Violence

182 REPERTORIO AMERICANO 19. gruno la vicja. Pensús que se cabayo fatigazo. Sacudisc con berridu fra: le rubare la goma que haya extraido y mi te ha pario?
cundo, coccando la tierra y el aire en trabajo será menor. Otro tanto harán conEstimulado por muestra presencia, le desaforada carrera, ante nuestros ojos migo cuando muera. Yo, que no he robado dijo a Alicia: despavoridos, en tanto que los amadri para mis padres, robaré cuanto pueda para Le voy a dedicar la facna. Apenas nadores lo perseguían, sacudiendo las mis verdugos. Mientras le ciño al tronco almuercen me monto! como perci.
ruanas. Describió grandes pistas a brin goteante el tallo acanalado del caraná, para biera el olor de la esencia derramada cos tremendos, y tal como se viera que corra hacia la tazuela llantu trágico, la en el patio, dilató las ventanillas de la corcovear un centauro, subia en el aire, nube de mosquitos que lo defiende, chupa nariz repitiendo. Ah. Gliele a muje, pegada a la silla, la figura del hombre, mi sangre y el vaho de los bosques nubla gliele a muje!
como torbellino del pajonal, hasta que mis ojos. Asi, el árbol y yo, con tormento No quiso almorzar. Echose a la boca sólo se miró a lo lejos la nota blanca vario, somos lacrimatorios ante la muerte y un puñado de plátano frito, deshilacho de la camisa. nos combatiremos hasta sucumbirly un trozo de carne y remojo la lengua Entramos en los ámbitos de un mundo No obstante, La Vorigine no es la novela con café cerrero. Mientras tanto, entre de la pampa colombiana. Esta aparece en desconocido, en que el espanto reina como el refunfuño de Sebastiana, montura al el libro como un episodio que, a pesar de la placidez en el ambiente tranquilo de liombro, salió a esperarnos en el corral.
nuestras ciudades. Es la selva inhumana, sus violencias y de sus brutalidades gallar. Hombres! planía Sebastiana. No das, no dice nada todavia del horror sobreque no conoce moral alguna, pero ni la movayan a dejá que esa bestia me mate ral de la fuerza. todos se los traga, a humano de la selva del Amazonas y el Orial motoso.
todos los anula, al fuerte y al débil, al ne.
noco, de aquel espantoso Putumayo denunSacamos las sogas de cuero peludo, grero y al esclavo. Al hombre le devora ciado por periodistas y viajeros no ha muchos y unas maneas cortas, llamadas sueltas, anos a la indiferencia del mundo civilizado, una sed: la de la «sangre blanca» que hace de medio metro de longitud, en cuyos chorrear de los árboles. a la Selva parece ni del Vichada, donde se enreda aquella maextremos se abotonaban gruesos anillos también consumirla otra sed inapagable: la deja de ríos con nombres peregrinos, como de fique trenzado. Como el potro es.
de la savia roja. el hombre, insano ya, el Guainía, el Cababuri, el Casinare, el Matuquivaba los lazos, agachándose entre el racá, el Vaupés y el Caquetá, todos horriderrama una y otra con profusión inconte.
tumulto, ordenó Franco dividir la ye. sinos, torrentosos, impracticables, algunos nible, en ademán fratricida y en alarido tráguada, para lo cual se abrió el tran de los cuales tienen cuatro kilómetros de gico.
quero de la corraleja contigua. Cuando anchura y por cuyas mortíferas aguas se Los trillones de hormigas aladas, las tamel caballo quedó solo, atrevió las ma hacen viajes de sesenta y tantos días en bochas, consumen en un instante bosques nos contra la cerca, a tiempo que el curiara.
enteros y dan cuenta con las cuadrillas de mulato lo arropó con la soga. Grandes El libro de Rivera bien puede llamarse peones que topan en la selva, envolviénsaltos dió el animal, agachando la ma la novela del cauchero. Oid, de boca del dolos entre su océano de alas y tenazas.
culada cerviz en torno de la horqueta poeta, algunas estancias del canto del cauLos carlbes unos peces de voracidad fabudel batalón donde humeaba la cuerda chero. Yo he sido cauchero, yo soy caulosa que pupulan a millones en los rios vibrante; y al extremo de ella se colgó chero! Viví entre fangosos rebalses, en la amazónicos cogen a los náufragos, y en un colérico, ahorcándose en hipo angus soledad de las montañas, con mi cuadrilla instante también, dejan los esqueletos montioso, hasta caer en tierra, desfallecido, de hombres paludicos, picando la corteza de dos, los cuales se van al fondo de las aguas, pataleador. Franco sentósele en el ijar, unos árboles que tienen sangre blanca, como desplomados por el peso del cerebro única, y cogiéndolo por las orejas, le doblo los dioses. mil leguas del hogar donde sustancia celular que les resta. los zansobre el dorso el gallardo cuello, mien. naci, maldije los recuerdos, porque todos cudos, y los mosquitos, y las moscas venetras el mulato lo enjaquimaba después son tristes: el de los padres, que envejecen nosas, y las sanguijuelas que, al no más de ajustarle las sueltas y de amarrarle en la pobreza esperando apoyo del hijo au penetrar un hombre en la charca o la laguun rejo en la cola. De esta manera lo sente; el de las hermanas, de belleza núbil, neta, le lacran las carnes con llagas incusometían, y en vez de cabestrearlo por que sonrien a las decepciones, sin que la rables, que en seguida ocupan los gusanos.
la cabeza, lo tiraban del rabo, hasta fortuna mude el ceño, sin que el hermano El tigre y la serpiente rematan al que dejaque el infeliz, debatiéndose contra el les lleve el oro codiciado. menudo, al cla. ron vivo las plagas. Para los sobrevivientes suelo, quedó fuera de los corrales. Allí var la hachuela en el tronco vivo, senti de aún queda la mordida más mortifera de los lo vendamos con la testera y la mon seo de descargarla sobre mi propia mano, flajelos tropicales: el beri beri, el paludismo, tura le oprimió por primera vez los que tocó las monedas sin atraparlas; mano la fiebre negra.
lomos Indómitos. En medio del voce. desventurada que no produce, que no roba, Pero más terribles, más ciegos y locos rante trajín soltaron las yeguas, que se que no redime y ha vacilado en libertarme que esta selva, superior a la floresta oscura aduenaron de la llanura; y el semental, de la vida. pensar que tantas gentes en del poeta florentino, son los hombres. He puesto de frente a la planicie, temblaba. esta selva están soportando igual dolor. aquí a los piratas del caucho: son gentes receloso, enfurecido. Al tiempo de za Tengo trescientos troncos en mis estradas que. atropelladas por la desdicha, desde el farle las maneas, grito el ginete: y en martirizarlos gasto nueve días. Les he anonimato de las ciudades, se lanzaron a Mamá, a ve el escapulario!
limpiado los bejuqueros y hacia cada uno los desiertos buscándole un fin cualquiera a Franco y don Rafael requirieron las desbrocé un camino. Al recorrer la taimada su vida estéril. Delirantes de paludismo, se cabalgaduras, mas el domador impidió tropa de vegetales para derribar a los que despojaron de la conciencia, y connaturalique le sujetaran el potro: no llorani, suelo sorprender a los castradores zados con cada riesgo, sin otras armas que Quédense atrá, y si quere voltearse, robándose la goma ajena. Renlimos a mor el winchester y el machete, sufrieron las échenle rejo pa evita que me coja debajo. discos y a machetazos, y la leche disputada más atroces necesidades, anhelando goces Luego, entre los gritos de Sebastiana, se salpica de gotas enrojecidas. Mas que y abundancia, al rigor de las intemperies, se guindo la reliquia del cuello, santi importa que nuestras venas aumenten la siempre famélicos y hasta desnudos porque gliose, y con gesto rápido, destapó al savia del vegetal? El capataz exige diez li las ropas se les podrían sobre las carnes.
animal. Ni la mula cimarrona que mano tros diarios y el foete es usurero que no Por fin, un día, en la pena de cualquier río, tea espantada si el tigre se le monta perdona. qué mucho que mi vecino, el alzan una choza y se llaman amos de emen la nuca; ni el toro salvaje que brama que trabaja en la vega próxima, muera de presa. Teniendo a la selva por enemigo, no recorriendo el circo apenas le clavan fiebre? Yo lo veo tendido en las hojarascas, saben a quien combatir, y se arremeten unos las banderillas; 11 el manati que siente sacudiéndose los moscones, que no le dejan a otros y se matan y se sojuzgan en los el harpón, gastan violencia igual a la agonizar. Manana tendré que irme de estos intervalos de su denuedo contra el bosque.
de aquel potro cuando recibió el primer lugares, derrotado por la hediondez; pero es de verse en algunos lugares como sus Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica