REPERTORIO AMERICANO 219 Antonio Maura y Montaner (La Prensa, Buenos Aires. dice a este académico una pa.
labra bondadosa; tiene para el otro una frase de ingenio. todo esto, todo este ir y venir de un grupo a otro, de uno a otro académico, con naturalidad, sonriente, dejando una mano. sobre las manos de un conipanero, cuando ya se ha vuelto y camina hacia otro colega.
OBRE don Antonio Maura existen pocos estudios, libros, biografias. Se ha escrito mucho sobre el político; toneladas de papel impreso podrian amontonarse con lo que a propósito de Maura se ha plumeado en los periódicos; estudio detenido, serio, imparcial, no conozco ninguno. Lost políticos suscitan en vida. cuando las suscitan. tempestades de pasión; al morir, las pasiones se desvanecen; el recuerdo se va apagando. Fueron hombres de acción, y con la acción desaparece la memoria. De los grandes políticos españoles del siglo xix. quiénes han dejado una obra durable, permanente?
Es difícil ahora, cuando volvemos la vista atrás, el saber, a ciencia cierta, cómo era uno de esos grandes políticos. Mezclados con los mediocres, van los conspicuos. Desde 1833, en que se declara la regencia de Maria Cristina; desde 1833 hasta la fecha. cuántos nombres encontramos de grandes políticos y de mediocres gobernantes! Zea Bermúdez, Martínez de la Rosa, Toreno, Mendizábal, Isturiz, Calatrava, Bardajó, Heredia, Velazco, Pérez de Castro, González, Culaozar, Sancho. y no nombramos más; todos los indicados han sido presidentes del consejo en gobiernos que se han sucedido desde el 29 de setiembre de 1833 al 12 de octubre de 1840. Si tuviéramos que pasar la lista de todos los presidentes que se han sucedido desde 1833 hasta 1923 tendrlamos que ocupar más de una columna de La Prensa. Cuántos de esos nombres conoceria el lector español. Del natural. Estudio de LEANDRO OROZ; en junio de 1925. cia de su muerte. En jueves se celebra, de ocho a nueve de la noche, sesión en la Academia Española. Media hora antes van llegando los académicos. La media hora preliminar se emplea en grata charla. El salón de conversaciones es amplio y claro: amplio ya lo dice el aumentativo ¿no estamos hablando la Academia? y claro habré de decirlo yo, si digo que las paredes están revestidas de blan y que la luz reverbera en esa nitidez. Los divanes y sillones son cómodos y suaves. Van llegando los académicos y hay un rato de charla. No se habla nunca de política; los temas de las conversaciones los constituyen los asuntos literarios eminentes. entre los asuntos literarios eminentes, se tratan sólo aquellos que despiertan menos la pasión.
Diríase que la literatura se debate aquí como a un siglo de distancia. Cuando el torbellino de las modas enzarza fuera a unos y otros escritores en estas discusiones de la Academia discusiones privadas, no oficiales se conserva una serenidad, un alejamiento que parece que sólo el tiempo podria dar. Los que imaginasen en estas charlas maledicencia, detracción, dicacidad, se hallarian en un profundo error. Como a cien leguas, a distancia de cien años, se encuentran los tertuliantes de estas reuniones libres y previas de los personalismos y los ardores que sacuden y envenenan el vivir diario del literato. los minutos veinte, treinta pasan ligeramente. Ya han llegado muchos más académicos. En la casa, a última hora de la tarde, se celebran algunas juntas de comisiones espe.
ciales. Los reunidos en esas juntas. llegan al salón los postreros; vienen en ese grupo retardatario el secretario de la corporación, el censor, el bibliotecario. Aparece también, enhiesto, alto, elegante, el director, don Antonio Maurą. Maura setentón, no había perdido, con los años, su esbeltez, su gallardía. Derecho, rígido, pero sin afectación, penetra en la sala y da unos cuantos pasos. Todos los académicos se levantan al verle; el va estrechando afablemente las manos de todos.
Se detiene un momento en un grupo; pasa luego a otro; le El jueves último que asistió Maura a la Academia, entró, como siempre, sonriendo y afable. Alto, erguido, vestido de negro, resaltaba su figura sobre la blancura de las paredes. en lo negro de su traje resaltaba también la inancha blanca de su barba nevada. Fué de uno en otro grupo el director saludando y sonriendo a todos.
Llegó donde yo estaba. Generalmente, algún articulo inío aparecia los jueves en ABC.
Maura, al llegar a mi, con cuatro o seis palabras ingeniosas, elegantes, hacia un juicio sintetico de mi trabajo. El jueves a que me refiero, el último de su asistencia a la Acadeinia, había publicado yo un artículo sobre los terribles alambrados que existen en los parques y jardines de Madrid. Esos alambrados están formados por hilos llenos de pinchos agudos, y por toscas estacas; impropias de una gran ciudad, capital de una nación histórica, esos alambra.
dos recuerdan el redil o la paridera de los ganados, Madrid, en cuanto a jardines y el jardin es el alma de las ciudadesofrece un deplorabilísimo espectáculo. Causa honda pena al considerar el odio que en Madrid se tiene al árbol. Pero dejemos esto para otra ocasión; los pinchos de los alambrados son tin evidente y permanente peligro para los niños; muchas veces les han causado heridas; de los desgarrones y estropicios de las ropas, no se hable; en el seno del hogar hablaran las madres, y con lo que hablen si se pudiera publicar se formaria una expre.
sión antológica en honor del ayuntamiento y de su intangible jardinero mayor. Don Antonio Maura había leido mi artículo contra los pinchos de los alambrados, y al llegar a mi, en tanto estrechaba mi mano, decía: Los pinchos. Maura murió de la muerte que preconizaba Montaigne. No quería el filósofo de Burdeos ni dolores, ni postración en el lecho, ni parientes y amigos llorosos, tristes, en torno a la cama donde yace el enfermo, ni angustias y zozobras que conmueven a los allegados y hacen que toda la casa vibre de dolor. Montaigne deseaba morir lejos de los suyos, en el camino, en un albergue ocasional. Vi a Maura el jueves al anochecer; el domingo a mediodía supe la noti Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica