REPERTORIO AMERICANO 335 Los ojos, de Irene, clavados en el Cuando ya estuvieron, en orden, co gió sin vacilar hacia el fondo del muro, me trajeron la visión del que locadas todas cuidadosamente en el salón, y desapareció tras el cortinaje se queda en la playa mirando ale cofre de nogal, mi amiga cerró con Entonces Rafael Dorantes, aver jarse el barco donde va cuanto tenia. llave la tapa de éste, y luego, blan gonzado ante mis ojos, confundido, Rafael Dorantes, desconcertado, se damente, como quien toma y trans alterado, sin saber lo que hacia, se habia cubierto el rostro con las manos. porta una reliquia, fué a depositar el puso en pie violentamente, y sin solEl silencio volvió a reinar. Eran arca en manos de Rafael.
tar el cofre que aun tenía en las malos puntos suspensivos del drama. Crei que el tesoro era inio. Lo nos, huyó por la puerta, con todo el Pero como se hacía preciso poner vuelvo a usted religiosamente. aspecto del ladrón que acaba de coel punto final, Irene se levantó, y La voz de mi amiga temblaba. meter un hurto.
yendo hacia el diván donde estaban Quiso el visitante excusarse, expliaún esparcidas las cartas de Rafael. car, decir alguna cosa; pero Irene, MARÍA ENRIQUETA Sic. Lista, 66.
comenzó a recogerlas una a una. formulando un saludo cortés, se diri Madrid, Espana.
LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
Querella Una vez, érase que se era.
Érase una niña bonita.
Le decían todos ternezas y le hacían dulces lalagos.
Tenía la niña una muñeca.
Era la juuñeca muy rubia y su claro nombre Cordelia.
Una vez, érase que se era.
La muñeca, claro, no lablaba, nada decía a la clicuela. Por qué no hablas como todos y me dices palabras tiernas. La muñeca nada responde.
La niña, enojada, se altera.
Tira la inujeci en el suelo y la rompe y la pisotea. habla entonces por un inilagro antes de morir, la muñeca. Yo te queria más. que nadie, aunque decirlo no pudiera. Una vez, érase que se era.
tivos y sarcásticos, hacian temblar a Arias. El temor, por último, se convirtió en odio.
Delfín, que era muy sagaz, observaba, con moticulosa precaución la táctica de estar siempre pegado a las faldas de Dominica. Había aprendido por experiencia que cuando se apartaba de aquella benigna Tortaleza y asilo tutelar, si daba por caso con Arias, recibía de él el más deuodado puntapié. así, Delfin había escogido para sus picardías y travesuras las ocasiones en que Arias çlormía, o bien por hallarse de mucha conversación con Dominica y Bermudo no hacia atención en otra cosa; que ya el perro barbaco y galopín había observado atentamente este fenómeno.
Por el modo de mirarse Arias y Delfín. Dominica llegó a averiguar que no se llevaban bien. Un día, el viejo gnomo cayó en el regazo de Dominica, al cabo de rauda y parabólica excursión aérea. Como no es privilegio perteneciente a la naturaleza canina el de volar, Dominica no pudo por menos de pasmarse viendo que Delfín acudía hasta ella por tan sutiles y no acostumbrados derroteros. Por otra parte, Delfín no celebraba con petulantes gañidos su triunfo momentáneo sobre las leyes de la gravitación; antes venía quejándose y doliéndose tristemente, rabo entre piernas. Delfín no había volado por propio esfuerzo o antojo. El motor había sido ajeno a su voluntad e industria. Residía en el pie de Arias. Así que le cayó el perro en el enfaldo, Dominica envió su inirada en la dirección hacia donde espiaban de soslayo los húviedos y afligidos ojos de Delfin, y vió, detrás de unos matorrales de lilas, el rostro de Arias, sonriendo con fruición aviesa. Arias. Arias! No te avergüenza abusar cobardemente de un pobre animal indefenso?
Halló Dominica, balagando al maltrecho gnomo, y poniéndose en pie. ofendida en el amor y alto concepto que a Arias profesala.
Arias palideció. Adelantóse, rompiendo por entre la mata. Es bicho que me odia, y yo le odio. Tere minaré por matarlo. Qué dices. Arias? No harás tal. Si haré, y ahora mismo.
Arias, embravecido y exasperado. cogjú a. Delfin por el cerviguillo y lo arrojó contra el muro, con toda su fuerza, El perro dió sobre la pared con la cabeza y se desplomó en tierra quebrantado y como inoribundo. Desde el sitio donde yacía inmóvil, inirala a Arias con pupila resignada, amorosa y suplicante, como si le dijese. No me importa morir. Estoy va tan. viejo. Soy una plepa. Pero ¿por qué te has ofendido conmigo. Por qué me has maltratado siempre. Por qué me las querido tau mal? Yo siempre te he querido, Arias, herinano de Dominica. Aún recuerdo cnaudo eras tau peyicio COMO, que no podías andar, y yo te hacía reir, y tu jugabas conmigo. Una vez sola en la vida se querellaron seriamente Arias y Dominica. La causa fué Delfín, el perro barbudo y travieso como un trasgo o cómo u gnomo.
Delfin estaba ya vicjo, achacoso y aquejado de reumatismo; pero, lejos de abota garse y agriarse con la edad, el muy zarramplín consumaba muevas picarilías e inventaba marrullerías inéditas con que hacerse acariciar y querer de Dominica. Los dos niños, Arias y Bermudo, no disimulaban sus sentimientos hostiles hacia el festivo y reumático gnomo. Bermudo le era simplemente antipático. Veía en Delfin una criatura vanidosa, insolente, aduladora, vil y traicionera.
Los sentimientos de Arias eran más complicatlos.
Primero tenía celos de Delfin, a causa del amor que Dominica le dedicaba. Luego comenzó a experimentar una especie de temor supersticioso. Conforme Delfin se iba haciendo viejo las barbas le encanecían. No hay sino un linaje de ancianidad que no sea venerable: la de los brujos. Los brujos, cuanto más viejos más repugnantes. Esto lo sabía Arias. Se le figurala al niño que el perro barbulo estalia animado de un espíritu consciente y perverso, que era un brujo arteramente enmascarado con inofensiva externidad de perro ratonero. Los ojos de Delfin, veriles, penetra Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica