33S REPERTORIO AMERICANO último de todos y lleno de buena voluntad. su saber, que crece luminoso, se viste de la candidez de su corazón como el molino de la harina que muele.
Toda su vida es como una cotidiana alabanza del Señor.
Pero aquellos son años terribles para la patria.
Los pueblos han echado toda ley a la espalda: el comer y el trabajar, el acostarse y el levantarse son inquietud y, zozobra. Oh Isaias! Falta «el freno de Dios en la quijada de los pueblos. Todo el suelo nativo pisoteado como una era; las ciudades violadas como mujeres. un tirano, mucho más ogro que Nabucodonosor y Herodes, durante un cuarto de siglo se empapa de sangre de hermanos como un pisador de mosto y cubre todo el suelo patrio de sangre como de agua de riego. En la plaza de Catamarca, a una cuadra del convento, un día se amontonaron como sandias seiscientas cabezas de mártires que han tenido la nucrte del Bautista.
Pero aquello cesa al fin. El país casi agonizante, después de tamaña sangria, busca ansiosamente la salud. Paz, orden; se suspira. se crea la ley, la Constitución. cuando en todos los pueblos argentinos se le jura obediencia, en el último de ellos un fraile desconocido sube al púlpito para darle la palabra de bienvenida: Laetamur de gloria vestra, Invoca a Dios asobro su corazón y su lengua. Evoca los horrores pasados. Quimera con melena de león y fuerzas de insectos, eso ha sido el pueblo sin ley.
Pero el gran día le parece «semejante al día memorable de los israelitas, cuando después de setenta anos de cautividad, saludaban por primera vez su patria desierta. Quiere que la Constitución «sea para la Nación un ancla pesadísima a que esté asida esta nave. su exhortación sacerdotal es: obedeced la ley.
Hay tal intelecto de amor en sus palabras, su voz es tan profunda, que la oye toda la patria.
Ese es Esquiú. Su nombre ya está en todas las bocas. Pero él sigue en su convento su vida de austeridad, de humildad, de renuncia, de oración, estudiando, enseñando, predicando, escribiendo, aconsejando.
Maestro, suprime los castigos corporales. Ayuda a hacer la ley. Aconseja a los gobernantes.
Ni admoniciones ni cárceles dice, hablando del atraso del pueblo: educación.
Pacifica las rencillas y encono de la prensa local.
La sociedad le parece ade mucha hiel y poco corazón.
Siempre serán necesarios tu locura, tus amores y tu invicto pecho. saluda a don Quijote. Se sobrenombra como él El Caballero de la triste figura. lo ama sobre todo, porque dejando las ociosas plumas va en ayuda de los cuitados. Da consejos caseros.
Hay que madrugar. Hay que combatir también «esta pereza que nos mata. El amor, él lo quiere mozo y sano: el casamiento de dos viejos, el de una joven con un viejo, el de un joven con una vieja, los reputa, ininorales.
Por la poesía, que como el cedrón de sus cerros, es buena para el corazón, ruega. Ved si podéis infiltrar en la vida una vena siquiera delgada de poesía. Pero no la quiere «sensual ni cruel, sino del espíritu y de la naturaleza. De tardo en tarde, lanza su gran voz desde el púlpito. Ah. exclama en la dedicación de un templo tucumano. Un cierto espacio rodeado de muros levantados por la mano del hombre no es sitio bastante para Aquel que extendía las magnificencias de la creación como si desplegara las hojas de un libro. Pero una congoja oculta lo trabaja.
Predicando otro día en Catamarca, ruega a sus oyentes. Pedidle a Dios que destruya la ruin hinchazón del orgullo. Pedid a Dios, para su gloria y nuestro provecho, que me de esas palabras sencillas con que los obreros evangélicos han sembrado la fe en todas las naciones. Frisa ya en los treinta y cinco años y se halla aún «por comenzar la carrera de la virtud. La solledad de su vida le hace ver en su pasado sólo remordimientos y en lo porvenir sólo terrores. Qué es lo que pone en su corazón corona de espinas. Acaso téme que los honores y halagos del mundo le enajenen el alma. es aflicción jeremíaca ante su patria nuevamente ensangrentada?
Va a dejar su convento, su ciudad y hasta ese pueblo «que ha sido y es el segundo amor de su vida. Quiere trocar la soledad estricta de la celda por la soledad inmensa del desierto: isla de soledad, por mar de soledad. se va con su sandalia y su bordón misioneros camino del convenro franciscano de Tarija.
Allí la vida es de austeridad recia: silencio, ayuno, desnudez, oración. el misionero pasa cuatro meses cada año en las reducciones del bosque donde se oficia en capillas liechas de troncos de árboles, y en nombre de Jesús se hace guerra de paz y de amor a los indios chiriguanos, feroces como jaguares. Sólo de cuando en cuando hay reuniones en la sala común del convento para enseñarse mutuamente los vocablos de los dialectos indígenas que es preciso aprender. los días y los años pasan iguales, siempre iguales, y las vidas de los frailes son tambien idénticas como las hojas del mismo árbol. Se vive en el más remoto olvido del mundo. Sólo en una ocasión un compañero de celda pregunta a fray Mamerto. Dígame, padre. ha oído usted hablar de un padre Mamerto que se hizo célebre con algunos sermones y al que le ofrecieron una mitra. Pero por orden superior el misionero catamarqueño tiene que dejar el convento para ir a Sucre. Allí coinbate por la prensa. Allí su palabra y su fama atraen a las gentes con éxito casi mundano que inartiriza su pía hunildad. así, cuando baja del púlpito y todos lo buscan para felicitarlo, él sabe esquivarse y allá se va a preparar su desayuno en la cocina.
Un día Felipe Varela, último de nuestros montoneros, arrojado del país, llega a Sucre. Pero su reuombre siniestro le llena de espinas el camino, y en las calles lo mofan con escarnio. Busca entonces la buena sombra: fray Mamerto es su compatriota, y le escribe una carta. Varela es un alma anochecida de crimen. Varela ha sembrado muertes en toda estación, ha violado hogares y templos, ha merecido maldición de la patria. No importa: ahora es sólo un clesvalido y por eso él va a contestarle. Pero un compañero suyo corista joven y bisoño en la virtudse indigna: Comunicarse con un facineroso que ha deshonrado a la patria. es no ser argentino, abandona la celda. Por dos veces fray Mamerto lo manda llamar y por dos vecees aquél se niega a venir. Entonces él, llevando un mate cebado por su mano, se va a la celda del inflexible: Hijo mío, perdóneme si lo ofendi; le prometo que no haré eso. por ahora le suplico que vayamos a mi celda a tomar nuestro matecito dice ofreciéndole el que tiene en la manon.
Pero la soledad lo llama de nuevo. Vuelve a su convento de Tarija. allí, un dia entre los días, recibe una cubierta. Adentro viene su nombramiento de arzobispo. Entonces fué la cosa sublime: el fraile. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica