Violence

232 REPERTORIO AMERICANO La muerte de Adonis Palabras de una intelectual ante Rodolfo Valentino Mas no me conmoviste ni me hiciste soñar. El deslumbrado rendimiento de mis hermanas tornábamefante til en Amazonaſerguida, casi hostil. Luego de verte, no quedaba «callada y estremecida. como alguien ha dicho. Analizaba, con toda fría justicia, tu gentil figura. la fina gracia de tus movimientos, la sencillez de tu juego escénico, que era una «dificil facilidad. y no escatimaba el elogio cuando en los momentos culminantes del drama, tu emoción muy latina rompía sabiamente, en angustia, en violencia, en dolor, los moldes convenicionales de la pantalla, y eras ya, más que actor, artista de veras.
Pero. un héroe, un idolo, un ideal. No. Los lacios cabellos, casi indios. los pequeños ojos oblicuos, el oralo inexpresivo de la cara, aun cierta delicada languidez; no eran el ensueño de la mujer meridional de cuerpo y espiritu que, intelectualizando sus emociones, cree ver, en su admiración por los rubios y sonrosados bárbaros del Norte, la aspiración hacia toda una raza más fuerte y más pura.
ME UEREN jóvenes los amados de los dioses. Una vez más, sube inevitablemente a los labios el viejo verso griego, ante la brusca desaparición, casi súbita, del que en breves años pasó de la pobre obs.
curidad anónima a una celebridad casi insolente, y que muere en pleno goce, en pleno triunfo, cuando todos los terrenales tesoros eran como piedras preciosas con que jugaran sus finas manos acariciadoras. Todo lo tenía su espléndida juventud victoriosa. la gloria, el.
aplauso, el dinero, la fama. Oh, más aún. toda una intensa y casi universal adoración femenina que lo envolvía, no en falaces humaredas de incienso, sino en cálido perfume turbador. simbólicamente, la Vida era tan sólo como una mujer más, que fascinada se le ofrecía, con dulce gesto y húmeda sonrisa de vencida.
La visión de las desoladas muchedumbres femeninas que se agolpaban frente al hospital durante las horas de su rápida enfermedad angustiosa, y que ahora esperan bajo la lluvia, apiñándose en cuadras y cuadras de la calle neoyorquina, el minuto doloroso de contemplarlo por última vez. no evoca ante nosotros el antiguo rito pagano: las desmelenadas y ululantes mujeres del Asia Menor gritando su amorosa cuita ante el cadáver de Adonis, el más hermoso de los adolescentes, muerto por los celos de un dios, como a Valentino pudo matarlo la rencorosa envidia de miles de hombres a quienes su prestigio de seductor humillaba cada día, de lejos, y casi sin querer. Júpiter, compadecido de sus adoradoras, no devolverá hoy a la luz de los cielos al juvenil semidiós de Hollywood, Pero. no vemos ya cómo comienzan a tejerse a su alrededor las mayas sutiles de la leyenda?
Se habla de su inmensa prodigalidad, fastuosa y caritativa, de su sencillez en medio de los triunfos, de su desprecio al dinero que le caía en las manos a raudales; una voz de ultratumba, encarnando la enorme sorpresa del mundo ante esta muerte inesperada, habla ya del crimen misterioso, del enemigo desconocido e implacable que desliza el veneno entre los licores de la orgía; manana, acaso se nos diga que unas noches antes Valentino presintió su fin próximo, viéndose a sí mismo en un espejo, desdibujado, sonriente y pálido como en su última aparición fantasmal en Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. dentro de algunos siglos, cuando no quede ni su imagen en la fragilidad de las películas, quedará su nombre como el de un ser fantástico. Valentino, el amado de todas las mujeres. y él, también, habrá entrado en el mito.
Pero, iqué cruél ironía del destino se enseñoreó de los últimos momentos de este hermoso muchacho feliz! El Adonis contemporáneo murió privado de toda ternura fe.
menina: Venus no entro, con lágrimas pugnando por empanar sus claras pupilas de inmortal, a besar por vez última a su amado; cuando el joven pidis que le abriesen las ventanas, sin saber que eran las que le cercaban las espantosas sombras de la agonía, ninguna honda mirada de mujer colmo de una postrera luz, ya casi inmaterial, sus ojos angustiados. La devoción femenina que lo persiguiera durante su vida de meteoro no veló junto a su lecho de muerte: las esposas, las amantes, la novia, estaban lejos, y la humilde muchacha que acaso lo amara más que todas, como ídolo romántico e inaccesible, tampoco pudo llegar hasta el en esa hora suprema, No te admiré, Rudy. más bien, si, te admiré por tu porte y aun por tu encanto.
Pero has muerto, Rudy, cuando te esperaban muchos años colmados de todas las dichas humanas; eras joven, gallardo, sonriente, amable: no debías morir. has muerto casi solo, solo entre el clamor apasionado que no atravesaba las puertas encristaladas del hospital. Se ha plegado para siempre tu sonrisa un poco enigmática, de la que no supimos jamás si era melancólica o jactanciosa; te hån maquillado, no para la cruda luz de la pantalla, sino para las tinieblas de la tumba; estás tendido, rigido. cuán trágicamente mudo ahora, tú, cuya voz nunca oímos, en esta tu terrible exhibición postrera. la Amazona cruza por entre las planideras que se arremolinan contra puertas y paredes, y que no la ven; llega a tu lado, te mira; no desata sus cabellos, porque como todas tus contemporáneas, los dejó desde hace tiempo en manos del peluquero, sin guardarlos ni para la caricia de los que te envidiaron, ni para la ofrenda ante tu ataud; pero inclina la frente, deja caer el acero, el escudo y las flechas, y.
oprimiendo conmovida su único seno, llora sobre ti, no el estridente sollozu histérico, sino todas las lentas y silenciosas lágrimas de la piedad. PENTESILEA. 1926 (t1 Figaro. Habana. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica