Democracy

REPERTORIO AMERICANO 375 Página lírica de Diego Padró Hyacinto el pescador He aquí la vieja historia de un joven pescador que vivió en Chipre, isla de genio y fantasia, cuando de los talados bosques habian huido las ninfas y los sátiros, y en las playas de luto no se escuchaba el dulce canto de las sirenas.
Este joven, que pocos autores han citado, llamábase Hyacinto, y era fuerte y hermoso: ancho tórax, piel recia, manos largas y duras, y alta frente de ensueño, cuyo albor florecia entre los grandes rizos, negros y alborotados.
Todas las madrugadas del mes de Thargelión salía a pescar Hyacinto, el joven pescador, y bajo su ligera barca de mimbre blanco gruñían las revueltas olas del mar Egeo, como bajo el ventisco suelen grunir los lobos.
Esparcidos en ella ponía sus anzuelos, cestas de junco, cañas, cebos, nasas, sedales, y en la cava de popa guardaba para el viaje cebollas perfumadas, ostras en jugo agrio, queso del que cuajaban los pastores fenicios, y vino bien templado, contenido en vasijas hechas por algún genio rústico de su empo. cuando, al flujo áspero de la brisa, arribaba a un lugar de la costa, por él ya conocido, de grutas silenciosas y de intrincadas peñas que acodaban su sombra húmeda en los remansos, entonces, entre marchas, violencias, retrocesos, tumbaba el aparejo de su aquietada barca, echaba a fondo el ancia, que era de bronce jónico, y dejando las redes y anzuelos como estaban, bebía de su vino, comia de sus viandas, y luego, con los ojos fijos en el paisaje, el joven pescador nada hacía, soñaba. un dia, al regresar de esos recodos mágicos, los cestos siempre exhaustos, las redes intocadas, y todavía en sus ojos los sueños resbalando como hadas en el fondo de algún claro del bosque, oyo a las sembradoras del confin preguntándole. Hyacinto. qué has pescado. Qué has pescado, Hyacinto. con la risa ingénua que aprendió entre los suyos a todas él sabía responder en su lengua. Hoy 110 he pescado nada. Hoy 10 he pescado nada!
Vi au sátiro siguiendo las huellas de una ninfa y ante el rumor que hacían sus patas en la costa se ahuyentaron los peces que hubiese yo cogidor.
Otra vez, los ancianos marineros chipriotas, nuncios de buena pesca, lobos de la borrasca, al verlo retornar sonreido del viaje con cuerdas y trebejos del oficio a la espalda, fuéronle a preguntar, como siempre lo hacían. Hyacinto. qué has pescado. Qué has pescado, Hyacinto? el a todos decia de la misma manera. Hoy no he pescado nada. Hoy no he pescado nada!
He visto a las sirenas y al padre de los mares, y éste con el estruendo de su carro ligero y aquéllas con su coro de citaras y flautas espantaron los peces que hubiese yo cogidos.
Así contaba siempre el joven pescador, así contaba siempre, hasta que fué mayor. es lo cierto que entonces, tomando nuevos rumbos, mientras sobre su barca ligera restallaban los sordos y furiosos vientos del mar Egeo, ibanse realizando con líneas bien precisas las formas que sus sueños habían concebido, y vio, hacia los ribazos, al sátiro ardoroso las huellas persiguiendo de una desnuda ninfa; y vió, en las grandes olas, al padre de las aguas con su tropel de silfos, que iba sobre su carro guiando a toda prisa diez caballos marinos.
Kodaban por su cuerpo vetas fosforescentes y erigia un tridente pavoroso en la diestra, y su corona era dentada y revestida de perlas y corales. Todo esto vis Hyacinto. vió, donde las aguas estaban como en éxtasis, flotar a las sirenas de cabellos algosos luciendo sus diademas de cactus y madréporas.
Retozaban en bancos de coral y de limo y extendiendo sus colas aplanadas, cubiertas del sargazo profundo y de escamas doradas, se imprimían un raro movimiento en las ondas parecido a la danza circular de los sueños. eran todas gallardas, y reian, mostrando los dientes y los senos de alabastro purisimo. en sus brazos torneados, cosa hermosa, portaban añáfiles de plata y citaras de oro cuyo acento arrancaba lágrimas a las rocas. vió junto a su barca numerosos tritones que combatian ciegos de furor, esparciendo humo azul y burbujas por los anchos nasales, y provocando al punto con su estruendo la huida de aquellas tenebrosas hijas del océano, quienes al sumergirse de nuevo en sus refugios hacian lentejuelear sus formas fugitivas con temblores de fósforo. Todo esto vió Hyacinto. al volver ese día, curvando hacia los suyos, triste, caido el rostro, sin lumbre ya sus ojos, oyo que le decian las voces del camino. Hyacinto, qué has pescado. Qué has pescado, Hyacintu? él, en la lengua ruda que aprendió entre las olas, rugió a todas las voces que oia en el camino. Mucho he pescado, mucho. Traigo las cestas llenas. Hoy nada ha entorpecido los rumbos de mi harca! desde aquel entonces su red, como la lira de Arión privilegiado, atraía a los peces.
Nueva York, 1920. De La Democracia, San Juan de Puerto Ricole Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica