340 Reper torio Americano divorciarse. Lo difícil es encontrar métodos de coexistencia en la armonia y la justicia y convivir felizmente hasta la consumación de los siglos.
Por sobreponerse a las vanaglorias separatistas, por concebir un ideal hispánico para el solar americano, por dar a ese ideal un contenido humano, en que quepan todas las razas de la tierra, reciba el señor Vasconcelos mi apretón de manos y la expresión de mi profunda simpatía. Si he hecho reparos a su clasificación histórica es sólo porque la creo peligrosa para la realización del sueño mismo, que es lo esencial, en tanto que las clasificaciones no son sino andamiaje.
cósmico impersonal en que el genio de la Historia, encarnado sucesivamente en diversos pueblos y épocas, conduce hacia más amplios y luminosos destinos la evolución de la Humanidad.
Esta noción en que se complacia el espíritu ascendente y progresivo del siglo xix no puede ser archivada como un documento de época, como no podemos archivar cual una alquimia histórica a la filosofía de la Historia, aunque la reduzcamos al circulo más limitado y prudente de las interpretaciones y las hipótesis históricas.
En el retorno de las ideas, que no es una rotación monotona, porque vuelven enriquecidas con nuevos elementos y vestidas con otra documentación científica, también la filosofia de la Historia y el genio de la Humanidad han vuelto en Spengler con otra sinfonía. En este autor, tan siglo xx, hay mucha herencia de Quinet y hasta de Pelletan, de El mundo marcha, aunque con otra marcha diferente, lo cual no es raro.
porque en el origen estaba Hegel.
RAMIRO DE MAEZTU (El Sol, Madrid. Vasconcelos y el destino de América torre de los Lujanes, restaurada, con su aspecto de edi.
de sociedades cultas. En el piso bajo se hospeda la Asociación Económica Matritense de Amigos del País. En el principal, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.
El saloncito de actos de la Sociedad Económica tiene cierto aspecto de estrado isabelino de buena casa; damascos, retratos, cuadritos de tamaños diversos. Es un salón recogido, discreto en sus proporciones; un local anterior a la época de los grandes públicos, bueno para el conferenciante que guste de hablar ante una concurrencia poco numerosa, que permite mantener en la plática cierto tono intimo de conversación, y que puede fácilmente dar la ilusión de un público selecto, porque el número es enemigo de la calidad, aunque tiene otras virtudes.
En este marco de época quiso dar José Vasconcelos su conferencia, bajo el retrato del Rey Carlos III, una de las pocas efigies dinásticas cuya presidencia puede ser agradable.
El buen Rey Borbón tiene una casa de época. Voltaire, Federico el Grande, todo el mundo. La peluca y el rostro rasurado dan cierto aire de fa nilia a los semblantes del siglo XVII.
Vasconcelos ha sido acogido en nuestros circulos intelectuales con un interés cordial y con la curiosidad perpetua con que nuestra parte de Diógenes busca siempre al hombre. Acaso no conocemos al pormenor su obra; pero sabemos que es un educador, que ha trabajado por la educación del indio y que ha defendido briosamente en América la idea de la libertad, que es la ejecutoria de aquellos pueblos, aunque a veces se olviden de esta hada madrina en sus crisis de formación y de desarrollo. Sabemos también que es un espí.
ritu continental, un Romain Rolland de América, emancipado de la estrechez de los nacionalismos, hombre de dilatada visión histórica de weltbürger, de ciudadano del mundo. Todo esto hace de él una figura en que hay algo del aura del precursor y del apóstol.
La misión que Vasconcelos asigna a la raza iberoamericana es un vasto empeño universal, una obra de unidad y de fusión de pueblos para crear una casta futura de hombres que ante todo sean humanos y tengan por patria última el mundo. Visión noble y generosa de poeta, en que entran muchos elementos intelectuales y emotivos; quizá cierto reflejo de mística teosofica, acaso también aquella conciliación orgánica de las pasiones y los sentimientos en que Fourier fundaba su sociedad ideal. Pero asimismo tiene en cierta medida, en la medida en que vuelve lo pasado en las nuevas estaciones de la Humanidad, sólidos precedentes históricos como la difusión del helenismo y el mundo romano. Alguna vez he insinuado que el tipo de la unión en la gens o fainilia hispánica no era un tipo imperial, sino el helenismo: una unidad de cultura y de espíritu.
Esta idea de misión no debe ser desechada como un arcaismo ideológico. Traduzcámosla, depurándola de lo que Vernon Lee llama, restaurando valientemente una palabra, obscurantism, y que comenta con tan sutil penetración Eugenio Ors en su nuero libro El molino de viento, archivo de las meditaciones de un pensador. Misión puede ser un destino consciente, un ideal que abrazamos. Colocando en un flano natural esta vocación, esta llamada de lo inconsciente, que empuja a los individuos y a los pueblos bajo el magisterio de sus individuos superiores, a un cierto cometido, a un esfuerzo, a una clase de actividad, podemos pensar que aunque el destino pertenezca al secreto de lo por venir, sentirse llamado a un destino, a una misión, puede ser una revelación y es una muestra de capacidad para la empresa o al menos para el intento.
En los pueblos hispanos de América hay algunos hechos positivos que facilitan una misión supernacional: un mismo idioma, una tradición y cultura comunes, un pasado breve desde la independencia, por virtud del cual las diferencias nacionales no sé han acentuado como en Europa; una fusión étnica de muchas gentes. Mas el sentimiento del nuevo humanismo americano o en forma más reducida del hispanismo americano, despojando a este nombre de toda intención nacionalista, todavía es muy vago y necesita del apostolado y la propaganda de espiritus superiores e independientes como Vasconcelos y García Monge, el Director del REPERTORIO AMERICANO, que escuchan las voces lejanas de lo porvenir y, animados por ellas, trabajan para la ciudad futura. Hablaba Vasconcelos en aquel ámbito apacible, isabelinu, de la Sociedad Económica de la misión de la raza iberoamericana. Misión! Esta palabra tenía para alguno de sus oyentes un sortilėgio rejuvenecedor. Se veía el oyente en un pequeño Ateneo estudiantil, en un Ateneo de la juventud, leyendo una Memoria acerca de La misión del siglo xix. Este recuerdo no se me aparecia con la puerilidad de una lejana inocencia ideológica, situada en una época en que la filosofía de la Historia no se había desacreditado bastante. Al providencialismo de Bossuet sucedió una especie de providencialismo ANDRENIO (La Voz, Madrid. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica