342 REPERTORIO AMERICANO El Teatro del Mirlo Blanco Pío Baroja, autor y actor De La Nación, Buenos Aires no pasaría de una simple nota de sociedad, la representación teatral dada en una vivienda privada para solaz de amigos e invitados, ha venido a tomar, en el Madrid de hoy, tan fecundo en producciones teatrales como vano en las más de ellas, categoria de acontecimiento artistico. El Teatro del Mirlo Blanco denominación eslavizante, que, lejos de creerse llamada a competir con «El Murciélago. El Pájaro Azul» o «El Gallo de Oro» rusos, indica el propósito de cultivar un arte recatado, fuera de toda pretensión industrial se llama asi, no desde sus comienzos, sino desde que el éxito de su primera representación hizo ver la posibilidad y la conveniencia de continuar la serie. Exito, desde luego, reducido, pero en el que fué posible ver, además de la natural cortesía y de la necesaria complacencia con que se estima el esfuerzo de los amigos, un sentimiento de indole superior.
El Teatro del Mirlo Blanco nació por voluntad de una dama española, dona Carmen Monné de Baroja, esposa de Ricardo Baroja, pintor, dramaturgo y hombre de variadisimas aptitudes, hermano de Pio Baroja, el gran novelista. Un grupo de amigos se ofreció a secundarla, y pronto hubo actores, escenógrafos y, lo que es más raro, autores: no autores de los que reducen forzosamente su aspiración a los elogios familiares, sino autores recibidos en los teatros de veras. primeras firmas. dispuestos a dar producciones al naciente teatro.
El hogar de los Baroja, en que todas las artes han hallado siempre cultivo, se convirtió rápidamente en animado taller. La companía que había de llevar a su enseña el Mirlo Blanco epónimo comenzó los ensayos, y un buen día, el siete de febrero del año actual, el pequeño escenario dispuesto en el salón de la casa descorrió por vez primera sus cortinas. Como el salón era más estrecho que el público fué necesario repetir dos y tres veces, en días sucesivos, las obras, y otro tanto ocurrió en marzo con el nuevo espectáculo. No dejan de ser frecuentes las representaciones privadas, ya en salones aristocráticos, donde nada se escatima, ya en locales públicos, por aficionados que carecen de todo menos de valentía y deseo de diver: tirse. Pero tanto en un caso como en otro la imitación de los teatros en boga es parte principal del programa. Se prefieren las piezas de éxito. Los actores imitan a las notabilidades teatrales, y cuanto más afortunada es la imitación más vivo es el aplauso. El Mirlo Blanco» empieza por desdenar un poco la actualidad. Se siente fuerte, con siis pintores, que están al tanto de las nuevas tendencias decorativas; con sus actores, capaces de entender un texto e interpretarlo fielmente; con sus autores, que no están, por cierto, al alcance de cualquier teatro grande.
El escenario está dispuesto en un fondo de salón, rincón intimo, techado más bajo que el resto de la pieza porque otra pequeña habitación superpuesta, que se abre en galería al ámbito mayor, le corta la mitad de la altura. Poco más alto es el escenario que, un hombre puesto en pie; y la profundidad tampoco es mucha, como puede comprenderse.
En estas condiciones los escenógrafos hati tenido que hacer maravillas; pero si la es.
cenografía no es esto, hay que convenir en que no tiene razón de ser. Sucesivamente hemos visto aparecer en ese escenario una sidrería vasca, un café madrileño de barrio, una botica de pueblo, la estancia de un enfermo y la de un moribundo, el gabinete intimo de un hipnotizador. En el caso del café madrileño, una disposición ingeniosa sugería, tras el primer recinto, otros más amplios. Los demás lugares veíanse justos, y en el caso de la botica de pueblo, el aprovechamiento de la gale superior, que daba a la escena dos frentes superpuestos, llegaba a producir un efecto interesantísimo.
Claro está que la tendencia simplificadora, impuesta no sólo por limitación de local sino por el sabor moderno que se ha intentado dar a las decoraciones, era la predominante. ésta se ha conseguido tanto por medio de la buena combinación de colores valientemente modulados (eri la botica. como por sordas entonaciones de interior (en la vidriera vasca. o por juegos de claro obscuro, casi de aguafuerte (en la cámara del moribundo. Bien se ve que no son meros aficionados los que lo han llevado a efecto, sino pintores capaces de realizar en grande las obras que el teatro grande no juzga necesarias entre nosotros, atento, con muy contadas excepciones, al concepto cuyas normas estéticas no rebasan el nivel marcado por las páginas en color de las revistas ilustradas burguesas.
Mas, hablemos ya de las obras. Sólo un autor extranjero, el norteamericano Henry, ha sido representado en «El Mirlo Blanco. el diálogo Miserias comunes, en que un ladrón reumático penetra en la habitación de un enfermo de reuma, a quien ya se le pasa el ataque, y la común enfermedad une los ánimos de aquellos dos hombres que parecían llamados a no entenderse en el terreno de lo tuyo y lo mio. Lo demás es todo español.
Una autora, Beatriz Galindo (seudónimo de Isabel Oyarzabal de Palencia. ha dado un apunte de drama sintético. la cabecera de un moribundo, discuten la ciencia y la fe, se libra el combate entre el amor egoista y el amor abnegado, que encarnan la mujer a quien amb el que va a morir y la mujer que le amo. Diríase un tema de moralidad medioeval, de auto alegórico, trasladado a nuestros días. Es, quizá, demasiado rápido; pero su rapidez es voluntaria. Beatriz Galindo, novelista de consideración, escritora y conferenciante muy culta, ha dado a conocer asi, a unos pocos, su primera obra de teatro.
Otro autor nuevo, aunque su nombre, en el periodismo, en la vida teatral activa, en la literatura, como buen cuentista y poeta, como excelente traductor de obras italianas (desde las Fioretti, el Convivio y la Vita nova hasta los dramas de Salvatore di Giacomo. Cipriano Rivas Cherif, ha representado su propio «paso de grand guignol» que titula Trance. Un hipnotizador, hombre de la buena sociedad, logra dormir a una dama que se presta a servirle de sujeto. El espíritu de otra mujer fenecida la historia pasional del hipnotizador. se apodera del cuerpo transido y le comunica su fuerza irresistible, que acaba con la vida del hombre. El acto está bien ponderado. El dialogo va dando entrada al interés entre sus mallas, finas e irónicas y el desenlace llega, escalofriante, en el momento oportuno.
Como se ve. El Mirlo Blancor no le teme a la emoción. También el cuadro Marinos vascos, de Ricardo Baroja, desarrollado en noche de tormenta, entre las llamadas angustiosas de la sirena, de un barco en peligro y las oraciones de las mujeres por los que están en riesgo de naufragio, pone a prueba el corazón. Ricardo Baroja ha encuadrado en ese fondo un ejemplo de abnegación, de un viejo que se sacrifica por el bien de los que aun tienen delante de si toda una vida. hasta el Adiós a la bohemia, de Pio Baroja, conocido ya porque anda impreso en el Nuevo Tablado de Arlequin y porque lo represento, con gran éxito popular, la actriz Mercedes Pérez de Vargas, dió a los invitados de «El Mirlo Blanco. en la primera función, un sorbo de amargura.
He aquí, pues, que sólo un autor extranijero hubiera representado el buen humor, si el primer dia unas escenas escogidas de Los cuernos de don Friolera, de Valle Inclán las del guiñol en el comienzo y el romance final. recitadas a cortina corrida, asomando los muñecos en el principio por encima de los hombros del recitador envueltos en larga capa hasta los pies, y trazados los episodios trágicos del romance en un cartelón por la mano infantil de Julio Caro Baroja, en quien retona el espíritu de la casa, no hubiera dado, con toda su crudeza y energia, una sensación de alacridad; y si, en la función segunda, no hubiera aparecido ya la obra maestra de «El Mirlo Blanco» en las escenas de la farsa escrita expresamente por Pio Baroja con el titulo de Arlequin, mancebo de botica o los pretendientes de Colombina.
Los personajes de la comedia italiana vuelven a hacer sus muecas de amor y de broma en la farsa del autor de El árbol de la ciencia. Un Pio Baroja humorista no es, propiamente, una novedad. Pero un humor tan risueño, tan despreocupado, tan fácii Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica