78 REPERTORIO AMERICANO Página lírica de Gregorio Gutiérrez González Una lágrima Te ví, te amo mi corazón de niño con delirio virginal y santo.
Yo era tan joven y te amaba tánto. que fué mi pecho para ti un altar.
Con tu desdén o con tu amor soñando en mis horas de pena o de alegría, por mi mejilla juvenil sentia silenciosa una lágrima rodar.
II Fuiste la luz de mi primer mañana, fuiste el objeto de mi amor primero, el bendecido y mágico lucero que alumbró la ilusión de mi niñez. desde entonces sin cesar sentia al palpitar mi corazón amante, por mi marchito y pálido semblante, deslizarse esa lágrima otra vez. Julia Juntos tú y yo vinimos a la vida, llena tú de hermosura y yo de amor; a ti vencido yo, tú a mi vencida, nos hallamos por fin juntos los dos! como ruedan mansas, adormidas, juntas las ondas en tranquila mar, nuestras dos existencias siempre unidas por el sendero de la vida van.
Tú asida de mi brazo, indiferente sigue tu planta mi resuelto pie; y de la senda en la áspera pendiente a mi lado jamás temes caer. tu mano en mi mano, paso a paso, marchamos con descuido al porvenir, sin temor de mirar el triste ocaso donde tendrá nuestra ventura fin.
Con tu hechicero sonreir sonrio, reclinado en tu seno angelical, de ese inocente corazón, que es mio, arrullado al tranquilo palpitar. la ternura y el amor constantes en tu limpia mirada vense arder, al través de dos lágrimas brillantes que temblando en tus párpados se ven.
Son nuestras almas místico ruido de dos flautas lejanas, cuyo són en dulcísimo acorde llega unido de la noche callada entre el rumor; Cual dos suspiros que al nacer se unieron en un beso castísimo de amor; como el grato perfume que esparcieron flores distantes y la brisa unió. Cuánta ternura en tu semblante miro!
Que te miren mis ojos siempre asi!
Nunca tu pecho exhale ni un suspiro, y eso me basta para ser feliz. Que en el sepulcro nuestros cuerpos moren bajo una misma lápida los dos!
Mas mi muerte jamás tus ojos lloren!
Ni en la muerte tus ojos cierre yo!
1850 Cuando al encuentro del placer salimos, cuando sentimos el primer amor, entusiasmados de placer cantamos y evaporamos nuestra dicha al compás de una canción!
Pero después. nuestro placer guardamos, como ocultamos el mayor pesar; porque es mejor en soledad el llanto, y crece tanto nuestra dicha en humilde oscuridad!
Sólo en oscuro, retirado asilo puede tranquilo el corazón gozar; sólo en secreto sus favores presta siempre modesta la que el hombre llamó felicidad. Conoces tú la flor de batatilla, la flor sencilla, la modesta flor?
Asi es la dicha que mi labio nombra; crece a la sombra, mas se marchita con la luz del sol!
Debe cantar el que en su pecho siente que brota ardiente su primer amor; debe cantar el corazón que, herido, Flora afligido, si ha de ser inmortal su inspiración!
Porque la lira, en cuyo pie grabado un nombre amado por nosotros fué, debe a los cielos levantar sus notas, o hacer que rotas todas sus cuerdas para siempre estén.
Pero ¡cantar cuando insegura y muerta la voz incierta triste sonará. Pero cantar cuando jamás se eleva y el aire lleva perdida la canción, triste es cantar. Triste es cantar cuando se escucha al lado de enamorado trovador la voz. Triste es cantar cuando impotentes vemos que no podemos nuestras voces unir a su canción!
En el delirio de mi amor ardiente, en tu hermosura o tu candor veía del cristiano a la candida Maria, del musulmán la voluptuosa Huri. delirante y ciego quise entonces arrojarme a tus plantas y adorarte, mas sólo pude en mi ansiedad mostrarte que rodaba una lágrima por ti.
IV Pero después tu corazón de ángel contra mi pecho palpitó inocente, y con su fuego se tiño tu frente del suavísimo velo del pudor. al beber el amor en tu mirada y con el fuego de tus labios rojos, senti brotar de mis ardientes ojos una quemante lágrima de amor. Todo pasó. Tu nombre solamente como un vago recuerdo me ha quedado, y el fuego abrasador, casi apagado, de mi ardiente, extraviada juventud. hoy otra vez al ensayar mis cantos verti al recuerdo de tan bella historia una lágrima ardiente a tu memoria que humedeció las cuerdas del laud.
Por qué no canto? Domingo Diaz Granados ¿Por qué no canto. Has visto a la paloma que cuando asoma en el oriente el sol con tierno arrullo su canción levanta, y alegre canta la dulce aurora de su dulce amor? eno la has visto cuando el sol se avanza y ardiente lanza rayos del cenit, que fatigada tiende silenciosa ala amorosa sobre su nido, y calla y, es feliz?
Todos cantamos en la edad primera. cuando hechicera inspiranos la edad, y publicamos necios, indiscretos, muchos secretos que el corazón debiera sepultar!
Más tú debes cantar. Tú con tu acento al sentimiento más nobleza das; tus versos pueden fáciles y tiernos hacer eternos tu nombre y tu laud. Debes cantar!
Canta, y arrulle tu canción sabrosa mi silenciosa, humilde oscuridad!
Canta, que es sólo a los aplausos dado con eco prolongado tu voz interrumpir. Debes cantar!
Pero no puedes, como yo he podido, en el olvido sepultarte tú; que sin cesar y por doquier resuena y el aire llena la dulce vibración de tu laud.
Áures De peñón en peñón turbias saltando las aguas de Aures descender se ven; la roca de granito socavado con sus bombas haciendo estremecer.
Los helechos y juncos de su orilla temblorosos, condensan el vapor; y en sus columpios trémulas vacilan las gotas de agua que abrillanta el sol.
Se ve colgando en sus abismos hondos, entretejido, el verde carrizal, como de un cofre en el oscuro fondo los hilos enredados de un collar.
No hay sombras para ti. Como el cocuyo el genio tuyo ostenta su fanal; y huyendo de la luz, la luz llevando, sigue alumbrando las mismas sombras que buscando va. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica