REPERTORIO AMERICANO 253 Tres cuentos de Ecco Neli Carabina tía con voz convulsa. Dejadme que os mire, no me echéis de aquí! Sois rubios y picarones como él. El tenía los ojos claros como algunos de vosotros, y llevaba una gorra azul parecida a las vuestras. Me lo recordáis. Dejadme que os mire al salir. Mi Perucho era tan bueno! Sed buenos conmigo. Yo lo esperaba siempre a la salida de la escuela; él también iba a la escuela y tenía libros y cuadernos de aritmética. se me murió, so me murió una mañana. En las manos le puse el laurel que ganó el dia de los premios, le di muchos besos y así lo enterré.
Ahora está enterrado allá lejos. Era dulce. cra bueno!
Carabina sollozaba y decía palabras rotas. Enterrado! mi Perucho, mi Perucho.
Germán le puso una mano en el hombro; quería docirle. No llore. pero se le ahogó la voz; los ninos se miraban sin saber qué hacer; por fin se alejaron dejando sola a la infeliz con su recuerdo.
Después, por las tardes, a la salida, saludaban tímidos a Carabina; la iniraban cariñosos, pidiendo un perdón mudo; pero Germán el loco, el atrevido, se le acercaba y le decía. Oiga usted, Carabina: haciendo de cuenta que yo soy Perucho, reciba esta manzana.
Poco a poco los otros cobraron confianza y le dejaron también sus pequeños regalos en el cesto vacío. Que sean muy forinales repetía ella emocionada de agradecimiento. aprendió de memoria sus nombres, y los interrogaba. Salieron bien. Supieron todo? Así me gusta.
Estudien y sean muy formales. se alejaba con el cesto lleno y el alma gozosa; se alejaba hablando sola. Cuántos hijos tengo. Cuántos!
En la acera metían ruído sus grandes zapatos.
Era una vieja desmelenada y fosca, trajeada con jirones; andaba lentamente, y al andar producía ruido monótono con sus zapatazos. Sobre la agobiada cabeza llevaba un mantón, y como la viejecita Hada que se le apareció al Principe Azul, tenía la nariz corva y los ojos brillantes; mas no era tan pequeña como la viejecita Hada, ni usaba una vara florecida para sostenerse: sólo llevaba en las manos un cesto vacío. Nunca se la vio pedir limosna: vagaba por las calles siempre huraña, siempre así, con la frente vencida.
Los muchachos traviesos idearon para ella un nombre absurdo: Carabina. Se lo gritaban y escapaban corriendo, más ella no hacía caso del apodo y continuaba su andar.
Casi todas las tardes pasaba por la escuela; era familiar para los chicos. La habían visto detenerse a mirar a los que salían; ecostada en el muro los miraba.
Un día le gritaron a coro. Carabina!
Pero ni con un gesto denotó que la enojara la mofa; sólo los miró con los ojos un poco más brillantes.
Incansables le cantaron con la inisma música del himno escolar. Carabina, Carabina, Carabina! estallaron en burlescas carcajadas y acompañaron la tonadilla del himno, golpeando con las reglas en los marcos de las pizarras como en un tamboril. La vicja no se alteraba, Entonces el más atrevido, Germán, el loco de la escuela, se plantó a su frente y le hizo unas piruetas.
Ella cerró los ojos, y como si sintiera un desfa. llecimiento, se apoyó bien en el muro, mientras confundida entre risas, volvió a sonar la música del himno de la escuela. Carabina, Carabina, do, re, mi, fa!
Todos callaron de repente: acababa de presentarse el profesor, que cruzó los brazos y juntó las cejas en una arruga de indignación. Ya nos veremos! exclamó severamente.
Los chicos echaron a correr.
La vieja se alejó; se alejó triste, con los hombros encogidos.
Al día siguiente los rapaces fueron castigados por, el profesor. Carabina no volvió a verse por aquellos lugares. Pero una tarde, cuando ya parecía todo olvidado, Carabina estaba ahí, en la puerta, mirando la salida.
Ellos pasaron de largo, y otra tarde y otra la respetaron los chicos por el temor al castigo.
Germán era inquieto; Germán no podía contenerse y queria gritarle el nombre aquel que le cosquilleaba en la lengua, y. se lo grito, y el muy andaz apostó decirselo al oido y se lo dijo muy cerca. Carabina!
Cuál no sería su asombro al sentir que la vieja lo retuvo de pronto; le tomó una mano suyas, ásperas. El forcejeó por soltarse, mas eraimposible. Oye, niño! Oye! No te vayas decíale gimoteando Házme u bien, te lo suplico! por fuerza Germán la escuchó, y In escucharon los otros quo se habían agrupado. Soy una pobre mujer, una pobre mujer! repe(llogar, Bogotá El raposo Es un muchacho malo; la miseria se había encargado de torcer su corazón; un muchacho inteligente, sobre quien pesa la injusticia de la vida, so pregunta. Por qué tengo hambre. Por qué estoy condenado a una lucha sin esperanza. Por qué hay niños pobres y niños ricos?
Claro que Cecilio no se hacía conscientemente estas preguntas, como sucedería a un hombre liecho y derecho, pero ellas bullían confusas allá en el fondo do su alma de once años. de su alına rebelde. sin ningún escrúpulo se lanzó a mejorar su situación. Ladronzuelo!
Pequeño apache, qué cara tenía: qué ojos tan picaros: qué risa tan perversa y ese desmanado modo de andar! La cachucha de cuadros hundida hasta las orejas ocultaba un poco su expresión de maldad. Robar. Se sentía bien cuando robaba: robó pan, robó dinero y saboreó la triste alegria del que se venga.
Tenía profunda antipatía por todos. quién le quería. Quién le amaba? Para él las privaciones, el desprecio, la indiferencia; para él la lucha; los muchachos callejeros lo apodaban: El raposo. Habrá algo más triste que el despecho de un niño? Por la noche dormía en el quicio de una puerta; se dormía recordando las diabluray lecliax: le robó manzanas a la vieja manzanera; les hizo trampa en el juego de tejos a dos limpiabotas: a un pequeñín que estaba en el parque, le cambió un juguete con las Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica