152 Repertorio Americano todos los hombres útiles de la República para hacer la Revolución que, sin duda alguna, nos salvará a todos. Hemos llegado donde yo quería. Ha dicho usted «revolución» y debo participarle: que tengo en casa, debajo del sótano, más de cuatro mil armas largas, más de veinte mil cartuchos y gente de confianza que hará lo que yo ordene. Ha entendido usted mal, mi amigo, No se trata de hacer revoluciones a mano armada. Eso, aunque fuera necesario, no sería el gobierno quien las harla. Se trata de hacer otra clase de revoluciones: las del pensamiento. Revolución industrial, agraria, educacional. hombres como usted, que han vivido tanto tiempo en país tan culto como Francia, son los capacitados para prestarle sus luces o sus armas intel ctuales al gobierno para que triunfe y salve los intereses de la República.
Perplejo se quedó el General ante las palabras del Presidente. No encontró la contestación adecuada. Pensó en Maruca. Si ella estuviera aquf sabría sacarme del atolladero en que he metido las dos patas. Luego, dando otro giro al.
asunto, dijo. Presidente, cuente conmigo, incondicionalmente. Gracias, mi General. Ahora mismo haré que el Secretario le escriba una carta al Ministro de Fomento a fin de que se le coloque en puesto digno de usted.
La carta fué escrita en seguida. El General despidióse del Presidente con fuerte estrechón de manos, y se dirigió a la Secretaria de Fomento.
Recibido amablemente por el Secretario de Agricultura y, atendido galantemente, éste le dijo. Estamos buscando un hombre capaz de hacer un poco más científicos los métodos agrarios. Hasta la fecha no se ha logrado sino cosechas medianas debido al desconocimiento casi absoluto del agricultor en todo cuanto se refiere a los abonos industriales. El agricultor necesita de un hombre como usted. Que les explique en lenguaje sencillo los últimos adelantos aplicados por los franceses. No pierda su tiempo en cátedras, frercito. Busque otra cosa para mí, pues de lo que usted está hablando no entiendo ni jota.
El ministro se quedo callado como un muerto. El General le hizo la historia detallada de sus entrevistas anteriores. El Ministro no se explicaba, que el General durante los doce años pasados en París ignorara las cosas más sencillas de aquella civilización. resolvió dirigirse a su colega el de Gobernación a fin de que colocara al amigo. En ese despacho, mi General, estoy seguro que conse guirá usted trabajo fácil.
Pero el mismo Ministro ignoraba las reformas que se habían introducido en Gobernación. Ya no era el ministerio de los inválidos asignados. Ya no se batia alli el majarete del politiqueo. Los chismorreros habían sido echados a un lado.
Se hacía allí política sana, justa, capaz de mantener el orden en la República sin riesgo de exponer la República a las torpes asonadas políticas.
Y, desde luego, el General no pudo llegar a un acuerdo con el Ministro de Gobernación que de buena gana deseaba poner a trabajar a todos los generales.
Tales obstáculos provocaron un consejo de ministros presidido por el Presidente, a fin de ver la manera de resolver el caso del General.
Hablaron todos. Fomento tiene la palabra. Pues, señor Presidente, yo he tratado de colocar a su recomendado, pero todo esfuerzo ha sido inútil. Industria debe decirnos donde mandamos al Generalinsistió el bondadoso Jefe de Estado. Señor Presidente, yo he tratado de hacer lo mismo que el colega y todo ha sido en vano. Quise colocarlo bien, pero él me confesó no entender lo que le propuse. dijo Gobernación. agregó: Yo propongo una asignación para el General como persona de confianza al servicio secreto de la Presidencia. No, colega, respondió Hacienda: Yo me opongo a toda dádiva. Eso ha acabado con el país desde que el Presidente de las barbas preciosas estableció esa funesta práctica en el país. Dónde mandamos, entonces, al General. dijo angus.
tiado el Presidente.
El Ministro de Educación pensaba calladamente mientras sus compañeros trataban de resolver el problema. El Presidente fijó en el sus negros ojos y le invitó a opinar. Pues, señor Presidente, yo creo que al General debemos mandarlo a la ESCUELA!
MANUEL CESTERO Nueva York, 25 de enero 1925. Está el señor Ministro. Pase adelante, General. Tenga la bondad, Secretario, de avisarle primero. Con mucho gusto, General.
Ya en presencia del Ministro, le entregó la carta, la leyó éste y. Como no! Si usted es de los nuestros! Ya tendrá lo que quiera. Por lo pronto, llega usted en momento oportuno. Hay algo que puede usted desempeñarlo a maravilla. Lo encargaremos de la dirección de los nuevos caminos carreteros que se comenzarán la semana entrante. Frercito. yo no sirvo para esol le respondió el General. Bueno, mi General, eso es lo único que puedo ofrecerle ahora, pero como el Presidente me dice que usted debe ser colocado inmediatamente, yo creo que en la Secretaría de Industrias es mucho más fácil que usted logre ser empleado ahora mismo. Está bien, señor Ministro. respondió un tanto contrariado.
El Ministro escribió personalmente la carta al colega y el General, dándole las gracias, se despidió encaminándose a la Secretaría de Industrias. Por la prensa estoy enterado, desde ayer, de su llegada, General. Lo celebro de veras. Aqui me tiene a sus órdenes.
Mándeme como guste.
El General le entregó la carta y al punto. Ya lo creo! Usted es de los viejos amigos. Hoy mismo será usted nombrado director de las granjas que en bien de la ganadería se harán. Usted debe estar al corriente.
No lo dejó terminar. Se atusó el bigotito, limpio los lentes de oro, y dijole. Frercito. yo no sirvo para eso. Pues yo creo, mi General, que donde encontrará usted lo que busca es en el Departamento de Agricultura. Quizás, frercito, respondió el General que ya empezaba a ver un tanto difícil la resolución de su problema.
Nigh. pan Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica