174 REPERTORIO AMERICANO se paraliza en el vibrante calor, macizo como un bloque de cristal.
Con fragancias favoritas, la loma tiende al bondadoso aniinal el puñado de margaritas de su verde delantal.
Pero al goloso empeño, se opone con dulzura fatal la muelle madurez del sueño; y después hay por medio un manantial.
Mejor es, en delectación estable, evitar mojaduras y catarros, viendo de lejos cómo sobre la innumerable dentadura de guijarros, pasa la risa del agua inquieta; en tanto que a través de la fronda, cada pliegue de la onda brilla como una aleta.
Así gozan sin excesos en fantasias beatas, el ensueño solar que salpica los sesos de margaritas escarlatas.
El descanso propicio de las siestas foscas abrumadas de calor y de moscas, vuelve aún más sensato su buen juicio.
Dilatando hasta la ranilla un azogado contrapelo, como reido por una cosquilla tirita impacientemente su brazuelo; pues la circundante y zumbona taravilla no es una alegre causa de desvelo. mientras el dogo que a dormitar empieza, con ojo de colérica pereza sigue largamente una mosca al vuelo: juntando la desazón del bochorno al insecto que la exaspera, y al evidente trastorno que hay en exasperarse de cualquier manera, cuando de retorno solamente una nueva desazón nos esperaen un mismo argumento de ingeniosos ravites, combinan el sorites del dulce optimismo; yendo a buscar con pausas remotas, algún marlo, en cuyo último recoveco, quedan dos o tres granos de maíz, como gotas de miel en un panal seco.
Una pálida fiebre palpita en los campos; tuesta en oro la chacra sus futuras fanegas; los vidrios de la basura estallan en lampos, y las chisporroteantes langostas veraniegas, parece que se fríen de amor sobre las matas, al reclamo agridulce que zumban sus patas coma los vibradores de las trompas labriegas.
Ruedan los nubarrones pintorescos, balumbas de cándidos bombasies; y sobre los collados frescos, pasan sus sombras turquíes como pavos reales gigantescos.
He ahí una ocasión para que un lomo escuálido, se revuelque a gusto sobre un mundo tan cálido.
Mientras en su trinchera de hoyos nuevos, Ia gallina, hecha una plasta, se desvencija como una canasta (naturalmente de huevos)
imitan ellos dulzuras tan gratas echando al aire sus cuatro patas.
Perdiendo a uno y otro lado el aplomo, disfrutan sa gimnasia a pierta suelta, la gracia está en darse vuelta enteramente sobre el lomo.
Una loca alegría los colma; y entre el dorado polvo alrededor disperso, miran un vahido el cielo inverso, cual si por un instante sus patas y su vientre, fueran un abierto baúl lleno de bello azul.
En tanto la tarde, balada por los chotos como una égloga de asonantes vagos, tiende en las caſadas y los sotos grandes sombras, frescas como lagos.
Barbota el turbio borbollón de la acequia; en tierno verde suavízase la loma; y el prado graciosamente obsequia un florido aroma de cálidos tréboles, que el sol destilara cual sublime alcohol.
Entonces, hacia la frescura quieta gimen los asnillos en bronco hiato su rebuzno, a guisa de rústica retreta, con bronquiales asfixias de silbato y. profundos sollozos de trompeta.
Avanzan luego hacia la hortaliza que el perro casero guarda con recelosa ojeriza, en apostura insolente y gallarda; inas con súbito desprecio, en las mismas narices de aquel necio, vuélvense lentamente olfateando la vía, y dejando caer con simetria sus galletas de estiércol verde, porque ya tienen la filosofia de que perro que ladra no muerde.
Pasa una hora; y con noble reposo, tras la baranda de oro del confin abre el sol sui abanico hermoso en una despedida de mandarin.
La tarde con rosadas cintas de idilica pastora, conduce sus corderas; refrescan las alfalfas aromas indistintas; y el cielo se inflama en claridades postreras, suspenso como un ángel tras las oscuras quintas.
Los asnillos sienten en ello un sabor de leche candida y de rosal en flor; si bien la melancólica certeza del deseo imposible les da alguna tristeza.
Con despreocupación que nada asombra van a rondar la caballeriza obscura. donde el ojo del potro, en su vivaz negrura, parece el cristalino núcleo de la sombra.
El forraje exhala con tentación certera, su perfume cereal entre orines salobres; y ellos van y vienen como chicos pobres ante una panadería de primera.
Hasta que cuando advierten, en calma taciturna.
que la rana del Angelus ya acabó su poema; y en el coineilor claro brilla como la yemna en el huevo, la lámpara nocturna: haciendo irónico derroche de su bohemia de Lorricos, meten los hocicos a falta de morral, en la negra noche. echando al viento en líricas querellas los sinsabores del brezo y de la cactea van a espigar estrellas en la Vía Láctea.
De eso les queda blanquecina la punta del hocico. tal es el cuento, de los hijos de madama Pollina y de maese Jumento.
LEOPOLDO LUGOXES. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica