2019 REPERTORIO AMERICANO Página lírica de Alfonsina Storni Del tomo Antologia de la Poesia Argentina Moderna. 1900 1925. Con notas biográficas y bibliográficas. Ordenada por JULIO Noé. Edición de Nosotros, Buenos Aires. 1926.
La inútil primavera Soy Veintiocho veces van que yo la veo trabajando capullos del rosal; llegó cumpliendo, ardiente, mi deseo, cuando la tuve, todo ha sido igual: Preparé un himno y se murió en gorgeo, me eché a ser rio y terminé canal; en otra primavera. devaneo!
Ya está de nuevo y sigo con mi mal. Veintiocho veces van. De diez, yo guardo memoria triste de aquel paso tardo con que los días del invierno van Hollando el alma para hacerle casa: ieintiocho veces van que inútil pasa. Cuántas, por verla aún, me faltarán. Soy suave y triste si idolatro, puedo bajar el cielo hasta mi mano cuando el alma de otro al alma mia enredo.
Plumón alguno no hallarás más blando.
Ninguna como yo las manos besa, ni se acurruca tanto en un ensueño, ni cupo en otro cuerpo, así pequeño, un alma humana de mayor terneza.
Muero sobre los ojos, si los siento como pájaros vivos, un momento, aletear bajo mis dedos blancos.
Sé la frase que encanta y que comprende, y sé callar cuando la luna asciende enorme y roja sobre los barrancos. Ocre. Peso ancestral Epitafio para mi tumba Tú me dijiste: no lloró mi padre; tú me dijiste: no lloró mi abuelo; no han llorado los hombres de mi raza, eran de acero.
Así diciendo te brotó una lágrima y me cayó en la boca. más veneno yo no he bebido nunca en otro vaso así pequeño.
Débil mujer, pobre mujer que entiende, dolor de siglos conocí al beberlo: joh, el alma mia soportar no puede todo su peso. Irremediablemente. que habéis matado, sill saberlo acaso, toda esperanza en ini. Vos, su criatura.
Porque él es todo vuestro: cuerpo y alma estáis gustando del amor secreto que guardé silencioso. Dios lo sabe por qué, que yo no alcanzo a penetrarlo.
Os lo confieso que una vez estuvo tan cerca de mi brazo, que a extenderlo acaso mia aquella dicha vuestra me fuera ahora. isi! acaso mía.
Mas ved, estaba el alma tan gastada que el brazo mío no alcanzó a extenderse: la sed divina, contenida entonces, me pulió el alma. él ha sido vuestro. Comprendéis bien? Ahora, en vuestros brazos el se adormece y le decis palabras pequeñas y menudas que semejan pétalos volanderos y muy blancos.
Acaso un niño rubio vendrá luego a copiar en los ojos inocentes los ojos vuestros y los de él unidos en un espejo azul y cristalino. Oh, ceñidle la frente. Era tan amplia. Arrancaban tan firmes los cabellos a grandes ondas, que a tenerla cerca no hiciera yo otra cosa que ceñirla!
Luego dejad que en vuestras manos vaguen los labios suyos; él me dijo un dia que nada era tan dulce al alma suya como besar las femeninas manos. acaso, alguna vez, yo, la que anduve vagando por afuera de la vida. como aquellos filósofos mendigos que van a las ventanas señoriales a mirar sin envidia toda fiestame allegue humildemente a vuestro lado y con palabras quedas, susurrantes, os pida vuestras manos un momento, para besarlas, yo, como él las besa. al recubrirlas, lenta, lentamente, vaya pensando: aquí se aposentaron ¿cuánto tiempo, sus labios, cuánto tiempo en las divinas manos que son suyas?
Oh qué amargo deleite, este deleite de buscar huellas suyas y seguirlas sobre las manos vuestras tan sedosas, tan finas, con sus venas tan azules!
Oh, que nada podría, ni ser suya, ni dominarle el alma, ni tenerlo rendido aqui a mis pies, recompensarme este horrible deleite de hacer mio un inefable, apasionado rastro. allí en vos misma, si, pues sois barrera, barrera ardiente, viva, que al tocarla ya me remueve este cansancio amargo, este silencio de alma en que me escudo, este dolor moral en que me abismo, esta inmovilidad del sentimiento que sólo salta, bruscamente, cuando nada es posible!
Carta lírica a otra mujer Vuestro nombre no sé, ni vuestro rostro conózco yo, y os imagino blanca, débil como los brotes iniciales, pequeña, dulce. Ya ni sé. Divina.
En vuestros ojos placidez de lago que se abandona al sol y dulcemente le absorbe su oro mientras todo calla. vuestras manos, finas, como aqueste dolor, el mio, que se alarga, alarga, y luego se me muere y se concluye así, como lo véis, en algún verso.
Ah sois asi? Decidme si en la boca tenéis un rumoroso colmenero, si las orejas vuestras son a modo de pétalos de rosas ahuecados.
Decidme si llorais, humildemente, mirando las estrellas tan lejanas, y si en las manos tibias se os aduermen palomas blancas y canarios de oro.
Porque todo eso y más, vos sois, sin duda; vos, que tenéis el hombre que adoraba entre las manos dulces, vos la bella Aquí descanso yo: dice Alfonsina el epitafio claro, al que se inclina.
Aqui descanso yo, y en este pozo, pues que no siento, me solazo y gozo.
Los turbios ojos muertos ya no giran, Los labios, desgranados, no suspiran.
Duermo mi sueño eterno a pierna suelta, me llaman y no quiero darme vuelta.
Tengo la tierra encima y no la siento, llega el invierno y no me enfria el viento, El verano mis sueños no madura, la primavera el pulso no me apura.
El corazón no tiembla, salta o late, fuera estoy de la línea de combate. Qué dice el ave aquella, caminante?
Traduceme su canto perturbante. Nace la luna nueva, el mar perfuma. los cuerpos bellos báñanse de espuma. Va junto al mar un hombre que en la boca lleva una abeja libadora y loca: Bajo la blanca tela el torso quiere »el otro torso que palpita y muere. Los marinos sueñan en las proas. cantan muchachas desde las canoas. Zarpan los buques y en sus claras cuevas »los hombres parten hacia tierras nuevas. La mujer, que en en el suelo está dormida. y en su epitafio rie de la vida. como es mujer, grabó en su sepulcro una mentira aún: la de su harturan. Ocre. Languidez. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica