76 REPERTORIO AMERICANO Tres romances chinos (La Nación, Buenos Aires. Definición y ante tal gloria, el asombro de su indigna pequeñez. por último, aquel día en que al verla y comprender, sus recuerdos más hermosos sepultó sin interés, Cifran por cuarenta y cinco. número de gran poderestos antiguos romances el amor total y fiel.
Mirad si son diecisiete los elogios que conté.
Perfecto anillo de jade para quien sepa entender.
Por eso, también, los llaman Los Números de La Fe. La firma En diecisiete alfabetos, desde el antiguo ku Wen, hasta el Fen Shu Shuán aciago, que en los sepulcros se ve, por su Dama de Belleza canto el bardo Teu Se Chuen.
Cantó en diecisiete loas todo su mal y su bien, grande uno y pequeño el otro, según cuadra, por mi fe, que, de suyo, abunda el hierro, pero el oro escaso es.
y con el bonzo Cheng Tse, menos dulce que su micl.
quienes, a furto, debian Otra, ese cuello en que el lirio juzgar su hermosura y prez, alza ya cetro de rey.
que el emperador, entre ellas, Otra el talle de palmera, quería tomar mujer.
otra el porte del laurel; otra el andar armonioso, Aunque yo, si lo sabía otra los menudos pies no me contaba por juez, que un día al trono llevaron quise ocupar bien mis ojos, la bailarina Fi Yen, pues era ocuparlos bien, conforme en galana trova examinar tanta gracia, cantó el poeta Tsiang Tien. así exenta de doblez, Otra, las manos que imperan y más, siendo en su designio con indolente merced.
tan honesto el proceder. De almendra por la ternura, Por más que, de cuando en de mármol por la esquivez. cuando, Largas manos que dispensan y al disimulo también, todo mal y todo bien.
mis lentos ojos perdía. Otra la noble sonrisa, siguiendo el fino bauprés, otra la limpida tez, tras los contornos azules otra la voz con que canta de los montes de Lo Yeng, la fuente al anochecer.
donde en nuestra humilde choza otra, la más peligrosa, tan lejana te dejé.
porque lleva en su esbeltez aquese don del encanto Catorce remos de plata que nadie sabe lo que es.
mecían la placidez.
La timonera reia, Tocábamos ya la orilla, viendo una estrella caer la otra orilla del Zun Leng, en el agua violeta cuando a Shan To Tsan, el que la alargaba al vaivén, bonzo resbalada en oro trémulo preguntó con interés como una anguila en la red. si entre nosotros estaban El poeta, por agrado, sin faltar una a su ver, cantaba con su rabel.
las princesas del Imperio, Yo acompañaba en mi flauta, puesto que bajo esa ley por fineza y por deber.
de la total hermosura, El bonzo miraba al cielo, sin omisión ni doblez, y eso bastaba para él.
el emperador queria tomar entre ellas mujer.
Vestidas de blanco y rosa, Sonrió el poeta y dijo: las princesas del bajel. Están todas. a mi vez, fantaseaban peonías yo, con una reverencia, de amorosa languidez. todas están, afirmé.
que el reflejo deshojaba como un danzante vergel.
Ya en la sombra se borraban Quince dones de belleza las montañas de Lo Yeng, completaban en un ser, donde, en nuestra humilde choza, con perfección que, de cierto, bien segura te dejé.
no ha de alcanzarse después.
Bellas eran las princesas, cada una, por el suyo, yo las aplaudi cortés, digna era del trono, a fe.
y en cada una de sus gracias tu ausencia glorifiqué.
Una, en su frente lucia la triunfante candidez de la nieve de montaña que dora el sol al nacer.
El cuño Otra, en sus rizos fragantes, de almizclada morbidez, Trece varillas de laca, los jardines de la noche laca del Coromandel, sentia desfallecer.
donde sueña un oro antiguo En los ojos de la otra, en cuyo fondo se ve reinar a un tiempo se ve, valerosamente abierta la paloma en la dulzura la puerta azul de Yu Men, y el halcón en la altivez. por donde pueden las hordas Otra posee en las frescas sobre el Imperio caer; mejillas de rosicler mientras con igual decoro las mitades de manzana se advierte por el revés del manzano del Edén.
el Camino de las Dalias Otra, la boca florida que, al borde, trunca en bisel que alabar fuera ofender, una esquina de pagoda, con el beso de la rima donde cuelga un cascabel.
Yo tengo un solo alfabeto y una sola pluma fiel, tosco bambú que han pulido!
mis dedos de bachiller, siempre inanchados, por culpa de una dulce insensatez.
Cómo igualarme podría con el docto Teu Se Chuen, ni aspirar a coronarte con parecido laurel.
Mas, yo también, aquel día en que al verte me angustie con la inefable congoja de lo que iba a acontecer; si no supe bien cantarte, pues, sin atinar por qué, una alteración profunda me echó la letra a perder, y se me subió a la cara la blancura del papel:tinta de púrpura ilustre por digna de ti saqué, de esa con que sólo puede el emperador poner.
su nombre augusto en que, a un tiempo, vida y muerte ve la grey.
Ardiente como la aurora, en su heroico rosicler un degliello de dragones pareció resplandecer.
Soberbia como las rosas, cuando esa tinta saqué, notaste, acaso, que un poco crecia mi palidez, y emperador por tu gracia, si esclavo de mi querer, con esa púrpura viva la sumisión te firme.
Cantó el poeta el encanto de aquella primera vez, cuando bajo las glicinas se encontraron sin querer.
Cantó la cita en la fuente que recreaba el vergel, y la primera sonrisa que premió una flor cortés. la primera congoja, y el primer silencio cruel.
Su garbo y su voz de plata, sus cabellos y sus pies, sus manos y sus mejillas, y sus dientes, que antes de él, con la gotas de rocio nadie comparó, tal vez.
Digno de la boca fresca que asi alabó, digno fué, pues 110 hay cosa más hermosa que el rocio en el clavel. La suerte Cantó dos veces los ojos.
que lo atormentaron cien, co alfabeto de estrellas por su celestial poder, y alfabeto de diamantes por su noble esplendidez.
Cantó la dicha de amarla, con que ella le hizo merced; Quince princesas bogaban cruzando el lago Zun Leng, en una barca graciosa donde estaba yo también con Shan To Tsan, el poeta. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica