REPERTORIO AMERICANO 51 pongano exijan una inversión de seosos de ofrendar a la patria sus Inspecciones, y ha convènido con fondos. Por razones políticas, por la soluciones y sus iniciativas. No pare ellos cómo va a realizarse, ministenaturaleza misma del régimen de cerá depresivo tampoco que los fun. rio por ministerio, oficina por oficina, Consejos de ministros, esta nueva cionarios de Hacienda irrumpan en y dependencia por dependencia, la representación del ministerio de Ha las oficinas de otros departamentos investigación de las posibles econocienda, no tendrá más que una con e investiguen cómo se cumple cada mías, que nivelen el Presupuesto, dición: la información, o el asesora servicio y cuánto podia economi acaben de una vez con los anticipos miento, o la conformidad como quiera zarse sin daño de su eficacia. del Banco de Francia al Estado, evillamársele en cada caso del jefe del Si el sistema se extiende y el méten los apuros del Tesoro y no Gobierno.
todo inglés se adapta en los demás hagan necesaria la emisión de más En lo sucesivo, en cumplimiento países latinos, Caillaux merecerá deuda flotante a corto plazo.
de este primer artículo de la ley aplausos de toda la latinidad. Ya en Es toda una concepción política nueva, todo ministro habrá de con la ley de Presupuestos para 1925, nueva para los países latinos, donsultar con el de Hacienda, previa aprobada también estos mismos días, de los que gobernaron hasta aquí mente, cualquier modificación que in ha suprimido 134 oficinas que le han creían que los recursos de una natente en las organizaciones burocrá parecido inútiles. apenas promul ción son inagotables y que los Esticas a su cargo. Establecido este gada la ley para poner término a tados pueden gastar sin riesgo de hecho como trámite legal inexcusable, las dificultades de Tesorería, ha reu quiebra y de muerte cuanto se les no parecerá depresivo a los políticos nido al fiscal del Tribunal de Cuen antoje.
que lleguen a los altos puestos de tas y a los jefes de las diferentes (De El Sol, Madrid. LAMÁBASE Ludivina Bontemps, y por abreDivina Bontemps Del tomo Cuentos, por Alberto Samain. La priniorosa traducción del fran ces la ha hecho el admirable poeta argentino Luis Franco. Editorial BABEL. Buenos Aires, 1925.
Con este tomo nuestro amigo Samuel Glusberg enriquece la serie de su Biblioteca BABEL, ya famosa en América por la cantidad y calidad de las obras publicadas.
años una chicuela de gracia pensativa y fina, y de ojos límpidos y pálidos, con un azul frigido de fuente oculta en los bosques. Largos cabellos de un castaño oscuro, como una ola de seda ligeramente ondulada, caían sobre sus frágiles espaldas. Su boca era bonita y grave con la mancha bruna de un lunar en la del labio superior; y detrás de esta boca casi siempre cerrada y bajo la espesura de sus cabellos flotantes, y en el fondo de sus ojos pálidos, se adivinaba escondida una almita deliciosa, animada y salvaje. Rasgos peculiares distinguían en efecto a Divina Bontenips y entre otros, éste que se acusaba ya con un pasmoso relieve.
Dotada de un poder de ternura casi excesiva y de una bondad que se entregaba sin reserva a los seres y a las cosas y brotaba en cálidas efusiones en las profundidades de su alma, retrocedia ante las manifestaciones de los sentimientos, aun los más confesables, como ante un pecado. Nada le era tan penoso como sentir que los demás adivinaban su corazón. Entonces sus mejillas se arrebolaban de súbito sin poderlo remediar, sus ojos se bajaban, y, de insistir indiscretamente, esta emoción podía llegar hata el sufrimiento.
Era asi en todo y ante todo una naturaleza exaltada y secreta. Cuando estaba sola ocurriale a menudo estrechar frenética contra su pecho el juguete preferido del momento; o bien dirigíase con gestos apasionados hacia seres imaginarios con que ella poblaba un rincón de su retiro; hasta abrazaba a veces las flores; y en verdad que tales maneras hubieran asombrado no poco a cuantos estaban acostumbrados a ver en ella una personita silenciosa y reservada en todo.
Había venido al mundo, en cierto modo, con la vergüenza de su corazón. El pudor físico y todo lo que este comporta de recelosa sensibilidad, parecia en ella trasladado a lo moral; y a la menor emoción develada, el menor sentimiento sorprendido, le causaba el intolerable malestar de la desnudez. Asimismo todo lo que está hecho de penumbra, de silencio, de misterio, atraiala particular mente: las profundidades del jardín, de la iglesia tenebrosa y dulce, la frescura de las piezas desocupadas. Allí se sentía vivir verdaderamente, allí podía desplegarse en la plenitud de su sér. no poco de su luz discreta, de su gravedad melancólica, de sus coloraciones atenuadas, de sus perfumes solitarios debía impregnar, para toda la vida, la sustancia delicada de aquella alma. Ella se daba cuenta cabal de lo que perdía con esta inmoderada suceptibilidad de corazón, y, a veces, al comprobar las alegrías fáciles de que voluntariamente así se privaba, sufría hasta las lágrimas. Entonces procuraba reaccionar, prometíase seguir el ejemplo de sus compañeras. Durante una hora, en el transporte del juego, intentaba transformarse.
Animación ficticia que decaia casi al punto, de suerte que, a menudo, esa noche misma, anhelosa de obtener algún favor de su madre y en el momento de echarse en sus brazos, se detenía, vacilante, y terminaba por ir a acostarse sin decir palabra.
Tal repugnancia a describir el secreto de sus sentimientos la hacía contraer poco a poco el hábito del renunciamiento; y de este hábito debía nacer, por consiguiente, un gusto apasionado y casi bárbaro por el sacrificio, un extraño apetito de resignación que la llevaba místicamente a las tristezas, y no sin comportar, por lo demás, crueles y refinadas voluptuosidades.
Divina creció, y a través de las crisis de una pubertad dolorosa, su hurañeria nativa se desarrolló aun más. Ahora reflejábase al menor contacto. De esto provenía cierta torpeza física que revelaba como con una punta acidulada su belleza ensencialmente enternecedora. Sus cabellos sombríos separados en el medio y cayendo a lo largo de las sienes que cubrian, enmarcaban en una ojiva su frente pura, dulcemente abovedada; sus ojos de un azul tenue tenían algo de joyas antiquísimas; su boca casi siempre cerrada, se sumía sensiblemente en los ángulos. Se la juzgaba así fría y hasta desdeñosa; ella se lo dejaba decir, poniendo alguna inconsciente coqueteria, para justificar esta opinión, al mismo tiempo que en esto encontraba una barrera moral, que la resguardaba mejor de las curiosidades. Vivía así la vida tianquila de las virgenes, cuando un episodio sentimental muy sencillo vino a trastornar su existencia.
Un amigo de infancia, Mauricio Damien, volvió a pasar sus vacaciones en provincia. hubo de verle y hablar con él pues éste venía frecuentemente a su casa, debido a las estrechas relaciones que unían a las dos familias y evocar en las alamedas del gran jardin enarenado de rojo, las niñerias de otro tiempo. Poco a poco, Divina sintió inquietarse su corazón. Las vagas ternuras que en ella flotaban todavia como un vapor matinal, fueron atravesadas por un resplandor dulcísimo. Detalles insignificantes hasta entonces, cobraron a sus ojos un singular interés; las horas monótonas se colorearon: hubo en ella el ofuscamiento y el encanto de una revelación.
Una siesta que se hallaban solos en el gran salón que daba sobre el jardín, la coulversación, ficticiamente mantenida, se suspendió y uno frente a otro quedaron silenciosos. Por la ventana abierta ruidos lejanos venían de la ciudad industriosa, rodar de coches, martilleo de fundiciones, rumores callejeros y el murmullo continuo de las hojas era armonioso como un fru fru de seda. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica