Strike

78 REPERTORIO AMERICANO Este escritor hispano americano, que mente interpretado e incorporado con tan perdido en el fondo de Chile, los lectores del Mercure de France arte a una vibrante pintura de cos. que se aleja de nosotros, no solaconocen y aprecian, y sobre el cual tumbres, a una serie de cuadros su mente en el espacio, sino también el Sr. Jean Royére les ha hablado, gestivos, en su variedad, de la vida en el tiempo, y parece perderse en notando que posee «un estilo direc profunda de una raza. JOHN CHAR anacronismos y en sueños. Esa peto y maravillosamente evocador. ha PENTIER. Mercure de France, 15 de queña ciudad, esas gentes, criollos, logrado hacer, en efecto, una obra febrero. bandidos, curas, burgueses, políticos, épica y legendaria (la primera de un militares de uniformes cómicos: todo ciclo que interpretará la vida de la «Francisco Contreras que, desde hace está pintado según un exotismo sinAmérica Española) y que, si se ins largo tiempo, reside en Paris, donde cero y perfectamente estilizado, y pira en la realidad, exalta ésta hasta sirve con igual fervor las letras de parece, revivir en aquel país fantael mito. Los personajes que el Sr. su pais y las nuestras, ha sabido sista que llamaban antaño las Islas, Contreras anima en paisajes brillan conciliar armoniosamente, en su per. de donde han volado las Clara Eltes de sol, y nos muestra en aven sonalidad, las nostalgias y turbulen lebeuse y las Pommes Anis de turas ya cómicas y pintorescas, ya cias del ainericano con una cultura Francis Jammes. Un universo commisteriosas y dramáticas, son los re firme y auténtica asimilada entre nos pleto nos aparece, con su forma y presentantes de una raza: ardiente y otros. Así, su libro La Ville Merveil su sombra, realidad y ensueño, invigorosa, que conserva sus instintos leuse, escrito en francés pero lleno ventado por un escritor que ha sabijóvenes y cuyas pasiones se compli del alma americana, consigue, al con do sentir su patria y, asimilarse, con se avivan de supersticiones trario de tantas traducciones, revelar mesura y un gusto perfectos, sombrias o pueriles. Paréceme hallar nos su ambiente extranjero y enri nuestro arte, nuestra lengua y nuesen el Sr. Contreras algo del verbo a quecer nuestra sensibilidad. Es una tra cultura. Esta ciudad maravillosa veces excesivo de un Paul Adam a especie de epopeya en episodios di forma de hoy más parte de nuestra quien sus afinidades atraían, por lo versos, pero en los cuales aparecen geografía poética y ha de fijarse demás, hacia la América Latina; pero los mismos personajes. Por lo demás, entre nosotros de manera inolvidable, este verbo, aquí despojado de ideo lo que se ha propuesto el autor no como una estrella encontrada de nueslogia, se enriquece, en cambio, de es el desarrollar una intriga, es el tras mil y una noches. JEAN Cassou.
todo un folklore admirable, ingeniosa sugerir todo un mundo tan lejano, La Revue Europeenne, mayo. can una El hombre verde. El hombre verde historia Ud comprenderá que su heroina no podía ser vieja ni fea. Sin necesidad de que se la describa puede Ud. imaginarse la indumentaria de mujeres de esta clase.
En el medio de la habitación, con el sombrero en la mano y sin hablar ni escutchar ninguna palabra permanecí, sin exageNo sé decirle por qué me estremeci violen ración, como veinte minutos. Al fin Alicia tamente cuando lei en el sobrescirto. Para habló. fijese Ud. en todas y cada una de el hombre verde. las frases porque ellas se la darán a coMe daban una cita en una casa que a nocer mejor de lo que podría mi discurso.
pesar de nii escaso conocimiento de esta. En qué te ocupas?
ciudad, a donde llegué hace poco tiempo. En nada, le contesté cinicamente.
comprendí que quedaba en los suburbios. Como que eres medio poeta?
Firmaba únicamente Alicia, pero no era Sí; es cierto.
posible equivocarse. Alicia era la dama del Mis contestaciones parecian agradarle soParque Central. Por lo demás, el texto no bremanera. Le complacia aquella fácil presa podía ser más lacónico: codiciada por su sensualidad: un adoles. Necesito hablarle de toda necesidad. cente ocioso y, hay que agregarlo, vicioso, hoy a las dos de la tarde, en la casa No.
que además hacia versos. Por eso su voz de tal calle. revelaba contento e interés cuando agregó: Excuso decirle que concurri. La casa que. Entonces se puede decir de ti que daba, como había previsto, en los alrede eres un bohemio?
dores de la ciudad. Era casi una casa de Si.
campo y a ella conducia una avenida de Después un largo silencio como de mecipreses.
dia hora. Aquella mujer me acechaba, acos ¿Una señora que se llama Alicia? tada cómodamente y con los ojos semice Sí; aqui es.
rrados a veces. Me cansé de estar de pie La pizpireta sirviente me miró con curio y, fatalmente no había ningún asiento en sidad y agregó sin pedirme que dijese mi la habitacion y con lo que no puedo llanombre. Hace un rato que lo está espe mar osadía porque se caía de su pesorando. Pase Ud.
todo estaba calculado me fui a sentar a Entré a la habitación a que me conduje los pies del diván. Pero tengo que conferon. Casi estaba desnuda de muebles. En sarlo que aunque yo no soy un colegial, el un ángulo había una pequeña mesita y en lujo y la clase de aquel temible. huésped ella cigarrillos, y a lo largo de una pared me intimidaba y mis movimientos tuvieron un cómodo diván; y nada más, ni una silla la brusquedad del que necesita apelar a siquiera. En el diván me esperaba la dueña todo su valor para salir de una posición de la casa, semitendida. Quiere que se la embarazosa.
retrate? Para qué. Todo huelga aqui. Por la Se sonrió al verme sentarme a su lado, la calle, donde me había detenido, aquel pobre muchacho, exaltado y nervioso, me contó la siguiente extraña historia, según me dijo «porque las espaldas de un solo corazón 110 podían con tanta pena. Habló asi. Estaba sentado en una de las bancas que se encuentran en nuestro Parque Ceiltral, cabe la estatua de Colón, donde habia liegado como siempre vagabundo y ocioso, cuando se aproximó la desconocida, aconpañiada de otra mujer. Se sentaron en una banca cercana.
Permanecimos los tres algunos momentos en silencio, contemplándonos furtivamente, hasta que la desconocida habló, dirigiéndose a su amiga en voz queda, pero que oi distintamente, al mismo tiempo que con sobrio movimiento me señalaba con el dedo. Mira: el hombre verde. hasta entonces no me fijé en que increcía esta denominación. En efecto, Ud.
sabe que desde que me conoce me toco de verde: verde era mi traje, de un verde oscuro; de un verde más claro. mi sombrero; verde mi corbata; mis zapatos, aumque amarillos, estaban a tono. Debo llamarle Ja atención sobre que mis ojos también son verdes.
Dos o tres veces mas sin previo acuerdo pero con tanta exactitud como si acudiéramos a una cita nos encontramos la desconocida y yo a la misma hora de la tarde y al pie de la estatua de Colón. la seniana siguiente transitaba yo por una calle de la ciudad cuando se me acerco un chiquillo y me entregó un sobre abierto. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica