REPERTORIO AMERICANO, 23 los papeles de Caracas, pero yo no digio, pero, por lo contrario, sintió aquella rebelión, Adán no habría peentiendo nada.
que suave caricia le recorría todo el cado, pero hecho de barro como era. Pero qué vas a entender si no cuerpo, con el suave frescor de un el hombre no habria conocido la absoson sino embustes? exclamó airada agua milagrosa. convencida de que Juta perfección, ni visto a un Dios Severiana, siempre tan propensa a Dios no escuchaba sus preces, y cas sobre la misma tierra que pisaba.
estallar en mal huinor a la menor tigaba de ese modo su herejía, ne Sin el pecado original, el hombre no contradicción.
gándole el dolor que imploraba, la habría conocido mi presencia. Desde Dios los perdone! Pero vamos al pobre Iginia, en la desolación de su muy alto, entre relámpagos y tinieasunto.
inmensa soledad, rompió en llanto. blas, hablaba mi Padre a sus cria Sí, es lo mejor, porque tú eres ca Severiana tenía razón. Estaba ende turas. Yo quise vivir entre ellas, hapaz de perdonar al mismo Diablo. moniada.
blarles dulcemente al oído y agonizar Pues como te decía, continuo Un calofrío de terror erizó sus arru como ellas. Suspendi las piedras del Iginia, me arrodillé, con la vela y gadas carnes cuando al entrar a su Decálogo, que pesaban demasiado como no había ni un alma en la rancho divisó debajo de su catre dos sobre las débiles espaldas de la huiglesia, al principio tuve miedo. Pero pupilas encendidas, como brasas. manidad, y sobre la ley mosaica grabé cuando comencé a rezar me parecia dió un alarido de espanto.
el Sermón de la Montaña. Bienavenque me levantaban por las greñas y. Qué es? le preguntó soñolienta turada eres, Iginia, porque eres sinique San Miguel sentía un dolor tan y desperezándose su sobrina Ruperta, ple de espíritu. En tu ignorancia, grande como el mío. cómo no, que la acompañaba durante su enfer conoces de mi vida lo que es esencon aquella espada que le encajaban medad y que dormía vestida, en una cial, la fraternidad y la justicia. Peren el estómago! Se le comprendia estera, sobre el suelo gredoso del dono a los que ponen en duda mi en los ojos que me estaba compade rancho. Otra vez el dolor?
divinidad porque de mi poder infinito ciendo como yo lo compadecía a él. No, mira, es el diablo! balbuceo esperaban la desaparición del dolor mientras el diablo se gozaba con la Iginia mostrando a Ruperta los car universal. Están menos distantes de maldad que le estaba haciendo y le bunclos de fuego.
mi esas almas atormentadas que las ponía el pie sobre la cabeza. Ave Maria Purísima! exclamó la que de mi historia sólo averiguan lo. Pero, que estás diciendo, mujer? muchacha. Qué diablo, ni qué diablo, que es perecedero. La que te creyó gritó escandalizada Severiana. Es el gato de Don Liborio, que siem endemoniada procedía como los que. Qué es, Severiana. Qué te pre se mete aquí a robarle la comida encienden hogueras inquisitoriales, en pasa. preguntó Iginia sorprendida y al cochino.
su ciega manera de adorarme. Tú sin entender el escándalo de la comaCon los gruesos labios entreabier has amado, como yo, el dolor, que dre.
tos, a poco Ruperta comenzó a ron tu ingenuidad contempló en Luzbel. Pero, a quién le rezaste, al que car. Iginia se sentó al borde de su y no en el Arcángel a quien el dolor encajaba la espada, o al que estaba catre, y los ronquidos de Ruperta, del vencido regocijaba. No supiste, en el suelo?
que a veces tanto la molestaban, eran þuena mujer, que el Bien pudiera ser. quién había de ser? San ahora como la única voz que la acom representado con una espada tinta Miguel, al que estaba sufriendo. Al pañaba en el mundo. Escuchándola en sangre. Sin saberlo, a través de malo que lo hacía sufrir no podía roncar, fué aletargándose, como bajo una tosca imagen de madera, te eleser.
la influencia de un calmante. Sus vaste a un concepto más perfecto. Hoy sábado. Le rezaste al dia recuerdos se evaporaban como en que el de la generalidad de los hublo! Fué el diablo el que te hizo el un sopor de opio, y cual si descen manos. Yo comparti el dolor de tus milagro! vociferaba Severiana. Es diese por una pendiente de seda, entrañas. No sentiste cuando orabas tás endemoniada. Vete, que hiedes a cayó rendida sobre su almohada de al que veias sufrir, una mano que azufre. paja, con las alpargatas llenas de mitigaba tus penas? Fué mi mano. con súbito estupor, sintió Iginia barro, con su traje de flores moradas ¿No sentiste en el camino oscuro, que caían sobre su cabeza todos los sus ásperas greñas canosas una suave caricia cuando, en signo castigos del cielo. Sus piernas se ceñidas por el pañuelo de Madrás. de perdón, implorabas de nuevo tu doblaban, cuando Severiana, empuEn un silencio profundo, como si dolor? Era yo que acariciaba tu negra jándola violentamente fuera del ran todos hubieran muerto en el pueblo, carne virginal. La paz sea contigo.
cho, se santiguaba, hacía cruces en sólo se oia el roncar de Ruperta y Un inmensó resplandor llenó el el cajón donde Iginia se había sen a lo lejos el canto de los gallos.
rancho de Iginia y se oyeron las tado, en el suelo que había pisado y En sueños, se vió de nuevo Iginia campanas de la Jerusalem celeste, hasta en la puerta por donde entro. arrodillada en el camino oscuro. De que, en realidad, eran el amanecer Era ya de noche. lo lejos el pronto divisó, a distancia, un farol del domingo y las campanas de la torreón, como un inmenso indice del pueblo que avanzaba hacia ella, iglesia vecina que llamaban a la misa apuntado al cielo, lanzaba llamas de que al aproximarse tomó forma huma de cinco.
la molienda de la tarde, hacia las na y caminaba como Don Liborio. Alabado sea Nuestro Señor Jesunubes de color de hollín. Por el pero cuando estuvo cerca de ella cristo. exclamó Iginia, con matinal camino oscuro, Iginia semejaba una quedo deslumbrada por una luz ex alegría y evangélica unción.
gran piedra negra que una fuerza des traordinaria. en el centro de la Porque Iginia, que nunca logró enconocida impulsara lentamente. Tuvo, luz, vió maravillada Iginia Nuestro tender las lecturas de Don Liborio miedo a los cocuyos Inminosos,. que Señor Jesucristo.
el boticario, comprendía ahora, con volaban en los cañamelares y que. de los labios de Jesús, como una la sabiduría de los que nada saben, ahora le parecian infernales chispas. música divina, escuchó Iginia estas las palabras de Jesucristo. Ella endemoniada, por haberle reza palabras: Pedro Emilio Coll, do al maldito y no al ángel del Señor. Apóyate en mi seno, porque desde Arrodillándose y besando el polvo la Eternidad escuché la oración que (De Hoy sábado.
árido del camino desierto, Iginia rogó dirigiste al ángel que un día se rea Dios que, en señal de perdón, le belo contra mi Padre, Sin él habría hiciera sentir de nuevo sus dolores. sido innecesaria mi venida al reino Suscríbase al REPERTORIO AMERICANO Aguardó un instante el supremo pro de los mortales. Es cierto que sin y recomiéndelo a sus amigos. y con Caracas. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica