Repertorio Americano 249 sobre un pueblo sonriente y confiado, el oro y el sustento y su historia leer en las pupilas de su propia nación; en su aislamiento, no sólo su virtud, también su encono reprimiendo tranquilas, no buscaron políticas reyertas cruzando un mar de sangre por un trono, ni cerraron al prójimo las puertas de su piedad; jamás, bajo el influjo de cobardes temores, ni su fe ni sus dudas ocultaron, no se apagó el carmín de sus rubores, ni en el altar de la altivez y el lujo lírico incienso adulador quemaron.
Lejos del mundo y de la innoble guerra que sostiene la turba enloquecida, fueron sobrios y puros sus deseos y enamorados de la madre tierra, por el plácido valle de la vida pasaron sin ruidosos devaneos. aun hay, contra el insulto resguardando los despojos de algunas sepulturas, no lejos de este lúgubre retiro, frágiles monumentos, que mostrando torpes rimas e informes esculturas, imploran el tributo de un suspiro.
Alli, supliendo a los gloriosos cantos, la musa campesina deletrea solamente sus años y sus nombres o algún pasaje de los libros santos que enseña al moralista de la aldea cómo mueren los hombres.
Thomas Gray Poeta inglés. Nació en Londres en 1716. Se educó en Eton y en e! Peterhouse College, Cambridge. Estudioso, reservado, se hizo en vida de unas cuantas amistades intimas y duraderas. Propenso a la tristeza, de la que en parte se curaba con el ejercicio y el diálogo jovial. En Cambridge pasó casi toda su vida y enseñó historia Moderna. Hizo estudios serios de letras clásicas y de ciencias 11aturales. Murió en 1771.
con fuego celestial, quizás las manos que el cetro del imperio pudieran empuñar o de la lira provocaran el éxtasis que inspira.
Pero nunca el saber de los humanos desplegó ante sus ojos su amplia página, rica en los despojos del tiempo; la escasez mató las palmas de sus nobles anhelos y tornáronse hielos las geniales corrientes de sus almas.
Más de una gema, en su caverna oscura, oculta, bajo el mar, serena y pura, su casto brillo, para el mundo muerto, más de una flor en soledad suspira y exhala, con rubor que nadie admira, su aroma, entre las brisas del desierto.
Pues ¿quién, al margen del eterno olvido, el dulce don de la existencia deja, sin volverse a mirar, lánguido y triste, los días venturosos que ha vivido, la hermosura del mundo que se aleja y el misterio de todo lo que existe?
Sobre algún pecho amante se recoje, temblando, el alma que al partir se agita; tristes, los ojos que la muerte cierra, urgen piadoso llanto que los moje; y dentro de la tumba, entre la tierra, aún la inmortal Naturaleza grita, cual si en nuestras cenizas reviviera el fuego misterioso de su hoguera. tú, que conmovido haces memoria de los humildes muertos ignorados y que relatas su sencilla historia en estas líneas, si el acaso un día condujese a estos sitios apartados a un espiritu amigo que viniera con la contemplación por sólo guía y tu destino averiguar quisiera, algún pastor de cabellera cana quizá respondería. Muchas veces le vimos, afanoso, al despuntar la luz de la mañana, desgranar con su paso presuroso las gotas de rocío en la colina para encontrar al sol y reclinado Tal vez yace aquí un Hampden aldeano que se opuso con pecho valeroso a las fuerzas de un rústico tirano; un Milton, ignorado y silencioso; un Cromwell, que su vida no manchó con la sangre fratricida.
El destino impidió a sus almas buenas provocar los aplausos de un Senado, retar las amenazas del tormento y la ruina, esparcir a manos llenas Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica