REPERTORIO AMERICANO 29 Vejeces «Se proyecta erigir un monumento a José Asunción Silva en Colombia, su Patria», Los periódicos.
Roco antes de suicidarse en Bogotá, res que inquietos solicitan nueme escribió José Asunción Silva vos sentidos a la vida, nuevos la carta que hoy publico y que con ritmos de expresión. Urbaneja servo, entre mis viejos papeles, como Achelpohl, Pedro César Dominici preciada reliquia literaria, como pre y yo damos, desde entonces, a cioso recuerdo del gran escritor de aquella visita la importancia de nuestra América española.
una ascensión espiritual.
Nada induce, en esta epistola inti Luego que intimé con Silva, ma, a suponer la inminente tragedia, con frecuencia le esperaba en la la rosa de sangre que iba en breve Plazuela de la Universidad, dona florecer en el corazón que, para de aparecía después que el reloj inayor certeza mortal, se había hecho de la Catedral anunciaba la medibujar Silva en el pecho, sobre la dia noche a la ciudad dormida.
propia entraña palpitante. Por lo con Volvía Silva de alguna fiesta del trario, esa bondadosa carta al amigo gran mundo, a las que nunca que fué también su discípulo, exhala fui muy aficionado y lo era en un claro optimismo, cuando yo, mo extremo su dandismo. Volvía con vido por no sé qué extraño presen un rictus en la boca, con aquel timiento, me despedía de él. Scho desencanto que se transparenta phenhauer y el autor del Eclesiastés también en las cartas a su frale hayan perdonado el pesimismo que ternal colega Sanin Cano. coJosé Asunción Silva me atribuía. En la salud moral, inte mo él mártir y confesor» pulectual y aun física que esa carta re blicadas en la Revista Contempord sobre la vitela con tintas de varios vela, ni el más sutil indagador de nea de Bogotá. Silva amaba, como yo, colores, en la que Mallarmé le agraalmas podía presentir que el viajero aquel sitio romántico de Caracas, la decía el envio de una orquídea del preparaba su tenebrosa barca, rumbo paz de aquel jardín recatado y a la Avila, complicada y herinética como a las playas del Misterio.
vez hospitalario; amaba las torres gó sus poemas; ya me confiaba sus peCuando en la redacción de Cos ticas de la Universidad, entre nuba nas de subalterno diplomático, los mopolis, pequeña capilla de arte de rrones barrocos o en el turquí vene absurdos caprichos a que le sometía los llamados «decadentes, leímos el ciano del plenilunio de estío; amaba un superior, superior desde luego en Nocturno, que publicaba una Revista palpar el delicado encaje de sombras rango decorativo, que ni remotainente colombiana de la época, y supimos de la ceiba de San Francisco, sobre sospechaba que el nombre de su Se.
que su autor acababa de llegar a las duras piedras coloniales y respi cretario perduraria por siglos en las Caracas, como Secretario de la Le rar allí la soledad y el olor conven letras americanas, mientras que el gación de su país, nos sentimos exal tual de la albahaca, suyo pronto sería olvidado en la potados, como acaso sólo es posible en veces, a Chateaubriand saluda lilla de las Cancillerías.
esa edad en que parece que la vida mos en un restaurant vecino, famoso Embarcose José Asunción Silva, va a consumarse en una eterna pri antaño por sus viandas, en una for para su patria en el Amerique que.
mavera. Esparcia un efluvio vernal ma que nos hacía sonreir al pensar al naufragar en las costas colombiaesas estrofas, que nuestra juvenil sen en la vanidad de la gloria. Pues, para nas, entregó al furor de las olas la sibilidad recogia. La música del Noc el admirable cocinero Santos, rubicun obra desconocida del poeta. Sin pisar turno, de oro y azul oscuro, como do señor de la hostería, el orgulloso la costa bienamada, en un velcro reuna noche tropical, era un éxtasis sus Vizconde de las Memorias de Ultra tornó Silva a Caracas. Pero ya sus pendido en un silencio recargado de tumba era. sólo conocido como nom ojos no parecian conteinplar los misaromas.
bre de una apetitosa tajada de carne, mos horizontes luminosos y hasta en La manera como hallamos al poeta ni siquiera sobre laureles colocada, su traje mismo se notaba como un en su cuarto en el segundo piso del sino sobre rusticanas hojas de lechu desaire de las apariencias inundanaantiguo Hotel Saint Amand y sus ga. Rociada la cena con no pocas les. Sus barbas descuidadas y su enpalabras de la más pura nobleza ver copas de vinos espumantes, a las que flaquecido rostro, eran los de un ascebal, no defraudaron, como suele suce Silva achacaba su artritismo, me leſa ta. En el Amerique, por cierto, se der al pretender adecuar la existencia José Asunción alguno de sus extra encontraron casualmente Silva y Góreal a la obra de la imaginación, nues ordinarios cuentos de sobremesa. No mez Carrillo, de paso éste para Guatros sueños de adolescentes enloque era raro que al subir la escalera del temala. Según tuve ocasión de saberlo cidos de literatura. Estaba el poeta Hotel, nos topáramos, a esa hora, con del uno y del otro, a quienes recogió de pié, esperándonos cordialmente, la larga silueta de Lord Midleton, se en su bote un marino venezolano, todo de negro vestido, con un jazmín guido de su leal perro inglés, que cuando ya se sumergia en las aguas en el ojal. Sobre la mesa, la llama regresaba de alguna sigilosa excur cl navio náufrago, una hostil fuerza del té iluminaba el retrato de la dulce sión por los suburbios de la ciudad, les separaba a ambos. Ninguna de y pálida Elvira, la hermana muerta de de hacer una limosna que ocultaba, aqucllas afinidades de carácter, que José Asunción, el calumniado. Los como un crimen, su excéntrica filan Gocthe compara a las que atraen a libros alli revueltos, junto con pomos tropía.
las noléculas quínicas, les aproxide esencias, cigarrillos egipcios y pé Leyendo y charlando nos sorpren maba. José Asunción le pareció talos marchitos, decían de las prefe día a veces la madrugada. Ya me demasiado literaria, la actitud boherencias del joven maestro por los auto mostraba Silva la esquela, trazada mia de Gómez Carrillo, con las me Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica