280 REPERTORIO AMERICANO iprefiramos. caer bajo el garrote a mancillar los ínclitos aceros!
LA EDAD DE ORO GUILLERMO VALENCIA Lecturas para niños Colombia. Suplemento al Repertorio Americano)
Anécdota El brindis de Sócrates adPor qué o por quién brindas, Sócrates? volvió a decir Platón. Quedó el maestro viendo alrededor, y fijando la mirada en Autólico. Muchacho, tú no has intervenido en nuestra disquisición. en qué has pensado mientras nosotros hemos hablado. en la belleza, probablemente, como Critóbulo. Autólico, sorprendido, comenzó a echar sangre por las mejillas, tanto más hermoso el joven, cuanto la vergüenza le daba un baño de pudor femenino que volvía embelesante su agraciada persona. Lycón hubo de responder por él: este niño, cuando ocurre que no escucha, le sucede que está pensando en su padre. Estuve pensando en mi padre. repitió Autólico con voz del cielo. Todos los convidados aplaudieron estrepitosamente; y Sócrates propuso un brindis por por el amor de Autólico a su padre.
El rey Giges consultó un día al dios Apolo acerca de su suerte, y teniéndose por el más afortunado de los mortales, dijo. Oh tú que escudriñas con la vista los últimos rincones de la tierra y conoces a todos los hombres, dime įhay en ella alguno más feliz que yo. Aglao, respondió el dios, es más feliz que tú. Sorprendido el rey, quiso saber en dónde vivía ese monarca poderoso, ese general nunca vencido, ese conquistador triunfante cuya gloria y riquezas fueran mayores que las suyas. El dios respondió que lo mandase buscar, y que no tardarían en dar con él, puesto que el cielo mismo iría guiando a los pesquisidores. Giges, humillado de que hubiese un hombre más feliz que él, puso su ahinco en saber quién era ese Aglao y dónde estaban sus dominios: mandó, pues, comisiones por los cuatro vientos, halagando al descubridor con la promesa de una regia propina.
En un sombrío valle de la Arcadia se estaba un hombre entrado en edad a labrar la tierra con sus manos. Oh tú, le dijo uno de los pesquisidores; oh tú que por tus años debes de haber visto y oído muchas cosas. sabes por ventura quién es y dónde vive un tal Aglao, a quien los dioses tienen por el más feliz de los mortales? Yo soy, respondió el viejo; soy ese Aglao a quien los dioses han agraciado con la felicidad, ingiriéndole en el pecho el deseo del bien, y otorgándole la práctica de las virtudes. Por mi trabajo lo necesario no me falta: ni odio ni codicia en mi corazón: mi esposa, adorada, corresponde con santo amor mi afecto sin que me hubiese dado jamás motivo de desconfianza. Hijos obedientes, sumisos e inclinados al bien. Tranquila y constante alegría dentro de mí: bondad, caridad con mis vecinos, los cuales me quieren y respetan. Un día fuí a Delfos: viéndome allí, me pasó por la cabeza preguntar al oráculo quién era el hombre más feliz del mundo. Aglao, respondió la pitonisa, no hay hombre más feliz que tú en el mundo.
JUAN MONTALVO (Siete Tratados. Caballeros teutones De heroico siglo en apartado dla cruzaba una pareja de teutones por las llanuras de la vieja Hungría, olvidados con noble bizarría, de escudo, capacetes y trotones.
Tan sólo a sus cinturas eslabona pesado anillo la marcial tizona que a sus puños de acero confió el rito: bajo el limpio metal que la aprisiona no ha turbado sus sueños el delito, ni en baja lid con la mesnada oscura jamás melló sus filos tajadores, ni, de su temple y su virtud segura, se abatió nunca a combatir la impura falange de malsines y traidores.
Zurda banda de pillos y gañanes con la pareja solitaria cierra, que, entre la grita audaz de los rufianes y al golpe de sus toscos guayacanes, en sangre moja la manchada tierra. destrozar la sórdida gavilla bastaba la teutonica cuchilla; pero. la ley caballeresca manda perecer sin defensa en la demanda antes que herir a gentes de trailla.
Lustro consigan los honrados fueros, de la altivez al generoso brote; a estilo de los bravos Caballeros, El que quiera ser feliz, prosiguió el maestro, bugque la paz del alma en un obscuro valle, donde no vivan sino hombres sencillos y buenos; tema a los dioses, y practique las virtudes en el seno de familia casta y humilde. Mientras vivamos metidos en los torbellinos que llamamos ciudades, hemos de vivir rodeados de enemigos que procuran hacernos perjuicio con razón o sin ella.
JUAN MONTALTO (Slete Tratados. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica