248 Repertorio Americano Elegía Escrita en un cementerio de aldea De Thomas Gray Traduccion de Enrique Hire. El traductor pertenece a la selecta minoria de poetas costarricenses.
Solloza la campana su doliente oración vespertina; mugiendo va el rebaño lentamente de la pradera en el verdor jocundo; a su choza el labriego se encamina por la áspera vereda y la infinita lobreguez del mundo para la noche y para mí se queda.
Ahora va el crepúsculo apagando, a mi vista, su ruedo esplendoroso y una solemne calma el aire llena; solo de cuando en cuando zumba, con aleteo bullicioso, el abejón que entre la sombra oscila y adormeciendo a los rebaños, suena en la extensión serena, la nota soñolienta de la esquila.
En esa torre carcomida y vieja que la hiedra envolvió como un sudario, la lechuza se queja, frunciendo el ceño, a la impasible luna, del intruso que, en torno al vecindario de su asilo secreto, la importuna en su reino vetusto y solitario.
La iglesia de Stoke Pogis y el humilde cementerio descrito en la Elegia de Gray. En él descansan los restos del poeta que lo inmortalizó.
Há poco el gobierno británico adquirió estos famosos lugares.
Allá, junto a la rústica aspereza de aquellos olmos, bajo el verde manto de los tejos, el tiempo ha convertido en montones cubiertos de maleza, los túmulos del viejo camposanto, celdas angostas de quietud y olvido en que discurren los eternos sueños de los antepasados lugareños, Ya nunca volverán la matutina brisa con sus fragancias, ni el saludo que gorgea la tierna golondrina desde la cumbre del pajizo techo, ni de los gallos el clarin agudo, ni los ecos del cuerno resonante, a despertarlos de su humilde lecho; jamás para ellos brillará radiante la lumbre del hogar, ni habrá una esposa que en las tardes, risueña y hacendosa, prepare los domésticos aliños, ni balbuceando el paternal regreso, en su regazo, los alegres niños compartirán su codiciado beso.
Cuántas veces rindieron las espigas al corte de su hoz el rubio grano y al empuje tenaz de sus fatigas el arado surco la firme tierra; con qué placer hacia el fecundo llano sus bueyes conducían y cómo, ante sus hachas, en la sierra los bosques con estrépito caían.
Que nunca sean su labor fructuosa, sus simples goces, su existencia oscura, burla de la ambición, ni la grandeza escuche con sonrisa desdeñosa la crónica sencilla, humilde y pura que memora su rústica pobreza.
La vana ostentación de los blasones, la pompa del soberbio poderío, todos los bellos mundanales dones, la hora inevitable y perentoria esperan: los caminos de la gloria sólo conducen al sepulcro frío.
No los culpéis vosotros, orgullosos, porque sobre sus tumbas la memoria llamativos trofeos no levanta, en cuyas naves, himnos estruendosos hagan repercutir la nota fuerte que en su elogio se canta.
Con su leyenda un epitafio inerte, con su aparente vida un busto. harían volver, acaso, el fugitivo aliento vital a su mansión. Turbar podrian los gritos del honor su polvo helado o de la adulación el vil acento, halagar el obtuso y torpe oido de la muerte? Quizás duerma enterrado en este campesino cementerio un corazón que palpitó encendido Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica