. REPERTORIO AMERICANO 159 LA EDAD DE ORO Lecturas para niños (Suplemento al Repertorio Americano)
Juanillo el tonto Había, una vez, una mujer, que se casó con un hombre, que era muy. tonto. Si se quedaba cuidando de la casa, lo echaba todo a perder; si iba a la feria, no sabía vender, ni comprar. La mujer le mandó un día a la feria a vender una tela y le dijo. No la vendas ni a hombre ni a mujer que hablen mucho, porque te engañarán.
Se fué a la feria, y como todos hablaban mucho, les decía. No es para ti, que hablas mucho. resultó que nadie compró la tela. se volvía a casa con ella cuando, al pasar por una capilla, entró a rezar al Santo. Pero oyó la música de una fiesta que había fuera; dejó allí la tela y se fué a ver el baile. Cuando volvió a buscar la tela, se encontró con que se la habían, robado, y mirando al Santo, le dijo. Vaya. Con que me compraste tu la tela y no quisiste inancharte los zapatos yendo a la feria?
Pues, ahora, dame los cuartos! como el Santo no le echaba el dinero, el hombro se enfadó con él y le dió tal cachiporrazo que le hizo caer del altar al suelo. Al mismo tiempo, cayó una perra chica de las limosnas del Santo, y el hombre le dijo. Está bien, es el precio de la tela. Recogió el dinero; dejó allí al Santo y se fué.
Cuando llegó a casa, entregó los cinco céntimos a su mujer, y le contó lo que le había pasado. la otra feria, le mandó la mujer a comprar diez céntimos de agujas y cuando volvió de la feria, la mujer de preguntó por ellas. Mira, las agujas. pues ce contre un carro de paja y se enfurruñaron los bueyes; cogí la aguijada y, como no podía traer las agujas en la mano, las puse encima del carro, y después, no las hallé entre la paja. Válgate Dios, hombre! Si serás torto; habértelas prendido en el chaleco. Sí, mujer, sí; tienes razón; así lo haré otra vez.
La mujer mandó hacer al herrero unas clavijas para el yugo de los bueyes. Juanillo las cogió, se las clavó en el chaleco y se lo rompió todo. Su mujer le riñó. Pero, hombre qué tonto eres. Te rompiste el chaleco. Pero ¿qué iba a hacer. Pues que habías de hacer? Atarlas con cuerda y traerlas al hombro. Sí, mujer, sí, tienes razón; otra vez así lo haré.
Otro día, la mujer, le mandó a comprar un cochinillo; lo compro, le ató por el pescuezo y se lo echó a cuestas. Llegó a casa con el bicho ahorcado.
La mujer le dijo. Pero liombre! Virgen Santísimed ¡Lo que has hecho. Mataste al cochinillo. Pero ¿que iba a hacer. Mira, tenías que haberlo traído andando por el suelo, tirando de una cuerda, y dándole con una varita. Sí, mujer, sí, tienes razón; otra vez así lo haré.
Le mandó la mujer otro día, a comprar un cántaro a la feria. Lo compró, le ató un bramante y lo trajó arrastrando por el suelo. Llegó sólo con el asa del cántaw colgando de la cuerda. Al verlo, la mu. jer le dijo. Jesús! Que ya a ser de mi? No vuelves a la feria. Bueno, mujer, bueno; ve tú, que yo no quedaré aquí.
Se fué la mujer a la feria y le encargó mucho al marcharse. Mira, hombre, no dejes que las cabras se vayani al maíz; no vayas tú a la bodega porque siempre dejas la cuba saliéndose; no vayas a aquel cacharro. que tiene rejalgar. lo que tenía era azúcar. y si lo comes te mueres. Cuida de la gallina clueca, no le pase algo.
Marchó la mujer a la feria, y en cuanto salió de casa, Juanillo se fue a cortar un pedazo de magro al jamón y lo frío (ipobrecillo, para comérselo, naturalmente. Luego, fué a buscar un poco de vino en una jarra; perdió el tapón de la cuba y se quedó allí tapándola con el dedo hasta que apareció un perro; le llamó y metió el rabo por el agujero de la cuba para taparlo, Cuando estaba comiéndose el jamón y echando un trago de vino, le llamaron porque las cabras andaban por el maíz; fué a la bodega a llamar al perro, que salió corriendo, y dejó la cuba saliéndose. Cuando volvió Juanillo a casa y vie el vino corriendo por la bodega, llevó los sacos de harina que tenían para hacer el pan y la echó por el suelo para que la mujer no viera el vino. Mientras tanto, había venido el zorro, y se había comido la gallina.
Juanillo se echó a llorar. Ay, Jesús! iqué desgracia la mía! Que haré yo. Dios mío! se fué al cacharro del azúcar, y comió y comió para ver si se moría, creyendo que era rejalgar; y como lo encontró dulce, se lo comió todo. Luego, fué a la alacena; se encontró un terrón de miel, y se lo comió también para morirse, más pronto y no oir Is riñas de la mujer cuando llegase. Pero como no le pasaba nada, cogió una maza de machacar lino y empezó a tirarla a lo alto para matarse con ella; pero, cuando la veía en el aire, echaba a correr hacia otro lado para que no le cayese encina. Y, al fin, viendo que no se moría, se fué al nidal de la gallina para empollar los huevos, y allí estaba diciendo. Cro, cro, cro.
Cuando llegó la mujer llamándole. iJuanillooo. Cro, cro, cro. contestaba él.
Por fin, se lo encontró empollaudo los huevos. Le riñó mucho, y le dijo. Sal de ahí, bobalicón, alma de cántaro! luego hicieron las paces y elle le perdono.
una. uento popular recogido por ADOLFO COELHO. Traduccion del portugués por NATALIA 10 DE JIMÉNEZ. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica