si Repertorio Americano 281 Una figura excepcional: Delmira Agustini y su, poesía (De La Nación, Buenos Aires. Monteoldeo, setiembre 1924 los dedos de aquel gran lirico que fue Herrera y Reissig DELMIRA Agustini no ha muerpodía notarse esa peculiaripoesías inmarcesibles, que es dad. De quién eran las matanto como vivir en el coranos que cantó Delmira en zón de sus admiradores, y esta forma. vive en aquella casa de donde Manos que sois de la Vida, fué sacado su cuerpo, ya va manos que sois del Ensueño: que disteis toda belleza, para diez años, pero donde que toda belleza os dieron; quedó prendida su alma, que tan vivas como dos almas, nosotros acabamos de encontan blancas como de muerto, trar, Dos padres amorosos tan suaves que se dirla, acariciar el recuerdo; consagran su existencia a revasos de los elixires, cordar la excepcional criatura los filtros y los venenos; que se fué. Unas manos framanos que me disteis gloria.
ternas coleccionaron, y reviManos que me disteis miedo; san de tiempo en tiempo, bocon finos dedos tomásteis la ardiente flor de mi cuerpo.
rradores indescifrables. Toda Manos que vais enjoyadas la casa está llena de su esdel rubl de mi deseo, píritu. Delmira Agustini vive, la perla de mi tristeza, y el diamante de mi beso: domina, preside los apoLlevad a la fosa misma sentos.
un pétalo de mi cuerpo!
Manos que sois de la Vida, El cadáver de la poetisa manos que sois del Ensueño.
Delmira Agustini Nosotros la vimos, dentro ¿Cómo olvidar estos verdel ataúd, en esta sala ensomSOS ante el cadáver de la brecida, que huele a humedad porque siempre per gran poetisa, semioculto bajo los largos pliegues de manece cerrada. Con qué emoción hemos vuelto a la faya, que no dejaban ver más que el rostro pálientrar en el aposento! Recordamos la mañana en que do, monjil, un poco amoratado por los balazos. viniéramos hasta aquí, visitando la capilla ardiente. Qué triste era todo! En torno al féretro temblaba la El balcón estaba cerrado; por el montante, entraba luz de los blandones. al temblar, irisaba el vidrio la luz gris y destemplada de la calle; el ataúd, de y las aristas del ataúd; ponía tonos cambiantes de madera negra, con adornos de metal plateado, ele nácar en la pálida tez de la niña.
gante y severo, descansaba sobre un pie. sencillo. Cerca estaba «mudo el teclado de su clave soTenía vidrio hasta cerca de la mita) solamente. noros, y más allá, siempre como en el verso de Atraídos, más que por la fama, por la extraña muerte Dario, en un vaso olvidadas languidecía una flor. todo un trágico desenlace de novela pasional. en Veranse los dernos música que la excelsa artraban curiosos de continuo. El cuerpo de la poetisa tista hojeó; los cuadros que Delmira pintara; sus desaparecía bajo gruesos pliegues de faya negra, con bordados prolijos; las leves maderas que llenó hábilun sutil bordado blanco. Era el de julio de 1914, mente con calados de filigrana. Por alli la época en que las flores escasean más. Apenas si retratos de Rubén Darío, de Herrera y Reissig, de un ramo de junquillos y otro de violetas sahumaban por Nervo, de Blixen.
cima de la estatuaria cabeza genial. El rostro aparecía acardenalado y exangüe. Su frente, amplia y noble, Diez años más tarde era un rancio marfil. Los párpados, de largas pestañas sedeñas, velaban aquellos ojos azules, que una Diez años después, hemos vuelto a la casa. Falvez que se veían, ya no se olvidaban más, unos taba en la sala aquella figura, dulce y extática, que ojos grandes, asombrados, vacantes, que dicen los semejaba una santa al reposar en el ataúd. Pero ingleses, porque perciben la vida interior más que permanecía incambiado todo lo demás: el piano, cuyas el panorama externo. Con la muerte, la boca era teclas acariciaron largamente sus dedos; los cuadros más mística, más asexual. Los cabellos, bajo la cofia que pintó para escapar al peso doblegante de sus negra, desaparecian, pero no en absoluto: un mechón ideas geniales, sus bordados, sus marquitos de maundoso, brillante, fragante, ſbale hasta el cuello como dera calada. su muñeca, aquella muñeca que le una sierpe que buscara la garganta nivea. Ocultas compraron los padres cuando Delmira cumplió cuatro estaban las manos, armoniosas, liliales, de largos años, y que conservó siempre, porque, en su inmensa dedos afilados, el indice casi tan largo como el del bondad, ni siquiera fué capaz de hacerles daños a corazón: signo inequívoco de poesía. También en las muñecas.
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