94 REPERTORIO AMERICANO se ve que también habita tierno amor en la ciudad.
lanzando al aire sus quejas. Has visto flotantes rejas que de juncos y espadañas se tejen entre las caſas, entre verdes carrizales, y cuál sube en espirales el humo de las cabañas?
Ese afecto sin igual también aqui domicilia, para formar la familia y mantener la moral; como en el campo, inmortal purifica y regenera, germen de luz hechicera de su seno se desprende, y con sus llamas enciende a la humanidad entera.
cuando la música rueda en tropel manso y sonoro, que de mil citaras de oro el ritmico son remeda; cuando se arrastra la seda crujiente de los vestidos; cuando rostros encendidos y ojos que brillo derraman los corazones inflaman y enardecen los sentidos; y las lámparas redondas que aprisionan luces bellas, derraman lluvia de estrellas alumbrando tenues blondas; cuando perfumadas ondas llegan la frente a besar, y en el alma a despertar deseos vagos, sin nombre, que tan sólo siente el hombre y no los puede expresar; cuando una sonrisa suma.
de unos labios sonrosados se esconde tras los calados de un abanico de pluma; cuando entre encajes de espuma se envuelven formas de ondina; cuando el alma se ilumina, y encendida, absorta, inquieta, la inspiración del poeta vuela a una región divina; entonces, esos rumores, esas sonrisas y espumas, esas complacencias sumas con que sueñan los cantores; esos rosados albores, ese enjambre seductor de luz, aroma y color y ese extraño y dulce anhelo, son los efluvios del cielo que los condensa el amor!
Porque el amor se engalana, arde, se mueve y palpita, dondequiera que se agita la congregación humana.
La guitarra castellana, el son de la guzla mora y la cuerda vibradora del dulce Aberle y de Olmedo, traducen en ritmo ledo de amor la voz seductora.
De este amor la esencia tiene mucho de grande y fecundo, y el equilibrio del mundo con fuerza vital mantiene; en sus misterios contiene luz, armonía y placer. Qué irresistible poder. Cómo embriaga y enajena! cómo al hombre encadena a los pies de la niujer.
Ya ves que a los corazones que moran en la ciudad, les brinda felicidad el amor de los salones; vienen bellas ilusiones en tropel encantador a iluminar del dolor las tristes noches oscuras, pues es fuente de venturas infinitas este amor. Has visto tú la majada como en el llano retoza, cómo juega y se alboroza del pastor a la llamada. no has visto en la enramada esas gotas diamantinas que en las flores purpurinas está la luz reflejando, y las desprenden volando bandadas de golondrinas. Has visto tú en la pradera cómo a admirarla convida una apacible y florida mañana de primavera. Cómo tímida y ligera la cervatilla inocente en el agua de la fuente apaga la abrasadora.
sed, y corre, y sin demora hacia el boscaje, impaciente. Has visto en noche serena reflejarse en la laguna la blanca luz de la luna de melancolía llena. Has mirado a la azucena que se cubre de rocío. Has oído el murmurio que producen confundidas náyades adormecidas sobre las ondas del rio?
RUBÉN. Pues amor del campo, mira. Has oido alguna vez como en bosques de ciprés un arroyuelo suspira? no has visto cómo gira la inconstante mariposa, volando de rosa en rosa, y ciega, sin tino y loca, el cáliz apenas toca con el ala temblorosa. no has mirado lucir de agreste cerro en la falda los cambiantes de esmeralda, los cambiantes de zafir. Has escuchado el gemir de la amorosa torcaz allá en la selva feraz, donde el silvestre murmullo se confunde con su arrullo como símbolo de paz. Has visto de la arboleda en el follaje tupido de dos tórtolas el nido que acaricia: el aura leda; y no has visto cuál remeda tiernos suspiros la fuente, que moja con su corriente la verde, mullida grama que de espuma se recama al crepúsculo naciente. Has oído la armonía misteriosa de los montes, el trino de los zenzontles al despertar claro el día. Has mirado la poesia del valle de luz escaso cuando el sol baja al ocaso. has oído el aura pura que parece que murmura églogas de Garcilaso. has mirado a las abejas libando miel del rosal, y has escuchado el zorzal ¿Has mirado, al brillo puro del sol, en dias de calmas, cómo estremecen las palmas su retoño verde oscuro con movimiento inseguro. has sentido el sin igual soplo de ambiente otoñal cuajado de mil aromas, al perderse entre las lomas susurros del cocotal?
Cuando allá en la noche oscura con su cítara de plata llega a dar su serenata un trovador sin ventura, con inefable ternura sus notas al viento deja, y al preludio de su queja, en el balcón donde canta, oye una voz que le encanta al través de aquella reja. esa voz, esa expresión ardiente y entrecortada, vaga y trémula, escapada de un femenil corazón, viene a aumentar la ilusión con su tierna vaguedad, y en la dulce intimidad que se goza en esa cita. Pues esos tiernos cantares y murmurios y sonrisas, y quejas de blandas brisas y susurros de palmares; de los verdes olivares los melódicos rumores, y esas palabras de amores que dicen en tonos suaves las espumas a las aves y las aves a las flores. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica