186 Repertorio Americano Página lírica de Francisco López Merino.
ESTANCIAS DEL AGUA ESPECULAR PRIMERA LLUVIA DE OTOÑO Cae una lluvia tan fina que no parece que llueve.
Es el anuncio impreciso dél otoño que ya viene pintando de gris el cielo, dorando las hojas verdes.
Pasan aún por las calles primaverales mujeres con atavíos flotantes como nubes, por lo ténues.
Se dijera que han salido así diáfanas y leves a desafiar al atoño que insensiblemente viene.
Por el agua dormida pasan leves ensueños igual que por la mente de un niño ilusionado.
La frágil superficie del agua que ha sonado es sensible lo mismo que un tejido de sueños.
La luz que se insinúa remotamente, quiebra cada mañana el sueño casi blanco del agua.
Cuando tempranamente un encanto se fragua la red de los ensueños se rompe hebra por hebra. El agua tiene una transparencia inquietante como de casta y honda mirada; transparencia de llanto depurado por otoñal ausencia y de impoluto velo de joven comulgante.
En esta transparencia vibran los ecos muertos y perdura el recuerdo de las cosas cercanas: ramas de verdor húmedo, fragantes mejoranas y vuelos familiares de pájaros inciertos. ¿Sentirá el agua el peso virginal de la Aube y escuchará el latido del corazón del viento. Percibirá, en la brisa, el er:cantado aliento de un rumor de campanas que al infinito sube. Serán ciegos sus ojos como su voz es muda cuando descansa al paso de una tarde cambiante. Será la hermana enferma de la lluvia inconstante que a la tierra desciende musical y desnuda?
Caẹ una lluvia tan fina que no parece que llueve.
Más bien es como el recuerdo de otra lluvia, que florece en la memoria de todos callada y súbitamente.
Más bien es como el ensueño del cielo, que se desteje sobre los árboles quietos del paisaje transparente.
Más bien es como una pena que desde las nubes vierte su mojada melodia para que en el mundo sueñen.
Todavía quedan hojas en el árbol del dia: dispersan sus fulgores con el desgano lento de un eco de campana crepuscular que el viento lleva por los senderos de la Melancolía.
Tierno estremecimiento del agua ante el cobarde renunciar de matices que se vuelven penumbra.
Un rosal, de tan blanco, se dijera que alumbra el último camino que olvidara la tarde.
Cae una lluvia tan fina que no parece que llueve.
Seguramente hay enfermos que la escuchan tristemente como si cayera dentro de sus pobres pechos débiles, ensombreciendo en crepúsculo el paisaje transparente, apurando el paso grave, misterioso de la muerte.
Hay, seguramente, madres que al oir llover padecen, y enfermos que entre la lluvia ven como crece la muerte.
Cae una lluvia tan fina que no parece que lluevel.
MIS PRIMAS, LOS DOMINGOS.
ESTE VIENTO.
Este viento me trae fragmentos de palabras de tres mujeres bellas que conversan de amor.
Se hallan bastante lejos de mi, yo no las veo; adivino los rostros a través de la voz.
Una es morena y tiene las pupilas profundas.
Otra es humilde y blanca como el almendro en flor.
La tercera, incorpórea, musical y sencilla, tan rubia es que parece un puñado de sol.
Las tres llevan tres nombres adecuados: Alicia es, de ellas, la que tiene pupilas de dolor.
Inés es la segunda, blanca como el almendro y Stella la tercera, toda tono menor.
Ha apagado sus labios invisibles el viento; los sones se prolongan en mi imaginación.
Pienso en las tres mujeres que de amor conversaban y escucho las tres voces en una sola voz.
Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas y a pedirme algún libro de versos en francés.
Caminan sobre el césped del jardín, cortan flores y se van de la mano de Musset o Samain.
Aman las frases bellas y las mañanas claras.
Una estatua impasible las puede conmover, Esperan la llegada de las tardes de otoño porque, tras los cristales, todo de oro se ve. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica