REPERTORIO AMERICANO 47 El signo sutil LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
Más de una vez, ya consumada la obra de Redención y cerrado el drama de su existir mortal, hubo de manifestarse el Señor a sus discípulos. Podían acompañar a la aparición y dar testimonio de su autenticidad ciertos prodigios señalados. Así el que llaman de la pesca milagrosa.
Pero, en alguna otra ocasión, no era el signo precisamente un milagro. Sino algún rasgo sutil de naturalidad y normalidad. Parecerán estas ocasiones menos sublimes?
He aquí una de ellas, que encontramos referida en San Lucas. Camino de un pueblo distante de Jerusalén en sesenta estadios avanzaban dos apóstoles, envueltos por la melancolía de una tarde de primavera.
Tardo el paso, la cabeza caída, turbios de lágrimas los ojos, iban hablando los dos caminantes de su tristeza y orfandad. Grandes cosas eran acontecidas en Israel. Un varón justo, poderoso en la obra y en la palabra, había vivido entre ellos, embriagándoles con una visión maravillosa. Pero había sido crucificado y muerto. este era el tercero día después de la muerte. En verdad, el sepulcro estaba vacío. Pero al Maestro nadie le había visto aún. con la vaciedad del sepulcro, los discípulos sentíanse todavía más abandonados.
Ahora todo parecía como un sueño.
advertía con evidencia como era la parte que le tocaba. venía después una alegría muy grande, al ver que, a cada porción de justicia, todavía era agregada otra, de graciosa piedad. otra alegría más grande al ver que también había su porción el pobre hermanito que sólo de una graciosa piedad podía esperarlo. todavía quedaban migajas para las avecillas volanderas.
En esta manera amorosa de partir el pan era conocido el Señor por sus discípulos.
Señor. dónde estáis?
Los tiempos son de hierro, y los hermanos nos partimos el pan con la ley a la vista, hosca la mirada, rechinando los dientes. a veces nos despedazamos en la disputa por u mendrugo. aquí está el hambre. aquí, el rencor. No sabemos partirnos el pan, Señor. Señor. habéis huido para siempre de nosotros? he aquí que Jesús se encuentra de pronto entre los dos y anda el camino en su compañía. Pero, embargados los ojos, no le conocen. Jesús habla a los apóstoles y ellos le contestan. Pero siguen sin conocerle.
Les recuerda el decir de Moisés y las profecías.
Les llama insensatos y tardos de corazón. ellos no le conocen aún.
Manos de Jesús, santas manos de Jesús, manos de dulzura y de piedad, manos de armonía. ipartidnos el pan!
EUGEÑO OBS El árbol bueno Mas, arribados a lugar los apóstoles, Jesús dió muestras de querer seguir más adelante. ellos le retenían por la fuerza, diciéndole. Quédate con nosotros, porque se ha hecho tarde y ha declinado el día. entróse con ellos. Y, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo; y, después de partirlo, les daba de él. Entonces fueron abiertos los ojos de ellos y le reconocieron.
Más tarde «contaban cómo le habían reconocido en el partir el pan.
Arbol grato: yo no te he sembrado; yo no te he dado luz, ni aire; y tú, generoso, piadoso, magnánimo, me das sombra en el largo camino.
Sombra, perfume, cantos me das, por cuanto no te ha dado ini egoísmo.
Si grabo en tu corteza mi nombre te causaré una herida.
Te alzas de la tierra al cielo, no como una protesta iracunda.
antes como una imploración a Dios. Cómo podía ser esta manera de partir el pan de Jesús, en que alcanzaba a conocerle quien no le conocía ni en la presencia, ni en la voz, ni en la palabra, ni en el reproche?
Debía de ser como una fiesta. Las manos del Maestro dejando una porción en cada mano!
Debía de ser como una bendición. El alimento, la vida, repartidos así!
Si alguien osa esgrimir el hacha yo te defenderé que tú eres pulmón del mundo y consoladora medicina del cielo.
Si el leñador te tumba para quemar tus ramas, yo ardere contigo.
Y, mientras tú das a los vientos tu humo, yo daré a Dios el humo de mi pensamiento, árbol grato, árbol mio. Bajo tu sombra queda firmada esta dulce promesa. Debía de ser una manera de partir llena de economía y de sabiduria, Llena de generosidad y justicia clara. Ninguna mano tendida se quedaba sin su porción.
Y, en el instante mismo de la división, sentíase cada cual interiormente iluminado por el resplandor de una fulgurante ecuación distributiva. Cada cual AGI STİX Acosta Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica