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74 Repertorio Americano Tres artículos de Altamirano y Viera tros poderosos ha realizado y construido durante años.
obra de estupidez y de venganza, lo que la estupidez de nues1 En la vanguardia intelectual salvadoreña se destaca Napoleón Altamirano y Viera. Alguna vez me ha dicho Masferrer. Póngale cuidado a los escritos de Altamirano y Viera. Hoy, al presentarlo a los numerosos lectores del RePERTORIO, me es grato anunciaries también que Altamirano y Viera seguirá colaborando en este semanarioEse hecho, de una mayoría sin bienestar material. que lo esencial. casi se ignora o cuando menos no se toma en cuenta en obra de gobierno. Los dictadores suceden a los dictadores y la rapiña de unos pocos se harta en a desnudez de los muchos. Se imaginan que los marinos norteamericanos y los banqueros norteamericanos bastarán todo el tiempo para dejarles vivir en paz. con esa tontería en la cabeza olvidan que por no querer darle al pueblo algo de lo que le han quitado, mañana lo perderán todo.
1924.
Democracias que duermen son democracias estas naciones hispanoamericanas, pero podemos llamarlas así porque para la democracia fueron concebidas y para la democracia se esfuerzan, aunque muchas veces casi en vano, bajo el peso tremendo de su barbarie y de sus vicios. Decimos que estas democracias duermen, y debemos decir que duermen sobre dinamita presta a estallaro al borde del abismo, para caer en él cuando piensen que van a erguirse.
El odio ciego, aunque algunas veces casi justificado, que por los norteamericanos sienten en México, ha obrado el absurdo de hacer creer a la gran mayoría de esa República que todos sus males provienen de la mala fe del norteamericano.
Lo más malo del caso es que escritores de prestigio de México cooperan a esa obra ineficaz contribuyendo también de ese modo a prolongar la agonía de la Patria. Por cuanto se ha escrito de México y por cuanto se ha escrito acerca de cualquier otro pais en igualdad de circunstancias, la conclusión se desprende de que las revoluciones mexicanas no han sido obra de la mala fe estadounidense sino la consecuencia necesaria de un estado atroz de miseria, tiranía y humillación en que el proletariado de México ha vivido por obra premeditada de los mismos ricos mexicanos. Fué esta tiranía lo que hizo infecundo el laborar de Porfirio Díaz. No podía construirse un pueblo en condiciones de miseria tales. La escuela se vuelve casi infecunda cuando las familias trabajadoras viven hacinadas en pocilgas, mal alimentadas, casi desnudas y azotadas por todas las plagas de la extrema pobreza. Porfirio Díaz, de haber sido una inteligencia esclarecida, habría unido a su labor por la educación del pueblo un poco de reajuste social en su aspecto estrictamente económico.
Educar a un pueblo es obra muy difícil, Gentes nacidas en la riqueza y con la oportunidad de cultivar sus mentes hallan gran trabajo en prepararse para la vida cívica. No podía, esperarse que México se redimiese de su masa analfabeta de un año a otro. Pero si la rapidez con que la cultura se difunde es casi nula, la rapidez con que el descontento se esparce en un país oprimido y hambriento es sorprendente. Por eso fué tan fácil derribar la Bastilla por eso el imperio rigido de los Romanoff se cayó al suelo como un castillo de podredumbre. En México se han batido batallas por la redención del trabajador oprimido. Ei hecho de que unos cuantos canallas políticos hayan hecho uso del pueblo en campañas inmorales no desvirtúa el caso histórico.
Lo que ha pasado en México, con menoscabo de su seguridad política y con el sacrificio de millares de vidas y destrucción de riqueza, pasará igualmente en las otras naciones hispanoamericanas si no se preparan para evitarlo. La existencia en un país de una mayoría sumida en la miseria; oprimida y explotada, excluye la posibilidad de la democracia, la posibilidad de que el pueblo gobierne. Por eso persiste la dictadura en Guatemala, en el Perú, en el Ecuador. Por eso Venezuela está en manos de una salvaje. Por eso se ha puesto en el horizonte de la dignidad continental la estrella chilena.
Por eso no tenemos democracia alguna en la América Hispana, porque de haber democracia, esos millones de trabajadores embrutecidos y humillados, se levantarían en armas contra sus opresores y acabarían de un momento a otro, con La venganza de México Si mal no recuerdo fué en 1920. En aquella época México aun se agitaba en los horrores de la guerra civil, cuando una abierta pugna entre intereses creados y necesidades por satisfacer, entre el privilegio ensoberbecido y el trabajo oprimido hacía imposible la paz y los mexicanos tenían que someter a la suerte de las armas el destino común.
En aquel momento México era un pobre enfermo, abatido por la fiebre, sin más asistencia que sus propias fuerzas y en el peligro constante de las intrigas internacionales. No tenía a su mano ninguna salvación y era el deber de los países libres del continente asumir una actitud de digna neutralidad y de simpáticas miras para la nación cuya caída era igualmente dolorosa y trágica. fue entonces cuando Albert Fall se presentó al Senado Norteamericano para entregar una sombría acusación contra México, colmar de predicados afrentosos al país indefenso y pedir la intervención armada con el pretexto de que la revolución estaba en pugna con los más elementales principios de decencia, humanidad y honor. Puede el lector buscar entre las páginas del Congressional Record, el periódico que registra los trabajos en el seno del Congreso norteamericano y publicado en Washington, para confirmar por sus ojos la verdad de lo que en estas líneas se dice.
México estaba en el lecho, y nadie podía desmentir al soberbio senador. Cobijado por su posición oficial y a la sombra del pabellón americano, aquel hombre hirió a un pueblo entero, y su delito quedó sin castigo. Sin castigo? No. Años más tarde, en la primavera de 1924, el Congreso Norteamericano, a iniciativa del senador Robert Marion La Follete, ordena una investigación de la cesión a intereses particulares de las reservas de aceite del Gobierno Federal. Parecia al principio que aquel movimiento no era sino una aparatosa medida de los políticos de oficio que un voto popular mal controlado lleva a Washington. Pero los sucesos empiezan a dar seriedad al asunto. La sospecha de una gigantesca operación manchada por el soborno, por la indignidad y el delito se hace cada vez más imperiosa a la conciencia pública norteamericana, y, al cabo de pocos días, leedlo bien, cien millones de americanos vieron llegar al piso del Senado americano, tembloroso y cobarde, avergonzado y humillado, a Albert Fall, el acusador de la indignidad mexicana, él a su vez, y con verdad, acusado de la acción más deshonrosa que un funcionario norteamericano haya jamás cometido. Albert Fall fue declarado culpable de soborno por la Junta Investigadora, probado haber recibido CIEN MIL DÓLARES de obsequio de parte de los intereses favorecidos con la cesión de las reservas navales del Gobierno Federal.
No quedó un solo periódico americano que no diese cuenta de semejante escándalo. Enormes títulos de primera página asociaron en triste dualismo los nombres de Sinclair y Fall y el pueblo americano, que tiene buen sentimiento de dignidad Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica