REPERTORIO AMERICANO 367 siempre, el pie desnudo en la sandalia. Sólo lleva, porque le obligan: el pectoral de oro. Ahora ya es obispo. pero. qué. ahora sobre todo aquel en que se cumple la palabra del profeta. Haré más precioso que el oro fino al varón.
Un día, en la Catedral de Buenos Aires sube al púlpito. Es una ocasión solemne. Se celebra, después de mucha sangre, nuevamente derramada, la consagración de la gran ciudad para capital de la República. he aquí que la palabra del orador, lo que desilusiona a muchos, es sobria, sencilla, sin brillo, casi vulgar. Ah. Recordáis cuando años antes, alla en Catamarca, pedia a Dios esas palabras simples de los obreros evangélicos? Es que él es como aquel ingenuo que tenía la belleza hasta en las flores: es que él, como aquel otro hijo del Poverello, sábía que il est rain être pancre de fait si on est paurre par esprit. así, llevando su voluntad de sencillez hasta lo heroico, ha vestido de sayal y sandalia franciscana su palabra. la humildad le es querida como la niña de su ojo.
Hubiera llevado el yugo de que habla frate Egidio, con tal de conseguirla: Ed impero sorebbe buono se noi protessimo trovare alcuno peso grande e grave che di continuo noi potessimo tenere legato al collo, accioché sempre si tirase in giú, cioé che sempre ci facesse umiliare.
Acaso más que el salmista. él se siente pulvo y gusanillo de la tierra: Ego sum termix et non homo.
Un día, un franciscano que se apea muy urgido a la puerta de su convento, ve aproximarse a un herinano de la Orden y le pide que le tenga el caballo.
Tras un momento sale, da las gracias, monta y se va.
Al volver, por la tarde, sabe que el fraile que la estado teniendo la rienda de su caballo, es Fray Mamerto, obispo de Córdoba. a la pobreza, a la Santa Pobreza, como Francisco de Asís, la lace su esposa.
Desprecia al mundo y el mundo desaparece. Así San Antonio, en el desierto, anonadó un terrible demonio con sólo escupirlo en el rostro.
La gloria de la tierra es como ceniza en su boca. Para qué lo exterior a sí mismo? El es sólo un jardinero de su alma. quién sabe que luchas tiene con el Sobornador. Qué brega con el tercero de los enemigos del alma, la manzana eterna por quien se perdió el Paraiso? Pero la castidad es el cordel de sus riñones.
Como el incienso de perfume, os opulento de caridad, Ella es como el anillo de su mano. No da sólo de lo superfluo, sino de lo necesario y aún de lo indispensable. Es, como dice la Escritura. ojos al ciego y pies al cojo. Unos muebles finos que le regalan,. los rifa para fines piadosos. un día tiene que aceptar un sombrero y unas medias que le dan, porque no tiene con qué comprarlos. Otro, como tantos, no tiene que dar, y manda pedir prestados unos pesos a un vecino pudiente. Vesele a toda hora lodeado de pobres. Por ahorrar para ellos cambia la casa del obispado por otra más barata. él, obispo, se le puede llamar a oír la confesión de un enfermo a cualquier hora, como un simple ayudante de cura.
El arte de gobernar, que tanto temió, le sale fácil, porque tiene la prudencia, y sobre todo la tolerancia.
que es la caridad de las ideas.
Sus pastorales son como las cartas de una madrecita y de un padre, aconsejando a su hijo. El sacerdote, es verdad, debe ser santo, pero no es para eso el sacerdocio, sino para que siendo santo el que lo tiene esté consagrado al amor y a la grande obra de la santificación de sus prójimos. a La tercera gracia que os pido, es que llevéis, con paciencia al nuevo obispo. que no os avergoncéis de respetar y ser sumisos. excusándoos en la bajeza e indignidad de mi persona.
Al pueblo, recordando el Evangelio, le encarece sobre todo la fe. La fe que en él es firme como el diamante y activa como el mercurio. Sabéis por qué ya no hay milagros? exclama un día ante un concurso enorme ¿Sabéis por que ya no hay milagros?
Porque ya no hay. fe. Trabaja sin descanso como labriego. quo ve caer la tarde y mira que la mies a faenar aún es mucha.
No le sobra una hora para el recreo de la buena amistad que él ama, sin embargo. Pero a un cura que se queja de que sus ocupaciones no le dejan margen para abrir un libro, le contesta. Añada una hora de oración y le sobrará tiempo. Yo que soy algo más que cura tengo tiempo para todo, y si no estudio es porque no quiero. Recorre las anchas tierras de su diócesis, con sencillez de misionero y frecuentemente a pie. Para qué el boato episcopal? El es jornalero apostólico, y vedle dando los sacramentos, adoctrinando a los niños, confesando, predicando varias veces al día con aquellos labios en que aletea la paloma del Paracleto.
Así, en plena ruda faena, lo visita la muerte, que el ciertamente no temía, antes al contrario, en esto como en tantas otras cosas, igual al Poverello: Laudato sii mio Signore per suora nostra morte corporale.
Con la clarividencia del justo, la veía venir desde hacía tiempo:. Usted ha de tener que recomendar el alma de su pobre amigo escribe a un compañero. Yo camino a grandes pasos a la muerte. Pero esta última página de su vida es de veras digna del resto.
Un día, con su cuerpo de mendigo y su corazón de serafín, se dirige a los confines de su diócesis. La jornada va a ser ruda, porque se está bajo la rabia extrema del sol en aquella tierra penitente de La Rioja. El gerente del ferrocarril le ofrece un coche especial el señor obispo, res claro, sacó pasaje de segunda clase. pero no acepta y dice al oído de un compañero. Yo no puedo gastar en lujo, porque la plata que tengo no es mía, sino de los pobres.
Los canastos de avío que le han regalado para el in hospital trayecto de la última estación a La Rioja, los abre ahí no más, y los reparte entre todos sus compañeros de viaje. Después, con su propia mano.
les escancia el vino.
En el Recreo, toma la mensajería. Durante todo el camino habla de Jerusalén, porque los recuerdos de la ciudad dolorosa le vienen contemplando aquel paisaje ascético. El suelo color de sayal franciscano; la flora que lleva cilicio de espinas; el canto árido de las cigarras; el olor cinereo de las jarillas; las aspérrimas langostas del desierto del Bautista; los cardones como candelabros apagados; el polvo que se levanta como humo. El sufrimiento de la tierra ex tan patente, que lastima como el de un alma. Cada vez que el vehículo para, el obispo se interna en el bosque, y de rodillas, con los brazos en cruz, ora.
pidiendo para la tierra mártir la bendición del agua de los cielos.
Vuelve al fin de La Rioja. Viene contento de aquella gente de buena voluntad. Alli. ha dicho a un cura que se quejaba de la maldad del pueblo. Nosotros tenemos la culpa. Contento también porque ha bajado la lluvia abrevando la tierra y el anlielo de los hombres, y aliora él se interna nuovamente en el bosque a rezar su gratitud por todos. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica