REPERTORIO AMERICANO 29 Las eternas tiltas El camino de San Diego Quién no venera, en dulce añoro, a estas figuras de mantilla, antiparras y ronco taconeo, hijas de la pimienta suave del cuchicheo, las eternas tiitas, solteronas y oscuras.
Nada hay más leve y suave que este perfumc a espliego, estos blancos geráneos, este añoso frutal, esta parda iglesuca, el patio solariego, las malvas de la orilla, las rosas del parral.
Nunda izó sus bengalas, de fiebre y de locuras, sobre esta aspaventosa carne muerta, el desco.
Tragadoras terribles de hostias. El manteo, ellas, la letania, todo es cosa de curas. Oh, San Diego del monte. Camino de San Diego!
eres, en el silencio de la tarde estival, de un oro de casulla, batido, palaciego, y en la calma violeta, parece de cristal: Era Dona Verónica una de estas Senoras de crochet en las manos las horas y las horas, Con mis absurdas risas la llevaba el demonio.
Se enrojece la cresta de la montaña. Un fino aire sutil. Sus rigidas alas pliega un molino.
Hincha el pecho la vega como a un dulce sofoco.
En las vigas del techo del comedor, colgaban racimos de mazorcas. Los muebles rebrillaban.
Bajo un fanal casero reía u San Antonio.
Allá, unos ojos rojos gigantescos, pendiendo quedan sobre una bóveda, sobre un balcón. Fluyendo viene un polvo de estrellas. La noche es poco a poco.
El Padre Andrés Silueta de don Antonio Azorín El Padre Andrés es lento, gordito, colorado; anda siempre pasito, por aqui, por allá.
Da su clase, va, viene, cntra, sale. ocupado. dice a los demás Padres él, cuando no estará?
No hay duda. Don Antonio Azorin me enainora.
El mismo es su monóculo, redondo, cristalino.
Me recuerda las aguas en el estanquc, el fino cielo de las montañas, la rural paz sonora.
Tienc un hablar de tiple, mclifluo, chorreado y hace también versitos: ya se los leerá.
Todas las tardes tira sus lentes indignado por si aquí dice re, o por si dice fa.
Este hombre, un taumaturgo de la minucia, adora la pequeña importancia, el pequeño destino.
Tono menor, mas, donde, forrado en pergamino todo el silencio trágico del siglo veinte llora.
Corretear por las calles es su delicia sola.
Abre, cierra el paraguas. Va a ver a Doña Lola que a decirle una misa alguna vez lo manda.
Su mirada es irónica, curiosa, sosegada, británico su modo, su sonrisa sesgada, frigida, Don Antonio Azorin: todo vuestro Por la plaza atraviesa igual que un relilete.
Dobla una calle, otra, pasa con un paquete, y a esto, en el convento, nadie sabe donde anda.
espiritunl tesoro sobre España se vierte.
Sí. Vuestro amor a España es el máximo, el fuerte.
Montaigne. Montaigne es mucho Montaigne, verdad, macstro?
Carretera fina y clara Silueta de don Pío Baroja Va envuella de Tejina, fina, la carretera ornada de eucaliptus de un gris terso de plata; es húmeda y es clara, como la Primavera, y tiene ju aire antiguo de dueña, de azafata.
Este señor Baroja seco, brusco y altivo, es un resorte nuevo que se va, que se escapa, si usted piensa moterlo al cauuto, la tapa le saltará a los dientes y surgirá más vivo.
Domingo por la tarde, Pasa la doble hilera de los seminaristas bajo la sombra grata, y llenan la eclesiástica calle de Juan de Vera con su mirada boba y su banda escarlata.
El le perdona todo menos que sea pasivo.
Solitario individuo. Nada de grey ni lapa.
El quiere que usted sea, buen amigo, a la guapa hombre de acción, forzudo, violento y agresivo.
Abre su boca un pozo como un ojo fanático al pie de unos rosales y mira al cielo estático con el fervor ausente de aquel que va a rezar.
Su pupila, a lo ancho de la vida española, va, viene, sube, baja, sin regla ni vitola: y el martillo en su fragua no parará jamás.
Por la acequia, llorosa, va el agua cristalina; y el oro de la tarde fantástica y calina pone sobre los montes un vago azul de mar.
Yo le debo a este vasco de mirada caótica el limpiarme la sarna clerical y patriótica, y el ver la luz de alante, no el resplandor de atrás. Apartado 123. Habana, Cuba. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica