Repertorio Americano 221 Poemas inéditos de Jaime Torres Bodet No vi, en las calles, más que un viejo: mi corazón, que, al inclinarse, de un manantial hizo un espejo.
Cuando parti, llevaba lleno el recuerdo, de sol hermoso y me sentia alegre y bueno.
Los que me veian pasar me sonreían desde lejos, y se ponían a cantar, y una muchacha que encontre me dió vergüenza de estar triste.
y siempre isiempre! la amaré.
CREPUSCULO La noche de verano alarga. sobre el biombo del cielosu cuello de garza y pesca, en las orillas del silencio, la concha de la luna sonrosada.
Te acercas más a mi. Te cubre enterà con su kimono de seda estrellada la noche de los cuentos orientales, y en tus ojos, la sombra se levanta como el vaho del opio en lenta espira, mientras la piel bañada de tu cuerpo de uva y de ciruela, al viento del crepúsculo, derrama el fresco aroma de un campo de arroz coronado de grullas y de garzas.
Como las ramas del bambú son quebradizas tus palabras. como tus cabellos lacios es el artificio de tu sencillez refinada.
Tus besos saben a té recién hecho, bebido en dedales de porcelana, y tienes en quietud, en grach, en gesto, esa desnuda elegancia de los salones cuyo mobiliario lo forman una rama de crisantemos blancos, en el vaso del aire, y ese pañuelo de seda azul que la tarde, después de la lluvia, pone a secar en las ventanas.
LLUEVE Vas a llorar pronto.
Ya el cielo se hace chiquito en tus ojos.
CANCION DE UNA TARDE DEL TROPICO EL PUEBLO Aquella ciudad se caía, por los atajos de la sierra, en calles de jugueteria.
Como en las tarjetas postales estaban llenas de palomas las iglesias municipales, y tenía una antigua fuente que, como un corazón cansado, se secaba súbitamente.
No habia en esa población más gente adulta que el silencio, ni más ciudadano que el sol.
Todos los niños del planeta estaban ahi reunidog, comiendo frutas en las huertas, robando nidos al vergel y dejando, en las horas lentas, untadas sus risas de miel.
Un arroyo de plata viva cortaba el campo y la ciudad en dos mitades de alegria.
El campo era de los pájaros y la población, de los niños: el cielo a todos hace hermanos.
Venta de lejos.
Traia en las manos un maduro racimo de agosto.
En la piel de las uvás, untado, un polvillo fragante de musgo daba anhelos de beso y de canto a la sed juvenil de los labios.
Venta de lejos.
Traſa en los hombre trigueños un cántaro fresco.
Se hubiera querido besar en la piel de esos hombros la huella del barro, a través del percal de la blusa, la huella olorosa del agua en la tierra porosa que entreabre a la brisa del huerto, después de la lluvia, la roja eglantina y el lirio morado!
Venia de lejos.
Ondulaba la tierra a su paso en espigas pesadas de anhelo, y su pausa mecia el silencio, en columpio feliz, a los pájaros.
El azul de la solida altura desplegaba en los brazos alzados.
Como un ánfora de oro, llevaba el cielo en los brazos en alto.
Venia de lejos, y su andar completaba su canto.
La miré dulcemente en los ojos.
Eran claros sus ojos, tan claros que sentí, en lo más tibio del alma, la frescura de un huerto regado, La bese dulcemente en los párpados finos.
Aleteaba la piel de sus párpaeos con un vago temblor, sobre el iris de los húmedos ojos dorados. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica