Repertorio Americano 107 la aridez de sus plantas, nada sabe del intimo secreto de sus penas.
aire silba entre las rocas peladas y en los matorrales del lindero reza el pájaro tres tres su monótona letania.
Doña Nemesia se ha quedado pensativa, mientras yo sueño con mis árboles, con mis lecturas y mis recuerdos, hasta que un día llegue también la Huerfanita a decirme que debo ir a ocupar mi retiro en mis dominios de Cipacón, en ese lugar apacible, donde los grandes caciques de Busogonte y Rasgatá iban en otros tiempos a llorar sus desgracias y a lamentarse de haber nacido.
En el páramo del Carrizal, y en el día de la clausura de las Cámaras legislativas de 1920.
JOAQUÍN QUIJANO MANTILLA esta sed contenida de amor triste y de piedad enferma que invade el despoblado, con la noche lentamente penetra en mi interior. cierro las ventanas de mi celda. 2 De un diario intimo Yo siento como si esta tenue y sorda alegria resignada, sumisa en su quietud, que lentamente invade lo más hondo de mí mismo esta tarde en que nadie ha venido y en que a nadie esperéfiltrara lágrimas. Cartujo, en esta celda en que cultivo mi ocios y en que acecho la vida en mi interior, nunca me faltan ni el mendrugo de paz ni el dulce sorbo de silencio.
Medito. En qué? Lo ignoro. Pero siempre comparto aquí con mi inquietud, y a solas, el pan y el vino de la cena ritual.
En la penumbra late el reloj su tedio indiferente, sin dolor y sin gozo, frío, austero, impasible al minuto que ha de venir, sin pena Por la ancha faz del vidrio entra la tarde toda su sed cristiana de amor triste y de enferma piedad.
por el instante que dejó. Quiền tuviera la euritmia igual, isocrona de tu sombría gravedad, la gracia de mo llorar la hora que prendió el infinito en el recuerdo, ni esperar sin temor lo irreparable. Qué bien se siente entonces el latido rural del despoblado miserable, que arrastra por los tumbos del camino, sin rumor, el cansancio de un hastío sin fin, y aquel deseo inmóvil que invade todo el llano de sujetar la vida a una sola actitud, de no surcar la tierra, de no dar rastro al tiempo, de no abrir al pasado una sola esperanza de recuerdo, ni de marcar con piedra blanca o negra la jornada del dia, siempre apacible, pero siempre idéntica!
Fuerte, profundo bienestar dilata el ritmo de mi vida. Ni agita el pensamiento el ala negra de su afán, ni arana el torvo anhelo del placer el muro de su cárcel. Es la esperada beatitud, la paz consigo mismo y con el mundo? Acaso.
Pero siento que esta alegria inútil que me invade tiene un sabor de lágrimas.
ALBERTO URETA, Los árboles parecen fatigados en su marcha por la vieja avenida.
Taciturnos y silenciosos cargan su peso, y aunque unidos por el mismo dolor, todos se ignoran, y siguen solitarios por la senda.
Ni una sola mirada, ni una sola sonrisa los acerca.
La misma tierra olvida que es su madre, y que los nutre y hasta el arroyo que al pasar refresca Miraflores. Lima, 1924. Hercurlo Periano, Lima. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica