REPERTORIO AMERICANO 173 El pequeño pollino, afronta con famoso coraje la zumba, y después de cada corcovo en que los tumba, sncude sus orejas como aspas de molino, Hasta que, al cabo, suéltanlo echando chispas, tras cuatro moquetes, con un puñado de cohetes o una lata en el rabo.
Así es como conquista, sus primeros principios de moral pesimista, La frescura del amanecer agreste, entra por sus narices con sutil delicia; y sienten sobre el lomo la paz celeste como una impersonal caricia, que les da entre vagas ideas afectuosas, la sensación de Ser con todas las cosas.
Con los etéreos tornasoles del poético rocío que condensan las telarañas y las coles en el huerto aun ligeramente umbrío, el alba tiende sus cristalinas bambalinas.
Inútil es que el olfato vibre hacia aquella hortaliza de coloridas fajas: pero el dulce verdor del campo libre, da calidad de trébol a pencas y borrajas.
Hacia comarcas más salvajes cruza un ave por el cielo, con el espacioso vuelo de los largos viajes.
Pasan, iniciar pequeños trotes, soñolientos perros de orejas gachas; y tras ellos van matinales muchachas, lóbregas aun las crenchas y lacios los escotes.
Sobre el verde paño del collado frontero, descifra un invisible sendero el tortuoso renglón de un rebaño.
Supón que esta imagen oportuna, oh, lector, en la mente de los burritos flota, pues no es difícil que tengan alguna idea de la imprenta, aunque remota.
Ellos son, en efecto, la cabalgadura en que van a la escuela del distrito los pequeños labriegos cuya vida es tan dura, que aquel viaje obligatorio y gratuito nunca se desileña para llevar un queso o un casal de pavos, y ordinariamente dos haces de leña que valen diez centaros.
Aquella misera vida paralela en que unos y otros abrevian su infancia, les impone con su perseverancia un apego de triste, parentela. por esta circunstancia aprenden los burritos a saber qué es la escuela.
Ciertamente da lástima ver tanto chico, hajo el azote de las crudas brisas, los unos tiritando en sus burdas camisas, los otros con un rudo torzal en el hocico.
En las cristalinas auroras de escarcha que el fisco impone a los tiernos palurdos, el ritmo tetrasílabo de la marcha sugiere cantos silvestres y absurdos.
Una especie de lamento sin palabras, acentún como un son de arrullo y viento. Ca u cua, ca u của. úa úa, ca cúa. Planidero rudimento con que el bosque conceptúa su palabra de Elemento.
La trompa en que el pequeño jinete borda, quimeras entre dientes, cual sonoro pespunte, con su aguja monótona y sorda escande asimismo la copla transeunte Ca cua, ca cún ca của úa Pero el repaso del deber escolar, lento y agudo, ha enseñado otro paso al pequeño discipulo orejudo, que vuelve más blando sa habitual meneo, y aconsonantando con el deletreo, en clásico arrobo su animula embebe: a ba, e be, i bi, o bo.
Luego, en algún lance inquieto de la garrula pandilla, se ha comido en secreto más de una cartilla: de donde resulta que tiene en el caletre, a pesar de su facha inculta, más ideas que el mulo petimetre.
En tanto que el sol que los campos remoza.
dilatándose por la pradera, enciende como una pálida hoguera el bálago de la choza, su vibración de oro despertando montañas y pensiles, parece gloriarse con un eco sonoro, en el dorado canto de los gallos gentiles.
Bien pronto el humo que se desparrama desde la chimenea en rizos regulares, anuncia que, dentro, la doméstica llama, responde a las brillantes clarinadas solares.
Abandona la sombra el nido obscuro del alero de paja, y como el agua de un estanque baja por el rústico muro.
Rebuznan en el prado los garañones, apuntando hacia los jacos eunucos, sus pares de orejas como trabucos de dos cañones.
Temblorosa de deseo y de terror al hozal y a la cincha. alguna yegua adúltera relincha desde la dehesa rival su devaneo.
Mas en ese instante cruza un birlocho por el carril de arena sonora, al iniserable trote de un jamelyo chocho. ante tal espectáculo la hembra avizora, con sobresaltos ariscos pone su libertad a buen recaudo, tendiendo su galope más rando por lomas y campos, por rampas y riscos.
Tal los buenos asnillos al trabajoso gusto, de su sobria merienda de cardos, ven el fresco mundo con sus ojos pardos en una suave resignación de sino injusto.
El mediodía estival que exalta su magnitico fuego, sin un rumor. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica