262 Repertorio Americano tad. con un poco de buena voluntad y de sentimiento histórico de la cultura hispánica, se vencerian todos los demás obstáculos.
Comentarios fugaces Luis ARAQUISTAIN (El Sol, Madrid. Redimida La conocí una tarde. En sus pupilas grises adiviné una inmóvil fatiga de distancia, igual que si trajesen de remotos países los últimos fulgores de una inquieta elegancia.
En sus cabellos de oro, oro quemado al fuego de alguna mano tibia que la adoró unos días, imaginé el fecundo trigal en flor, que luego desmayárase al soplo de las lluvias tardias. Su voz érame dulce, su mano érame suave. perfume, melodía, secreto, paz, aurora, crepúsculo en que vuela la excelsitud de una ave; penumbra en que un espíritu, en vez de cantar, llora.
Por eso extendí todo mi corazón al paso de su tristeza y hube de compartir su vida: me alucinó la tarde de sus ojos y el raso con que, vistió el orgullo de aquella carne herida.
Luna de invierno oculta tras la redonda nube que fulgurar no puede porque la nube es grande, brillame siempre porque mi pensamiento sube allí donde haya un rayo de ensueño que se expande.
Me pregunta usted, señor García, por aquellos insípidos comentarios que a veces bordaba en otros días. Tantos sucesos que sería interesante comentar! Ya ve usted que con tres o cuatro de ellos no más, tienen tema. los periódicos para urdir inacaþables charlas dominicales en las cuales no deja de tener el ingenio siquiera una modesta participación Mire usted que en el Congreso, nada menos, donde toda maravilla tiene su asiento, se ha deliberado con ardor acerca de si se debe votar con sombrero o sin él. Descubrieron allí que la soberanía popular, simbólicamente al menos, reside en el sombrero. Se advierte que urgía hacerla residir cerca de la cabeza, para señalarle un sitio digno de su majestad. el símbolo estaba destinado, en la heráldica concepción de los proponentes, a servir de medio de educación popular. un simple se le ocurriría educar al pueblo con ejemplos de respeto a la soberanía. quizás, por cierto, que ningún ejemplo es más fecundo que el desprendido de la vida y actuación de los hombres que guían af pueblo. Pero a los doctos políticos lo que les parece sensato es que la educabilidad del pueblo venga a depender de actos como ese de llevar en la cabeza o en la mano el sombrero. vino a cuento en el Congreso el escudo de Hungría. Pero qué lejos está esto de aquello! El sombrero ha sido y es a veces un símbolo que ostenta cierta belleza y, en otras, un símbolo profundo. El bonnet conique, por ejemplo, del Dux de Venecia expresa la misma idea trascendente de alguna de las gemas gnósticas. Pero carece de relación ello, como carecen la mitra y el gorro frigio, simbólicos también, con las farsas electorales. no es el sombrero por ser sombrero lo que alcanza el valor simbólico, sino la situación en que el aparece, recuerdo de un hecho de la historia, o corporización en otra forma de un fragmento de la vida de un pueblo y, en lo tanto, expresión de la conciencia colectiva en determinado instante. Pero hablar de historia en nuestros Congresos suele ser como hablar de soberanía entre politicantes.
Ciertamente, los símbolos educan. Hay un sentido en el cual puede decirse que toda educación es simbólica. Como hay otro sentido en el cual puede decirse que todo es símbolo. Pero los símbolos capaces de encarnar la sabiduría o atesorar la luz que debe guiar, a hombres y pueblos, no han sido ni serán nunca artefacto resultante de la maquinaria del convencionalismo legal. leguleyesco.
Difícilmente hay símbolos mayores en enseñanza y poder que las grandes vidas de grandes hombres. no es posible, en realidad, crear a voluntad, y menos fabricar esos símbolos. veces brotan de la conciencia del pueblo sin que éste los advierta en el primer momento y son las generaciones posteriores las que los recogen en la poesia o en la leyenda. veces el pueblo descubre el símbolo en el corazón de un hombre y éste pasa a ser desde entonces su profeta. La leyenda después y la poesia esculpen el símbolo en la memoria de los tiempos. Por eso entre sus manos abandoné las mías al son de las fugaces, de las tranquilas horas; y nunca me inquietaron porque estuvieran frías y no me importó nunca que fuesen pecadoras.
Agua silente y pura de la escondida fuente que dilatar no puede su curso en la montaña, cálmame siempre porque mi afán está presente allí donde hay un hilo de ensueño que se empana.
Asi fué como puse mis sienes en sus sienes, para sentir a instantes, que la ilusión doraba un vasto imperialismo poblado de desdenes y, en él, una adorable resignación de esclava.
La conocí una tarde. En sus pupilas grises, bellas cuando reían y si lloraban bellas, erraba esa infinita quietud de los países en que lejanamente fulguran las estrellas. Su voz érame dulce: secreto, melodía; su mano érame suave: perfume, terciopelo.
Pecadora y cristiana, llena de fé sentía salvarse en el milagro de una ilusión tardía, gloriosa como una astro, diáfana como el cielo, iy de todo, peçado su fe la redimía!
MANUEL SEGURA Santa Cruz, Guanacaste, mayo de 1925. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica