:1 25 REPERTORIO AMERICANO.
precioso por su trompo viejo. se reía. y hasta en sueños se reía.
La enferma luz de la luna aclaraba al niño dormido, al muchaclio vestido de andrajos, al abandonado, al pequeño apache del alma con frío y cobijaba con luz sus desnudeces; El raposo no conocía otra piedad, que la piedad de la luna.
Esta era una mañana, no como todas, pues pocas habrá tan rubias de sol y tan azules de cielo. La chica plaza, a las afueras de la ciudad, remcdaba una plazuela de pueblo; en lo alto del campanario, las campanitas llamaban a misa con voces clarísimas: Dindirindin, dindirindín. las campanazas contestaban con sonoras voces: Dandarandán, dandarandán. Luego se confundían los finos repiques y repiques graves en loca algarabía: Dindirindin, clandarandán! Din, din, dan dan. Din, dan!
Las muchachas del barrio, endomingadas, festivas, atravesaban el atrio haciendo guiños a sus novios, y se perdían luego en la penumbra del templo, El raposo, recostado en el muro, maquinaba no se qué complicada maniobra, y cuál sería la expresión de su rostro, que una viejecita de esas que llevan en ima mano el libro y el rosario y en la otra el tapete do felpa, al pasar junto a él se persignó, cual si hubiese visto al demonio.
En mala hora lo hizo, porque desde ese instante fué la víctima elegida: entró en la iglesia y el la siguió como una sombra. Casi todas las abuelas hacen lo mismo ante el altar: se arrodillan, pliegan los labios unciosamente, besan el suelo, hacen reverencias, y por último, cerrados los vjos y las manos puestas, se quedan como estatuas místicas, arrobadas, blancas viejecitas que adoran al Señor!
El raposo así lo iba pensairdo. Allora ella. 110 se dará cuenta, porque está alejada de la tierra; está.
en el cielo. Mientras con gran tino introducia la mano en el bolsillo de la piadosa vecina. Quién lo creyera! La buena anciana, en medio de su éxtasis, cuidaba de su bolsillo! Agarró la mano al ladrón, y con una fuerza increíble, a juzgar por su aspecto inofensivo, lo arrastró fuera y lo entregó al guarda, que custodiaba la puerta. El chico quería escaparse y armó un ruido, infernal. Ya había ter minado la misa y lo rodearon los curiosos; el niño forcejeaba y apuñeteaba al guarda; qué diversión! La vieja del tapete de felpa decía, accionando a diestra y siniestra. No ven estos perillanes, holgazanes? un cuarto de docena de viejas iguales, que llevaban tanıbién tapetes de felpa, repetían a coro, moviendo estupefactas las cabezas. Perillanes, holgazaunes!
La lucha terminó como todas las luchas: el grande sujetó al chico valiente, que arañaba y que, mordía y le amarró las manecitas ensangrentadas. El raposo, vencido, agachó la cabeza hasta el peclio palpitante. Las viejas rezanderas se reían. la cárcel! exclamaba una. Bien hecho! a probaba otra.
La de más allá mascullaba. Bribonazo!
Pero he aquí que una vocesita les hizo volver a todos la cabeza. Pobre niño! Pobre niño. dijo dulcemente. Quién?
Un viejo encorvado y diminnto, que presenciala la escena desde el atrio. Un vejezuelo vestido de típica leva y pautalón rayado y raido, que ostentaba por corbata un Hamante pañuelo de colores y que llevaba un soinbrero tan pequeño, que hacía maroma sobre su cabeza blanca. El pobre niño levantó la cabeza y se miraron: el viejo ladeó la cara para dlemostrar su compasión.
La voz del guarda dió la orden de marcha. El muchacho se disponía a partir, más, se detuvo: le enviaban un beso. Si. el viejo del paraguas, semicerrando sus azules ojos, se había llevado los dedos a los labios, y le despedía con un beso.
Una emoción desconocida, sonrosó el rostro de Cecilio; dos lágrimas nacieron en sus ojos; elevó las manos ligadas hacia el buen anciano, como una imploración y luego. al ver su impotencia para salvarlo, le sonrió. le pagó el beso con una sonrisa.
Después siguió detrás del guarda. Sabéis?
Iba llorando, pero suavemente; era el dulce lloro del reconocimiento. El primer beso que recibía en su vida, le llegó dentro; lo sentía tibio, luminoso! El beso. el beso acababa de despertar eu su mundo interior los buenos sentimientos; el solo beso lo inundó de paz y le engrandeció el alma con la emoción sublime del agradecimiento. Cecilio iba llorando. Era dulce y suave su llanto, Es así la única manera como debe llorar un niño. pensar que hay tántos pequeñitos que han sentido ya agitarse en su pecho la desesperanza, la desilusión y que han llorado como nunca debieron llorar: con amargura. pensar por cuántas frentes infantiles han cruzado pensamientos de negra venganza: vengarse de la vida injusta siendo malos; siendo niños malos que más tarde serán hombres perversos.
Acariciad a los niños callejeros! Acariciad a los hijos de la calle, a los pequeños abandonados, semidesnudos y descalzos, porque. sabéis? tienen el alma con frio.
Besad a los niños que como El raposo no conoceni más piedad que la picdad de la luna. Besadlos!
Para curar um alma de niño tan sólo falta un beso. El llogar. Habann)
La tristeza de la Escuela El niño miraba por la ventana con la frente pegada al cristal, miraba a la noche azul de ultramar.
Los árboles del jardín eran borrones negros hasta quo un toque de oro fué marcando los perfiles de las cosas. La artista caprichosa, la Luna, trabajaba en la tierra con sus brochas de luz.
El niño lanzó un grito. Ha salido la luna, ven a ver madre!
Qué cómico el asombro do Juan! Acaso la luna no sale siempre? No alumbra nuestras noches, todas nuestras noches? Sin embargo. el entusiasino del niño era enloquecedor. Corramos, corramos a ver a la luna!
Después de un instante estaban ambos con la frente pegada al cristal.
La luna blanca con su corona de oro, era u misterio lejano, en el fondo azul de ultramar.
El pequeño Juan tenía los ojos adormecidos y fruncida la boca cereza: la madre buena que tanto conocía la expresión de esos ojos y de esa boca. comprendió que el niño se atormentaba, preguntándose el por que de la luna y aguardó. aguardó a ser interrogada a su vez, Por fin, él se volvió irguiendo la cabeza sobre el cuello marinero. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica