero, el más viejo de todos quédase rezagado frente a la luna que orla de plata antigua el prado, las copas, las distancias, las nubes. Prisionero de una mano de rosa que surge del pasado. en el recuerdo mírase correr por la marana, vibradoras las carnes, el corazón henchido, las barbas de la bota con un silbante ruido que corta el viento; y, flecha que se hunde en la montaña, internándose en ella, triunfador y vencido: pujante contra el toro; y allá, cabe la loma que da al manglar del río, sumiso a la locura de sentir en las manos, la mano suave y pura de una mujer en cuyos arrullos de paloma como estrella del alba la tentación fulgura. ahora. Ocaso, ensueño; quietud.
El sabanero suspira; y estrechando la bestia, en las ijadas ajusta las espuelas. hacia las hondonadas, vuélvese tras el grupo distante; tan ligero, que hasta las mismas horas se quedan retrasadas.
Marimba La tarde ha adornado su organdi con frescos ramos de heliotropo: perfume en la brisa, perfume en la tierra; perfume en la frase tibia de los novios.
Lejos, la montaña soñolienta abrigase con nublados de oro; cerca, en las casucas, descansa el silencio sobre las hamacas de oriental reposo. Quién habla. Quién ríe?
Llueve paz en todo.
Paz, olvido, algo que se va extendiendo cual si se cubriese la tarde de moho.
Torna el silencio. Asciende la luna en el celeste confin, hipnotizando de luz la comba altura.
Un sosiego de frondas precave la llanura; y en el arroyo, apenas se oye la nota agreste del agua que en la noche, cuando sueña, murmura.
Oh, intrépidos centauros, alma guanacasteca, heroicos como el viento, sensibles como el aire: lo mismo que vosotros, mientras el sol desfleca sus oros en los campos, adiestro mi donaire en un pegaso; y nunca de sus andanzas vuelve mi vida sino fuerte. brazos y corazó11. Una ilusión de lucha como un cendal me envuelve; y en pos de unas pupilas me lleva otra ilusión!
La marimba entonces canta; y al conjuro de sus claves salta la vida. el propio silencio desata sus cabellos, calza de sandalias de oro; y por las callejas y por los caminos danza, danza alegre; danza sin reposo por huertos y campos, trillos y recodos. Como si el silencio se volviera loco!
En Santa Cruz, Gte. Julio de 1926. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica