Death Sentence

254 REPERTORIO AMERICANO No había duda. Davy sería la salvación de Faraday, como años antes, en análogas circunstancias, Alembert lo había sido del joven Laplace. Como Laplace a Alembert sin conocerle, el joven Faraday escribiría una carta iqué elocuente, que persuasiva sería esa carta. al omnipotente Davy, solicitándole un puesto en el laboratorio de la Institución Real. Si la ciencia hace generosos y nobles a cuantos la cultivan, debía pensar Faraday con suavidad evangélica. quién más noble ni generoso que Davy. Pues bien: Davy leyó desdeñosamente la carta de Faraday. Cuando un ayudante fué luego a anunciarle que el joven de la carta esperaba contestación, Davy tuvo una pausa y después murmuró. Bien, que se le ponga a limpiar las vasijas del laboratorio. Despues veremos.
Así fué como el descubridor de las leyes de la inducción electromagnética entró, para no salir más, para suceder al físico Davy, en la Institución Real de Ciencias. Davy ya era muy tarde. comprendió pronto, es verdad, la talla del que envió primero a limpiar vasijas, tarea que Faraday desempeñó, sin duda, con el encendido gusto de perfección que los sabios ponen en todas sus cosas. Sin embargo, cuenta Juan Bautista Dumas, cuando Faraday hablaba de Davy, ponía siempre en sus palabras un dejo de conmovida admiración. Qué noble, qué generoso era Faraday!
extraña y maravillosa. Era yo. dijo, esclavo del procónsul que gobernaba la provincia de Africa; los golpes y malos tratamientos que me prodigaba diariamente, sin razón alguna, me obligaron a huir, y para escapar más fácilmente a las persecuciones de mi amo, a quien obedecía toda la comarca, busqué refugio inaccesible entre las arenas y los desiertos, decidido a darme la muerte de cualquier manera si llegaba a carecer de alimento. Caminaba bajo los abrasadores rayos del sol de Mediodía, cuando encontré en mi camino una caverna aislada y profunda, en la que entré y me oculté. Apenas había entrado, cuando vi un león que tomaba el mismo camino. El animal tenía una pata ensangrentada y andaba con dificultad, quejándose y gimiendo como si padeciese violentos dolores. Aterrome al pronto su presencia; pero en cuanto entró el león en la caverna, que, como vi en el acto, era su ordinaria guarida, y me vió ocultándome en el fondo, acercóse con aspecto dulce y sumiso, levantó la pata, presentándomela, y parecía que me demandaba socorro. Cogila con la mano, le arranqué una espina muy gruesa que se había clavado, apreté para que saliese la carne corrompida, y cada vez más tranquilo, atendiendo cuidadosamente a la operación, conseguí purificar y secar por completo la herida. Entonces el león, al que había aliviado y librado de sus sufrimientos, se acostó y se durmió, dejándome la pata entre las manos. Desde aquel día vivimos juntos, habitando durante tres años la misma caverna y compartiendo los mismos alimentos. Cuando regresaba de sus cacerías, traíame los mejores trozos de las presas que había cogido, y como carecía de fuego, los asaba yo al sol a la hora de mediodía. Sin embargo, habiéndome cansado de aquel género de vida, un día, mientras el león estaba cazando, me alejé de la caverna. Después de tres días de marcha, encontróme un grupo de soldados, que se apoderaron de mi; traído a Roma, comparecí ante mi amo, que en el acto dictó mi sentencia de muerte, condenándome a ser entregado a las fieras. Veo que el león fué cogido también después de nuestra separación, y ahora, alegre al encontrar a su bienhechor, me muestra su agradecimiento. Tal fué, el relato de Androclo. En seguida se escribió su aventura en una tablilla, que se hizo circular entre los espectadores, concediéndose perdón al esclavo, a petición de todos, y además quiso el pueblo que se le regalase el león.
Más adelante le vi, teniendo atado al león con una endeleble correa, paseando por todas las callles de la ciudad; dábanle dinero, arrojaban flores al león, y por todas partes exclamaban. Ved al león que dió hospitalidad a un hombre; ved al hombre que curó al león. BENJAMIN TABORGA Rep. Argentina.
Androclo y el león Un día, había llevado al pueblo romano al circo el espectáculo de una cacería en que habían de combatirse considerable número de animales. Encontrándome en Roma a la sazón, quiso presenciarla, y vi soltar en la arena gran número de animales salvajes de fuerza y dimensiones prodigiosas y extraordinaria ferocidad. Admirábase especialmente una manada de leones enormes, entre los que descollaba uno, cuya monstruosa corpulencia, rápidos saltos, terribles rugidos, abultada musculatura y flotantes melenas, asombraban a los espectadores y atraían todas las miradas. Introdujose a los desgraciados que habían de pelear con las fieras, encontrándose entre ellos, un esclavo llamado Androclo, que había estado al servicio del procónsul. En cuanto el león vió a aquel hombre, paróse, como asombrado por su presencia, dirigióse en seguida dulcemente a él, y se le acercó poco a poco, mirándole como si le conociese. Llegado junto a él, se frota con su cuerpo, agitando la cola con aspecto sumiso y cariñoso, como perro que acaricia a su amo, y lame los pies y las manos del desgraciado, a quien el terror había privado de sentimiento. Pero viéndose Androclo acariciado por el terrible animal, cobra ánimos, abre los ojos, y se atreve, al fin, a mirar al león. Entonces, como si los dos se reconocieran, fue de ver al hombre y al león mostrarse reciprocamente profundo regocijo. Ante tan extraño y conmovedor espectáculo, todo el público rompió en aplausos; y habiendo mandado el César que le llovasen en seguida a Androclo, le preguntó en qué consistía que aquella fiera le había perdonado a él solo. El esclavo refirió entonces la aventura más Contado por AULO GELIO (Noches Aticas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica