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REPERTORIO AMERICANO 131 nación bajo el cetro de Espuña; un territorio continuo, una lengua, la misma religión y la misma idiosincracia. Contradictorio, asimismo, de los intereses más altos de nuestra raza, intereses claramente definidos por los fundadores de nuestra vida independiente, los Sucre, los Bolivar, los Hidalgos que se propusieron crear naciones abiertas a toda la especie humana, una y otra vez la ambición y el cretinismo de los caudillos ha impedido que todos estos propósitos salvadores se consuinan. Todavía ayer, vimos fracasar por la décima ocasión, una de las coaliciones más urgentes. la caída de una especie de aborto demoniaco, que se llamó Estrada Cabrera, el gobierno civil revolucionario de Guatemala, se puso de acuerdo con los presidentes civiles del resto de Centro América y un dia glorioso, el cable informó al mundo que los cinco presidentes de la América Central habían renunciado a tus investiduras, constituyéndose en gobernadores de provincia a efecto de convocar una Asamblea constitutiva de la nación Centro Americana. Pero enseguida un golpe inilitar, un golpe de Estado, una resurrección del caudilaje, eclió por tierra el gobierno guatemalteco y el plan de unión se vino abajo con gran beneplácito de los intereses norteamericanos que intervienen en la política de la Ainérica Central. Aquí como siempre, se nos aparece el caudillo, marchando en los bordes de la traición y cso no obstante que en su jerga de politicastro, llama todos los días, traidores a los que no le siguen en todas sus infamias.
Pero no sólo ha sido el caudillo un malhechor del Estado, uin malhechor de la política; también en el orden económico es constantemente el caudillo el principal sostén del latifundio.
Aunque a veces se proclamen enemigas de la propiedad, casi no hay caudillo que no remate en hacendado. Lo cierto es que el poder militar trae fatalmente consigo el delito de apropiación exclusiva de la tierra; llámese el soldado caudillo, Rey o Emperador: despotismo y latifundio son términos correlativos. es natural, los derechos económicos, lo mismo que los políticos, sólo se pueden conservar y defender dentro de un régimen de libertad. El absolutismo conduce fatalmente a la miseria de los muchos y al hoato y el abuso de los pocos. Sólo la democracia, a pesar de todos sus defectos, ha podido acercarnos a las mejores realizaciones de la justicia social, por lo menos la democracia, antes de que degenere en los imperialismos de las repúblicas demasiado prósperas que se ven rodendas de pueblos en decadencia. De todas maneras, entre nosotros, el caudillo y el gobierno de los militares han cooperado al desarrollo del latifundio. Un examen siquiera superficial de los títulos de propiedad de nuestros grandes terratenientes, bastaría para demostrar que casi todos deben su haber, en un principio a merced de la Corona española, después a concesiones y favores ilegitimos acordados a los generales influyentes de nuestras falsas repúblicas. Las mercedes y las concesiones se lian otorgado, en cada caso, sin tener en cuenta los derechos de poblaciones enteras de indigenas o de mestizos qile carecieron de fuerza para hacer valer su dominio. De este sistema de simple ocupación brutal, procede la riqueza del hacendado de México, del estanciero de la Argentina, del gamonal del Perú. Algunos de los jefes de nuestra guerra de Independencia, hombres coino Morelos en México o más tarde, como Alberdi en la Argentina vieron desde entonces y proclamaron la necesidad de romper estos monstruosos inonopolios; cada una de nuestras revoluciones los combate; pero a medida que la revolución degenera en caudillaje, es el caudillo mismo el que aparece como terrateniente. así se prolongan la explotación y el abuso. Aún en países como la Argentina donde el caudillaje militar lleve años de muerto, In herencia del caudillaje perdura en la forma de las grandes cstancias que no se venden a ningún precio y que sólo se subarriendan a quien, llevado de la miseria acepta trabajarlas en condiciones de esclavitud. Si no fuese por la pequeña aristocracia de la tierra, Argentina, la gran nación del Sur, estaría ya en camino de rivalizar con los Estados Unidos del Norte; país este último que debe su prosperidad a las grandes libertades de su primera época y a la juiciosa distribución que hizo de las tierras, fraccionandolas entre pequenos propietarios que su vez se convierten en el soporte de la libertad. De igual suerte nosotros, no conseguiremos ningún serio adelanto, mientras perinitamos que perduron los dos azotes sociales: el terrateniente y el caudillo militar. no sólo no conquistaremos progresos sino que no aseguraremos la paz, mientras halla terratenientes y caudillos. La revolución mexicana de los últimos quince años no ha sido inás que un asfuerzo para romper el inonopolio de la tierra y el monopolio de la política, la explo tación del trabajador y la tiranía, el reeleccionismo, el militarismo en la política. Convulsiones semejantes tendrán que producirse en los demás países de nuestra América si los gobiernos no se adelantan a la desesperación popular, poniendo una mano salvadora sobre el más urgente de nuestros problemas sociales. Una simple hojeada a nuestra historia comprueba la tesis asentada. Cada uno de nuestros derechos aseguradoś, cada una de nuestras conquistas sociales, procede invariablemente de aquellos períodos cortos en algunas naciones, más largos en otras, en que el gobierno ha salido de manos de los jefes militares, para ser ejercido dentro de fornias civilizadas y democráticas. El desarrollo de la educación pública que casi siempre coincide con estos breves periodos de libertad, tiende a desterrar la influencia del caudillo. Desde que el argentino Sarmiento, implantó su gran reforma educacional, la Argentina no ha vuelto a producir Napoleones, ni encarnaciones de la revolución, ni salvadores de la patria. Lo mismo llegará a ocurrir en el resto de nuestras patrias. El poder creciente de la doctrina socialista en países como Véxico, la Argentina y el Uruguay, acabará por imponer gentes mejores en el gobierno y sistemas económicos más adecuados. Solo entonces podremos convencer al emigrante de que realmente aquellas tierras están destinadas a producir un tipo de civilización generosa y universal. Por ahora todavía en una gran proporción y con escepciones raras es un deber de veracidad, afirmar que la injusticia econónica y el despotismo, estorban el desarrollo de nuestra cultura y nos impiden lograr la fraternidad y la comunión de todas las gentes.
Sin embargo, para aquellos optimistas valerosos que gustan de ver más bien el aspecto risueño de las cosas, diré que por lo que hace a la teoría, a la convicción íntima y al dominio del espíritu, todas nuestras convicciones y todas nuestras tendencias nos llevan a concebir y a procurar la realización de las inás altas formas de convivencia humana.
Es curioso, por ejemplo, observar que mientras en la Europa de la post guerra el nacionalismo se recrudece y retorna a maneras casi agresivas, entre nosotros, en cambio, gana cada día inás adeptos el viejo plan de crear una federación poderosa con todas nuestras nacionalidades aisladas. De esta suerte, mientras Europa se desintegra en nacionalidades, nosotros nos encami.
namos a la forinación de un vasto Estado. En tanto que otros países afirman los muros aisladores del nacionalismo, nosotros procuramos abrir nuestras puertas a los influjos externos y a la inmigración extraña. Al proceder de esta suerte, confiamos, sin duda, en nuestros vastos recursos vírgenes y en el poder asiinilativo de nuestra cultura. Un poder de asimilación que se funda en la flexibilidad y la libertad, más bien que en el rigor de las normas. Poseemos naturalmente, desde antiguo, un tipo peculiar de cultura, una tradición ilustrada que nos ha defendido de la desaparición durante los períodos más negros de nuestras barbaries y tiranías. Con la orgullosa y sólida estirpe indígena, España combinó su sangre y su espiritu. Después rompimos, para siempre, con la monarquía, pero no con el pueblo español. En distintas épocas, se han hecho sentir también otras influencias. Francia, por ejemplo, debemos el culto de la libertad política y la fe en el mejoramiento social. El genio y el arte de Italia, la filosofia de Alemania, la música. austriaca, la literatura rusa, todo esto, ha dejado huella y ha producido ecos en aquella región de alma fecunda, plástica y libre totalmente de prejuicios ideales. Tanto es así que aún en las peores épocas de las tiranías, la libertad del pensamiento se ha mantenido inmaculada en toda clase de cuestiones filosóficas, religiosas, artísticas y aun sociales y económicas, pues comunmente la única exigencia del déspota es que no se toque directamente su persona. Lo Jeinás, como no lo entiende, lo juzga inofensivo, desdeñable, si no es que le entra la vanidad de ser Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica