Repertorio Americano 59 CASI EGLOGA José Asunción Silva, Profesor de melancolía Para REPERTORIO AMERICANO. Oh, si me cautivara en esos lazos de leche y fruta y miel! Paso ligera, ágil como una corza. Entre sus brazos, aro viviente, iba, prisionera y feliz, la mañana hecha pedazos en claros dones de la primavera: flores húmedas, ramas olorosas y una constelación de mariposas y el oro en rizos de su cabellera.
Sembrando en el sendero la ondulante caricia blanda de los pies desnudos, ebria de juventud, toda vibrante sobre los pechos firmes y menudos apoyaba el brazado desbordante como un trofeo sobre dos escudos. era su voz de pájaro, y reía como un arroyo, despertando al día en el sosiego de los aires mudos.
Cual sediento febril a quien provoca la vecindad de inaccesible río, yo la dije, quemado de una loca sed más ardiente que el fogoso estío. Dame a gustar el beso de tu boca. La flor también es boca, señor mío.
Cayó a mis pies la flor de su brazado y era un clavel más rojo que el pecado. Y así besé la aurora en el rocío.
LA HERMANA Los niños lo sabían, quizás, pero callaban como disimulando el pensamiento desnudo en las pupilas virginales, y los mayores nunca la nombraban.
CONI JONTRA ninguno de los grandes poetas de América, se han ensañado tanto la incomprensión y el olvido como contra el colombiano José Asunción Silva; y: sin embargo, fuera de Manuel Gutiérrez Nájera, Herrera Reissig y Rubén Darío, no hay otro desgraciado a autor del aloocturno.
merezca mayor alabanza y admiración que el Por eso, la bibliografía del vate bogotano, no cuenta hasta ahora con ninguna obra de aliento, y lo poco que sobre él se ha escrito, anda por allí, perdido en efímeras revistas, en periódicos de poca circulación y en libros de autores mediocres, que casi nadie lee. Ni siquiera en Colombia, donde no escasean los críticos literarios, alguno de ellos pensó nunca en sacar el nombre de Silva de la injusta postergación en que vive desde hace cinco lustros.
Guillermo Valencia y Baldomero Sanín Cano, escritores de relieve mundial y amigos íntimos del poeta suicida, nos deben a los lectores de este Hemisferio una obra de crítica autorizada sobre este apolonida que, a nuestro juicio es, no sólo uno de los más preclaros precursores del movimiento de renovación literaria de la lengua española, sino también uno de los más sutiles y sugerentes citaredas de la poesía universal.
Poeta de la jettatura eterna, tampoco ha encontrado entre los críticos extranjeros la admiración que merecía: Unamuno, Coester, Ford y Goldberg, no le han sabido apreciar en su justo valor ni se han atrevido a asignarle el lugar que le corresponde en la lírica novomundana. Así, por ejemplo, el último de los autores citados, en su Literatura hispanoamericana, consagra 116 páginas a Dario, 52 a Chocano y a Silva sólo 8, a pesar de que éste fué también un verdadero precursor de nuestra liberación prosódica y poética. El, como lo observa Baldomero Sanin Cano, en un estudio publicado en la revista Hispania de Londres. ya hacía versos en que se revelaba su talento primordial con vivos anhelos de renovación, antes de haber puesto sus ojos en la obra de Rubén Darío, y al paso que el nicaragüense cincelaba, bruñía y amartillaba sonoramente el oro y la plata, o tallaba facetas deslumbrantes y graciosas en las nobles piedras que caian bajo su mano, Silva penetraba en la composición de los metales, tanteaba su peso, les aplicaba el microscopio a los rubíes y diamantes y declaraba su experiencia en rimas nuevas de una claridad, de una amargura graciosa, lejos de toda solemnidad y de todo esfuerzo para atraerse los sufragios del gran públicos.
Continuando el paralelo del Maestro antioqueño, podríamos decir que Silva supera a: Dario, en que su poesia es sincera y vivida, ya que José Asunción, cuya vida aristocrática es el más bello de todos sus poemas, supo ser refinado no sólo en sus versos sino también en su existencia, mientras que el autor de Cantos de vida y esperanza, cuya degeneración alcohólica pudimos observar nosotros en Barcelona, durante el año de 1914, era un poeta que hablaba de princesas tristes y de marquesas enigmáticas, lo ¡Llevosela el amor como se lleva el viento las hojas otoñales!
Luego, un día, la muerte, al señalar la casa, con su mano huesosa dejó abierta, paréntesis efímero, la puerta. los hombres dijeron severamente: ipasa!
Entró. Sois menos duros que las almas, oh, muros. Besó la frente maternal, ya fría, menos fría que el alma de los acusadores, y se alejó de nuevo, silenciosa y sombría, a través de desiertos corredores.
Mas al partir, al transponer la puerta oyó voces de ángeles y se detuvo incierta, cual deslumbrada por la maravilla.
Los niños se acercaron con sencilla franqueza, sonrientes. sus voces de oro que hacen de las tiniblas la mañana. saludaron en coro. Hermana. Hermana. Hermana. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica