62 REPERTORIO AMERICANO OLVIDO Lidia Rosa, hoy es martes y hace frio. En tu casa, de piedra gris, tu duermes tu sueño en un costado de la ciudad. Aún guardas tu pecho enamorado, ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa: El hombre que adorabas, de grises ojos crueles, en la tarde de otoño funia su cigarrillo.
Detrás de los cristales mira el cielo amarillo y la calle en que vuelan desteñidos papeles.
Toma un libro, se acerca a la apagada estufa, en el toma corriente al sentarse la enchufa y sólo se oye un ruido de papel desgarrado.
Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho, y acaso te recuerda. Pero su blando lecho ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado.
EL ENGANO Soy tuya, Dios lo sabe por qué, ya que comprendo que habrás de abandonarme, friamente, manana, y que, bajo el encanto de mis ojos, te gana otro encanto el deseo, pero no me defiendo.
Espero que esto un día cualquiera se concluya, pues intuyo, al instante, lo que piensas o quieres.
Con voz indiferente te hablo de otras mujeres y hasta ensayo el elogio de alguna que fué tuya.
Pero tú sabes menos que yo, y algo orgulloso de que te pertenezca, en tu juego engañoso persistes, con un aire de actor del papel dueño.
Yo te miro callada con mi dulce sonrisa, y cuando te entusiasmas, pienso: no te des prisa, 110 eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño FEMENINA RUEDA La casta y honda amiga me dice sus razones. Soy joven, no he vivido. Mi marido? Un engaño.
Tengo tres hijos, veo rodar año tras año en uno como lento sueño sin emociones. veces descerojo, tentada, mis balcones, por ver el hombre fino, el soberbio, el huraño.
Inutil. Si pudiera curarme de cste dano!
Ay, el amor no es juego que arregle desazones.
Las atenúa, acaso; mas los hombres, mi amiga, no me valen la pena de un ensayo: desliga mi corazón, cercado, su más viva lisonja.
Ten el cuerpo perfecto y la boca rosada, para el amor más alto yo fui seleccionada, pero escondo mi fuego bajo un velo de monja.
Baudelaire: yo me acuerdo de tus Flores del mal en que hablas de una horrible y perversa judía acaso como el cuerpo de las serpientes fria, en lágrimas indocta, y en el daño genial.
Pero a su lado no eras tan pobre, Baudelaire: de sus formas vendidas, y de su cabellera, y de sus ondulantes caricias de pantera, hombre al cabo, lograbas un poco de placer.
Pero yo, femenina, Baudelaire. qué me hago de este hombre calmo y prieto como un gélido lago, oscuro de ambiciones y ebrio de vanidad, En cuyo enjuto pecho salino no han podido ni îi cálido aliento, ni mi beso rendido, hacer brotar un poco de generosidad?
II LA OTRA AMIGA TERNURA otra amiga me dice. Las mujeres mentales perdedoras salimos en negocios de amores.
Tenemos, ciertamente, muchos adoradores: buscan pequeños sorbos en caidas vestales.
Su corazón lo ponen ro en las espirituales, que fatigan al cabo. Como cultivadores adoran lo que crean: piensan que las mejores son aquellas plegadas a sus modos carnales.
Las mujeres mentales somos las plataformas: mejoramos los hombres, y pulimos sus normas; refinan en nosotras su instinto desbocado, cuando, ya cansadas de esperar, les pedimos el corazón, en cambio del propio que les dimos, se lleva una mediocre lo que hemos adornado.
Septiembre. El duraznero, florecido, decora las ventanas del cuarto. Las manos de la madre están blancas, exangües, y, sobre ellas, el padre pone los labios buenos, tibios, y los demora.
Son jóvenes, son bellos y se aman. El niño de diez dias, desnudo, llora en el desaliño de las telas nevadas y estampadas de flores.
Canarios de oro cantan bajo los corredores.
Es la siesta. La madre saca el seno jugoso, blanco y suave. Trasiega su liquido precioso a la boca del dulce animalillo lerdo Que ejercita, al sorberlo, su delicia primera, recogido en el brazo de amarillenta cera que le cine la nuca. Yo miro y te recuerdo.
III AGREGA LA TERCERA Acaso se lo lleva la que menos le cuesta.
Halló en ella más fácil la vida ya pesada.
Todo cerebro activo lleva un alma quebrada y el hombre, en las mujeres, busca un poco de fiesta.
Cuida mejor la casa la mujer que es modesta y no tiene una vida mental imaginada.
Si del hombre que adora se comprende engañada recibe lo que sobra, y a su lado se acuesta.
No por esto posee la mujer, todo entero, al que, sin ser amante, puede ser compañero; acaso él también sueñe lo mismo que sonamos.
Y, sobre el nudo diario de su vida tranquila, y mediocre, allá arriba, luminoso, vigila un ideal femenino, cuya clave ignoramos. DE QUÉ ME QUEJO. De qué me quejo? Es cierto que me bajé hasta el fondo del alma del que amaba, y lleno de sí mismo lo hallé, y al tacto helado de su helado egoísmo dudé que el globo fuera, como dicen, redondo. De qué me quejo. Acaso porque el cuerpo, en su daño, afiebrado se arrastra en zig zag por el suelo, y el monstruo pecho hinchado le impide alzar el vuelo, pues dentro el pulpo negro, crece, del desengano. De qué me quejo. Gracias! Mantengo todavia vértebra sobre vértebra Hacia la melodía mi fina red nerviosa aún puede, con anhelo, Tenderse, oír los dulces, inefables, sonidos.
En mis cuencas aún giran los ojos, sostenidos, y aunque pesados se alzan hacia tu luz, joh cielo. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica